Tres religiones se disputan hoy Francia:
-la
religión tradicional (católica),
-la
religión nueva (islámica),
-la
religión oficial (masónica).
-La
1° quiere que el hombre suba hasta Dios incorporándose a Jesucristo, Dios
descendido hasta nosotros.
-La
2° quiere que el hombre quede lejos de Dios sometiéndose a Mahoma que declara a
Dios inaccesible.
-La
3° quiere que el hombre tome consciencia que él es Dios –sin otro fin ni
referencia que él mismo.
Todo
sería perfectamente claro si la tercera religión no tuviera la manía de avanzar
enmascarada. Ella está restringida por su doctrina, porque el hombre de la
calle ve claramente que él no es Dios. Nada le es más evidente. Para imponerle
el dogma masónico, la religión oficial debe proceder con almohadones. Ella
transmite sus ideas en un lenguaje codificado cuya llave es dejada
progresivamente a los iniciados, en el interior de las logias.
Todo
el vocabulario oficial de la República masónica es así codificado. Las palabras
“libertad”, “igualdad”, “fraternidad”, “laicismo”, “tolerancia”, “democracia”,
etc., tienen una doble significación: un sentido banal, o exotérico, para el
uso de los profanos, y un sentido escondido –masónico- reservado a los
iniciados.
Las
instituciones de inspiración masónica tienen igualmente una doble cara –y Charlie Hebdo tiene su parte. (Su
principal accionista, Bernard Maris, era miembro del Gran Oriente). Es un
ejemplo característico.
Si
hay un periódico que uno no tendría la idea de llamarlo “religioso”, ese es Charlie Hebdo. Interrogados, la mayor
parte de sus redactores y de sus lectores se califican fieramente en la
categoría de los “sin religión”. ¿Pero, de dónde vienen entonces sus obsesiones
sobre ese tema? ¿Su obstinación mórbida de revolcarse en la blasfemia?
Oficialmente,
es para exaltar la “libertad de expresión”, dentro de la cual el “derecho a la
blasfemia” sería la condición sine qua
non y la cima inmejorable. Pero ¿quién lo puede creer? Cada uno sabe que,
para Charlie Hebdo hoy, como para
Voltaire ayer, y para todos los masones de todos los tiempos, la “libertad de
expresión” no es un absoluto sino cuando ellos la necesitan. Ella cesa
bruscamente de existir cuando se trata de, por ejemplo, hablar de Dios en las
escuelas públicas o en otros dominios, desde las leyes Pleven, Gayssot,
Neiertz, Taubira, etc. (¿Hay que recordar que un doctor Dor ha sido pesadamente
condenado por la “justicia” de la república masónica simplemente por haber
manifestado su oposición al asesinato prenatal?
Usted
puede dar vuelta el asunto en todos los sentidos, la única solución coherente
es que esas gentes son, en realidad, devotos que ignoran que lo son. Ellos
ejercen su culto como M. Jourdain ejercía la prosa: sin darse cuenta. Pues mal
que mal ellos tienen una fe, una liturgia, obligaciones religiosas. La
blasfemia es, para ellos, un verdadero rito. ¿La humanidad no es un dios? ¡Un
dios celoso! ¡Que no puede sufrir rival! Hay que derribar los ídolos, y los
zelotes de Charlie Hebdo se emplean
en ello fielmente cada semana.
Herederos
de los inconoclastas hugonotes y de los revolucionarios septembristas, los
caricaturistas de Charlie Hebdo
ejercen, en la República masónica, una verdadera función religiosa. Disfrazados
de payasos (porque en la masonería, todo es disfraz), son, sino los grandes
sacerdotes, al menos los grandes sacrificadores del Régimen.
Porque
no hay religión sin sacrificio:
-para
elevarse hacia Dios, el cristiano se ofrece él mismo en sacrificio (por
Jesucristo);
-para
vengar su Dios, el musulmán inmola a los otros (como Mahoma);
-para
convencerse de que él es un dios, el masón prueba de inmolar el Dios de los
otros (en efigie).
Esta
simple comparación ¿no es suficiente para discernir la verdadera religion?
Lettre des
dominicains d’Avrillé n° 73, Février 2015.