“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


sábado, 13 de febrero de 2016

Indefendibles



Indefendibles son los sacerdotes que cual sembradores profesionales de cizaña, dedican su tiempo a dirimir personales revanchismos contra quienes juzgan no los han “honrado” y “reconocido” como ellos se “merecen”, usando blogs o radios de internet para lanzar su dinamita verbal fruto del chismorreo, que viene a ser su “pan nuestro de cada día”.

Indefendibles son los curas irrespetuosos con sus superiores (no hablamos de probados traidores liberales), que enardecen y confunden a su grey a través de la ignorancia, la presunción, la exageración, las tomas de posición extremas o el juicio precipitado.

Indefendibles son los sacerdotes autosuficientes que rechazan someterse a alguna autoridad, pues un sacerdote sin sentido de la obediencia es, en el fondo, un liberal y un revolucionario.

Indefendibles son los curas que emergen pisoteando a los demás para intentar convertirse en referentes de la única, auténtica, dura, pura e incorruptible Iglesia. El espíritu farisaico domina sus acciones.

Indefendibles son los sacerdotes con ambiciones de cargos honoríficos, sedientos de mando y ostentación, y de gozar de reconocimiento y popularidad. Estos no trepidan en ensuciar a quien sea para obtener lo que persiguen.

Indefendibles son los sacerdotes que enancados sobre sí mismos peroran e insultan desde el púlpito sin sentido de la caridad, la oportunidad y el bien de sus oyentes, queriendo corregir a latigazos sin primero corregirse ellos mismos de sus defectos.

Indefendibles son los curas que con celo amargo y espíritu de discordia piensan siempre mal del prójimo, haciendo de la detracción y la sospecha sus armas de combate principales.

“Los malos sacerdotes son la causa de la perdición de los pueblos” (San Jerónimo)


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