“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


miércoles, 16 de julio de 2025

GIACOMO BIFFI: EL QUINTO EVANGELIO

 


La opinión de Kéraly…

«Porque la risa es lo propio del hombre» (el signo mismo, según Rabelais, de cierta salud física y moral del individuo), sería muy necio despreciar sus recursos cuando la petulancia y la vileza reinantes no cesan de multiplicar las ocasiones de reír.

Henri Bergson ha aportado al respecto las conclusiones más convincentes de toda su filosofía (en La risa, Ensayo sobre el significado de lo cómico, P.U.F.): como constituye el arma sutil y terriblemente eficaz de una sociedad que se esfuerza por advertir a algunos de sus miembros contra su peligrosa “inatención a la vida”, la risa nos resulta tan vital como la palabra misma. En un ámbito donde el discurso resultaría vano y la justicia de los tribunales quizá excesiva, la risa expresa el juicio inmediato y unánime del grupo frente a quien amenaza, o está a punto de amenazar, sus reglas comunes más fundamentales, sus usos y costumbres más razonablemente establecidos. «Todo lo que es exagerado carece de importancia», dijo Talleyrand…

Más sutil aún es la ironía, que el espíritu francés —por no decir voltairiano— gusta tanto de emplear contra lo ridículo y lo grandilocuente, y mediante la cual se expresa exactamente lo contrario de lo que se quiere dar a entender, sin que por ello resulte ambigüedad alguna. El artificio consiste, en efecto, simplemente en llevar el pensamiento adverso hasta el punto en que, al revelarse su ridiculez, se condena a perder por sí solo toda audiencia ante los demás.

Es cierto que la carcajada o la agudeza no reemplazan al discurso mediante el cual se refutan punto por punto las posturas consideradas aberrantes. Pero una ironía bien dosificada puede preparar dicho discurso, a veces incluso animarlo con acierto, o resumirlo en una frase que deja huella. En presencia del enemigo, antes de entablar la acción, puede ser útil tomarse un momento para ajustar alguna disposición estratégica; pero en plena batalla, entonces la táctica prima sobre la estrategia —y se hace fuego con todo lo que se tiene, pese a los teóricos del Estado Mayor…

¿Acaso no es también doble la función del escritor católico, y especialmente del cronista o periodista? Frente a quienes propagan en la Iglesia y en el pueblo de Dios la exageración, la falsificación o la herejía sistemática, ¿no debe esforzarse en mostrar mediante la burla y el sarcasmo, tanto como con la razón, el ridículo (trágico) de estas marionetas de la Muerte? Giacomo Biffi, autor por lo demás muy serio de varios volúmenes teológicos, no ha temido arriesgarse. Su Quinto Evangelio, antítesis radical de los cuatro evangelios canónicos, sin duda podrá escandalizar profundamente a ciertos lectores… Pero, ¿acaso no es el deber de defender la verdad una forma justa de violencia?

Ya es más que tiempo de inquietar a su vez a los tranquilos y satisfechos heraldos del progresismo integral. «Aquellos por quienes viene el (mayor) escándalo», quienes no vacilaron ni un instante en perturbar con sus mentiras la fe de los pequeños, merecen recibir por fin unas gotas del más corrosivo vitriolo. Si se trata aquí de exorcizar, si no a los doctrinarios de la muerte de Dios, al menos a la innumerable multitud de sus víctimas, ¿quién se sorprendería del empleo de un arma cuya virtud saludable es precisamente revelar ante todos la impostura manifiesta, la formidable impiedad del clero modernista en funciones?

Ya no se trata solamente de convencer del error a algunos teólogos desviados (y, además, ciegos, sordos y mudos cuando se trata de dialogar con sus iguales), sino de desilusionar a un público demasiado crédulo; de llevarlo a rechazar el «encanto» de su delirio verbal y pretendidamente humanitario. Porque, más aún que la multiplicación del error (los malos pastores siempre han existido), es la no resistencia al error dentro del pueblo de Dios lo que permite que la herejía del siglo XX se propague con semejante amplitud.

El artificio absolutamente ingenioso introducido por Giacomo Biffi en los dogmas del modernismo clerical consiste precisamente en revestirlos con la forma y el estilo literarios más aptos para hacer evidente su impostura: los del relato evangélico mismo. Ironía maliciosa, pero perfectamente saludable, ya que logra denunciar —sin necesidad de argumentación discursiva— la inversión exacta de la Verdad; de tal modo que ya no es posible dudar de la inspiración demoníaca, en el sentido propio del término, que anima consciente o inconscientemente a estos miserables autores…

Porque ¿cómo calificar si no esa pretensión de hacer abdicar a Dios y a su Iglesia en nombre de los Derechos absolutos de la Humanidad, ahora liberada de toda filiación divina, habiéndose convertido en su propio centro y fin?

¿Y cómo resistir nosotros mismos a la tentación de reproducir aquí algunas de las más afiladas flechas de este teólogo italiano a quien parece haber poseído por un instante —para buena causa— el espíritu de Voltaire? Nuestro único pesar será no poder citarlas todas, tal ha sido la deliciosa riqueza sarcástica de los comentarios de este Quinto Evangelio:

·       Fragmento 10 (antítesis de Mt. 12, 30; Mc. 9, 40): «Quien no está con nosotros está contra nosotros».

·       Fragmento 11 (ant. de Mt. 11, 25): «Te doy gracias, oh Padre, porque has querido revelar los misterios del Reino a los doctos y sabios, que así podrán explicárselos a los simples».

·       Fragmento 12 (ant. de Mt. 5, 27-28): «Os fue dicho: Quien mira a una mujer con codicia ya cometió adulterio con ella en su corazón. Pero ahora os digo: No hay que exagerar. La mujer fue hecha para el hombre y el hombre para Dios. La única condición es que todo se haga por amor».

·       Fragmento 20 (ant. de Mt. 18, 12-13): «El Reino de los Cielos es semejante a un pastor que tenía cien ovejas y que, habiendo perdido noventa y nueve, reprocha a la última su falta de iniciativa, la echa fuera, y, habiendo cerrado su redil, se va a la posada a hablar de pastoral».

·       Fragmento 21 (ant. de Mt. 16, 26): «¿De qué le sirve al hombre salvar su alma si después no logra conquistar el mundo?»

·       Fragmento 22 (ant. de Jn. 15, 18-19): «Si el mundo os odia, es señal de que no lo comprendéis. Conformaos al mundo y el mundo os salvará».

·       Fragmento 28 (ant. de Lc. 22, 32): «He rogado por ti, Simón, para que tu fe, confirmada por la opinión de la multitud, no desfallezca nunca, y para que seas sostenido por el afectuoso murmullo de tus hermanos».

·       Fragmento 29 (ant. de Lc. 22, 19): «Este es el cuerpo entregado por vosotros: haced esto para recordar vuestra mutua comunión».

·       Fragmento 30 (ant. de Mt. 28, 19): «Id por todo el mundo y dialogad: de la libre confrontación de opiniones brotará la verdad».

«No se les puede tomar en serio», decía un cronista contemporáneo de los ideólogos revolucionarios, «pero uno se ve forzado a tomarlos en serio». ¿No nos encontramos también nosotros, con nuestros clérigos modernistas, su infatuación, su inflación y su fanfarronería, en el terreno del episodio “tragicómico”? Sin duda, y por eso es bueno, además de desconfiar siempre de ellos, reírse a veces de ellos.

H. Kéraly

 

… y la de Morvan:

La edición italiana de este pequeño libro apareció en 1970 con imprimatur del obispo de Brescia, y fue traducida por el P. de Saint-Aupre. El Sr. Jacques Vier, quien escribe el prólogo de la edición francesa, plantea el problema de la ironía en materia religiosa y se interroga sobre la posibilidad de un “Voltaire católico” en el contexto de las actuales necesidades.

De los métodos tan apreciados por Voltaire, G. Biffi toma ante todo el procedimiento de la ficción burlona a la que nadie puede dar crédito: un industrial milanés, rústico y advenedizo, llamado Migliavacca, descubre durante un viaje a Tierra Santa —como se descubrieron los célebres “Manuscritos del Mar Muerto”— un quinto evangelio perfectamente adaptado para confirmar las ideas modernas que se han propagado en la Iglesia postconciliar.

He aquí uno de esos textos:

«El Reino de los Cielos es semejante a un pastor que tenía cien ovejas y que, habiendo perdido noventa y nueve, reprocha a la última su falta de iniciativa, la echa fuera y, habiendo cerrado su redil, se va a la posada a hablar de pastoral».

Este pasaje se presenta en forma sinóptica junto a la parábola de las cien ovejas del Evangelio según san Mateo. Se advierte así el método, en realidad muy riguroso, que conduce a esta invención aparentemente irreverente: tomar lo que hoy se nos presenta como el “espíritu mismo del Evangelio” y luego imaginar cómo serían realmente los textos de enseñanzas y parábolas si hubieran de sugerir semejante doctrina. Es un poco el procedimiento pascaliano del “reverso del argumento”, del “renversement du pour au contre”: para reaccionar frente a una degradación progresiva, frente a una deformación primero imperceptible, se confrontan el punto de partida y el punto de llegada.

Más allá de la polémica contra los errores modernistas, este método nos permite medir hasta qué punto nuestro pensamiento es, de forma general, propenso a desgastarse por sí mismo, a pulirse al punto de perder su filo y su eficacia, como un engranaje sin tracción o como una máquina excesivamente aceitada.

En otros pasajes, encontramos pastiche en el espíritu y estilo auténtico del Evangelio, como el n.º 18:

«El Reino de Dios es semejante a un flautista…».

Aquí no hay comparación sinóptica, y el seudocomentador —que desarrolla en cada caso con satisfacción beata las tesis modernistas— se declara turbado y acaba suponiendo que el texto es una interpolación abusiva, ya que la verdad le resulta discordante de forma desagradable. Es una ironía en segunda potencia; y el autor presta a su glosador, con generosidad, el jerga socio-teológica de moda, al punto de demostrar que lo que llamamos el “hexagonal” (el estilo eclesiástico francés) se ha convertido en un lenguaje verdaderamente internacional, por no decir ecuménico.

¿Ciertos lectores se sentirán incómodos ante esta hábil y sutil composición literaria? Pero también podemos encontrar en ella una prueba de que el estilo del Evangelio sólo puede ser pasticheado en la medida en que ese pastiche revela o restituye la intención evangélica; y más generalmente aún, que la ironía sólo vale por un fondo de seriedad y de buena fe ardiente, por un constante anhelo de la verdad, bajo la aparente fantasía de los medios de expresión: una libertad muy relativa, constantemente dominada por el sentido del deber intelectual y espiritual.

J.-B. Morvan

Revista Itineráires, n°157 : novembre 1971.

 

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