“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


martes, 19 de agosto de 2025

A LA MANERA DE EL NUEVO GOBIERNO DE SANCHO – ANIBAL D’ANGELO RODRIGUEZ

 


Los tres pícaros chanchitos

 

Por Dan Yellow

 

Publicado en "Revista Gladius", Año 7, n° 20, 31 de marzo 1991.

 

Apenas hubo el desinflado Apolo asomado trabajosamente por el horizonte tras una noche dedicada por entero a competir con las luces de los aparatos electrónicos japoneses, cuando con poca voluntad y mucho desaliento arrastróse al mal dormido Gobernador hasta la Sala de las Audiencias Prioritarias.

No bien se hubo derrumbado en el adoselado Trono, adelantóse el Justicia Mayor del reino y tras la oportuna reverencia que manda el Protocolo y aconseja la Prudencia- exclamó:

-Majestad, hoy debe Usía juzgar a los tres primeros inculpados por la Comisión de Coimas, Corruptelas y Cohechos, por mal nombre las cuatro Co también Coco-Coco.

Y con unas palmadas hizo que se adelantaran hasta quedar a la vista de Sancho los dichos reos. Los cuales, para sorpresa del Gobernador y encanto de los cortesanos, tenían todo el aspecto de los tres chanchitos inmortalizados en la “Silly Simphony” de Walt Disney, a saber: gorritos marineros, cortas chaquetillas y unas colitas lustrosas de cerditos bien alimentados. Adelantóse uno de ellos con un paso como de baile, enarbolando una flauta que llevó brevemente a los labios y con una sonrisa bobalicona en el rostro. Dentro de su condición porcina, tenía un aire de muchacho porteño o aporteñado, bueno y querendón, un muchacho de barrio nuevo o viejo, que tanto da, con sus pícaros ojitos porcinos rientes.

-Este -dijo el Justicia Mayor- ha confesado públicamente sus culpas. Ha reconocido que ha hecho el dinero que tiene -que es mucho- sin trabajar, compartiendo honorarios, comisiones y otros gajes de su propio oficio y el de los que lo rodeaban.

-Bien -dijo Sancho, atónito de que un animalito tan simpático fuera capaz de tantas fechorías ¿y qué puede decir Vuesa Merced en su defensa?

El chanchito volvió los labios a la flauta y los pies a lo danza. Ejecutó con los primeros una dulce e ingenua melodía y con los segundos unos pasos que siguieron su ritmo. Luego se detuvo y con la más pícara de las sonrisas en los labios dijo:

-¡Pero Vuechencia! ¿Qué me bate? Si todo el mundo hace lo mismo. O Usté desayuna alpiste? ¿No sabe que aquí no cambian ni cinco guitas de bolsillo sin que alguien se lleve una cometa? ¿Nos vamo a hacer los estrecho, ahora?

Y volvió a tocar la flauta y a danzar, dejando perdido con sus patitas llenas de barro- el impoluto lustrado del Salón.

 

A una orden del Justicia Mayor, apropincuóse entonces segundo chanchito. Tenía éste también aire de pícaro, pero sin la bonhomía del anterior. A los ojitos porcinos se sumaba una barba crecida y un cierto curioso aspecto frutal, como si de un mandarino, manzano o peral se tratase. Llevaba la corta chaquetilla sucia y arrugada, como si acostumbrase dormir con ella noche tras noche sin cambiarla.

-Y Usted, buen hombre-dijo el Gobernador-¿quiere alegar algo?

El segundo chanchito miró de hito en hito al buen Sancho dio una vuelta de trompo sobre sí mismo y al terminarla hizo una especie de reverencia y abrió bien anchos los brazos como un artista de Jolibud.

-Majestad, Excelencia, Alteza Real: ¿pero a Usted no le parece que un muchacho como yo, que se ha sacrificado por Partido durante tantos años, que ha sufrido cárcel y persecuciones...

-Lo persiguió alguien a usté? –preguntó Sancho.

-En la última Chirinada estuvo tres días detenido en averiguación de antecedentes -apuntó el Justicia Mayor con cara de pocos amigos.

-No quisiera -dijo Sancho repantigándose en el trono- coartar el derecho de defensa de Vuesa Señoría. Pero ¿no podría ser más breve?

-Como usted guste, Señor Gobernador. El caso es que me dije: «Si quieres la paz prepara la guerra». Si quieres politiquear, junta fondos». El ABC de la política deste siglo, Excelencia... Interrumpiolo el Mandatario con un gesto de la mano y quedóse como cavilando largo rato. Visto lo cual todos los cortesanos que rodeaban el trono y que tenían las rodillas temblequeantes al ver cortadas las barbas de sus vecinos, pusieron cara de cavilar pero sin perder de vista al Gobernador con el rabillo del ojo. Incorporose por fin Sancho y puestos los brazos en jarra tronitonó su sentencia desta guisa:

-Señor Justicia Mayor, lléveme Usted a estos tres pícaros chanchitos al Matadero Municipal...

-Ha sido privatizado, Excelencia.

-...o quien haga sus veces y que me los conviertan en chacinado fino para consumo de los gatos del botánico... Y no me diga que lo han privatizado porque questo ragazzo grosso mi ha detto... (En el manuscrito de Cide Hamete Benguelí sigue una larga parrafada en italiano que no tiene otra explicación que la de un malvado interpolador peninsular. En ella el Gobernador justifica su sentencia de muerte contra los tres reos con argumentos tomados del antiguo testamento y del Zend Avesta. Aquí se suprime por resultar enteramente divergente con el estilo de Sancho según ha sido fielmente transcripto por el Benguelí).

Lleváronse entonces a los tres pícaros chanchitos, que desfilaron con el talante apropiado a su carácter: bailarines e inconscientes los dos primeros, con empaque de doctorcito pedante el último.

(Hay también discordancias en el manuscrito original sobre la forma en que murieron los chanchitos. Según algunos párrafos los tres subieron al patíbulo con el tabardo rojo punzó de los condenados, pero según otros solo el primero lo habría vestido, mientras que los otros dos -quizás por razones folclóricas- vistieron una túnica celeste).

Iba entonces el rechoncho Gobernador a dar la señal de los festejos, cuando una duda terrible se le instaló en el lóbulo izquierdo del cerebro y parte del cerebelo. Mandó entonces que llamaran con urgencia a don Pedro Recio y cuando se hubo apropicuado entablóse el siguiente diálogo:

SANCHO. -He ordenado que se ajusticie a los tres chanchitos picarones, que estaban saqueando las arcas de este reino, pero me acordé incontinenti de otra ocasión en que hube de condenar a un ladrón y no pude. ¿Recuerda Vuesa Señoría el caso de Ladrón de Guevara?

PEDRO RECIO. -Lo recuerdo, Señor, como que está escrito en la única serie auténtica de crónicas de vuestro reinado. protagonizamos ahora que, con perdón de Vuestra Reverencia, es trucha.

S. -Bien, dejemos eso por ahora. Se me han ocurrido dos preguntas que quiero formular a Vuecencia. La primera es: el de Guevara tenía siete cómplices, pero en realidad yo nunca oí hablar más que de seis ¿quién era el séptimo?

P. R. -Muy sencillo, Eminencia, lo diré en vuestro oído.

Y acercándose al de Sancho le musitó unas pocas palabras. Al oír las cuales púsose el Gobernador del color yerba mate usada y dio unos hipidos que los de la vez anterior fueron nada. Iba a desmayarse e iban los cortesanos a prodigarle iguales cuidados que en la ocasión primera, cuando con visible esfuerzo de la voluntad repúsose y dijo:

S. -¡Santo Cristo de Limpias, Santo Iñigode Azpeitia! ¿Ellos también? ¿Será posible?

P. R. Todos no, Esplendencia, pero sí muchos... ¿No oyó Vuestra Majestad que es por la cabeza por donde se pudre el pescado y que el Evangelio...?

Pero interrumpiolo Sancho con un gesto de la mano y el antebrazo y reponiéndose con visible esfuerzo siguió diciendo:

S-La segunda pregunta es esta: al condenar a les chanchitos picarones. ¿No estaré de nuevo castigando a las causas y no a los efectos? Porque los siete cómplices del de Guevara, cumplido el año de su reclusión en el Parlamento sueltos andan, según lo que yo sé, envenenando a mis fieles súbditos.

Con gesto agrio y seco dijo don Pedro Recio:

-Los Chanchitos eran culpables y bien chacinados están. No siga Vuestra Honorabilidad dándole vueltas a la cosa, que no vale la pena. Si los culpables verdaderos son ellos, o los siete cómplices o algún otro, yo no lo sé. Consulte Vuescencia a los historiadores y a los sociólogos.

Brilláronle los ojos al Gobernador, echo mano al facón que seguía anacrónicamente usando y tomando a don Pedro por la parte de los botones de su camisa, le grito:

S-¡Pues yo quiero que sea Usted el que me lo diga!

Alteróse el semblante del Recio, le corrieron gruesas gotas de sudor por la frente mientras se le paraban sobre la coronilla los pocos pelos que le quedaban.

P. R. -Pues ya sabe, Vuestra Excelencia, que la culpa no la tiene el chancho.

S. -¿Y quién le da de comer a los chanchitos picarones? ¿No tiene nombre?

R. -Al P. contrario, Excelencia, tiene demasiados. Es el Mundo o el Inmundo, si quiere ponerse Usted en vena teológica...

S. -Está bien, pero es demasiado vago. Quiero algo más concreto.

P. R. -Ahí está el problema, Eminencia, que el Poder es hoy algo tan concreto como vago. Son los siete ladrones cómplices del de Guevara, pero es también -y en definitiva- la dictadura de un tipo humano: el que adora a Mammon y ha construido el mundo a su imagen y semejanza, haciendo que todo -y advierta Usía que digo TODO- se mueva en torno al dinero desde divertirse hasta morirse, desde el deporte a la medicina, desde...

Iba don Pedro Recio poniéndose cada vez más pálido y descompuesto mientras decía esto y se le iban tiñendo los ojos de una infinita pena por quienes tienen que gobernar en estos tiempos sin sumarse a la procesión y de infinita compasión por quienes tienen que ser gobernados Tan cadavérica se hizo su faz que interrumpió Sancho su discurso dejando el final para otra ocasión que no llegó nunca, pues poco después fue destronado, quizás por sus torpezas, quizás por haber osado asomar la nariz al secreto mejor guardado de nuestros tiempos en que todo se sabe, menos lo que interesa de verdad.

Y visto lo cual dio el Gobernador la señal de los festejos, que consintieron ese día en un gigantesco Loto-bingo-prode-quiniséis en el que se rifaron aviones, teléfonos, pozos petrolíferos y otras bagatelas a precio vil mientras amenizaba la velada la orquesta estable del Teatro Colón, a la que habían privatizado los instrumentos por lo cual ejecutó la música con peines y zapateo rítmico.

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