Ayer nomás
recibí un email de remitente desconocido. Intrigado por el “asunto” que decía:
“Mi encuentro con Milei en Davos”, no dudé en abrirlo. No sé si hice bien o
mal, pero la verdad es que lo hecho, hecho está. Venía con un texto adjunto, en
tanto que el cuerpo del mensaje decía lo siguiente:
“Estimado señor, nuestro común
amigo … me ha indicado de hacerle llegar a Ud. un texto que ha quedado relegado
en la sustanciosa –me perdonará si parezco jactancioso- colección de escritos que
publicara años ha el ilustre Sr. Giovanni Papini, de muchos de mis relatos de
viajes y entrevistas alrededor del mundo. Estimo que Ud. sabrá qué hacer con
este breve relato inédito, que no dudo ha de despertar su interés.
Sinceramente de Ud. Atto y S.S.
Gog.”
Es superfluo
decir que no trepidé en abrir sin más el adjunto, y leerlo de inmediato. Ese es
el texto que ofrezco ahora a Ud., pensando que, como a mí, proporcione un rato
de especiosa reflexión, sino de confirmación de ciertas cosas que ya hemos considerado
y compartido en alguna oportunidad.
Ignacio Kilmot
Este es el
escrito del Sr. Gog:
Mi encuentro con Milei en Davos
La épica
usuraria
Quisiera afirmar, porque sería más pintoresco y acaso cool para este reporte, que encontré a Milei de casualidad, en un ascensor o un pasillo del hotel de lujo que nos hospedaba a los dos en Davos, Suiza, en ocasión del World Economic Forum. La verdad es que no hubo casualidad. Hacía tiempo me había llamado la atención el nuevo presidente de Argentina. Sabía que iba a estar en Davos y aproveché mi contacto con Mr. Wolfson que viajaba como secretario del Foreign Office y, debido a que Milei tiene debilidad por los sajones, supuse que no iba a negarse. Por el contrario, luego de su clamoroso discurso, estaba con muchas ganas de hablar y aceptó la entrevista.
De inmediato
pensé hacer baza lanzando una frase que permitiese abrir el juego tal como
quería, y así obtener de entrada algo jugoso. Así le dije, en tren de cumplido,
mientras Milei, bastante sudado, sorbía un trago de Evian: “La épica de las
finanzas es un concepto absolutamente revolucionario”. Milei sonrió y dejó
la botella sobre la mesa. Su hermana, que andaba por allí revisando su Smartphone,
reparó en mí.
--Sr. Gog
–comenzó-, veo que es usted inteligente y sabe entender un discurso. Las ideas
de la libertad son revolucionarias, pero no me haga el honor de creerme el
inventor de nada. Si usted me escuchó otras veces sabrá que uno de mis maestros
es el numen de la Libertad, Juan Bautista Alberdi. Fue un precursor de todo
esto, por si no lo sabe, y por si no lo conoce vivió en el siglo XIX, entre la
Argentina y Francia. Tengo aprendidos de memoria sus libros. A ver qué le
parece esto, de las “Bases”, présteme atención: “La victoria nos dará laureles, pero el laurel es planta estéril para
América. Vale más la espiga de la paz, que es de oro, no en la lengua del
poeta, sino en la lengua del economista. Ha pasado la época de los héroes;
entramos hoy en la edad del buen sentido. La gloria es la plaga de nuestra
América del Sud. La guerra de la Independencia nos ha dejado la manía ridícula
y aciaga del heroísmo”. Hicieron falta hombres como aquel para luchar
contra la manía del heroísmo clásico, que todo lo hacía por el honor, por la
mujer o por la patria. ¿Cómo podía progresar la civilización con ese concepto
absolutamente antieconómico? Alberdi tuvo que luchar contra el tirano
retrógrado Rosas, que nos había llevado otra vez a la oscura edad media.
Todavía por entonces resistían los caudillejos populistas y colectivistas con
su manía de despreciar la banca y el comercio libres. Ahí está el mal ejemplo
de la “Vuelta de Obligado”, que nos hizo avergonzar ante el mundo civilizado
encadenando un río, cuando la civilización europea venía a traernos un
intercambio que nos haría explotar nuestras riquezas para bien del mundo
entero. Y esa retórica primitiva de proponer un heroísmo infértil y gratuito penetró
hasta bien entrado el siglo XX. Hasta en los Estados Unidos llegó a imponerse,
mediante el cine hollywoodense, que hizo de la épica de sus cowboys un ejemplo
improductivo de barbarie. Los tiempos bárbaros tuvieron sus arquetipos, fue un
mal necesario, hay que reconocerlo, pero esa época de la humanidad ya quedó en
el pasado. Aunque debo admitir, y por eso tuve que hacer un discurso disruptivo
aquí en Davos, que esas rémoras de una época reaccionaria, medieval, primitiva,
aún persisten. Esa es una de las causas de mis ardientes soflamas contra el
socialismo. El socialismo no sólo crea pobreza –es decir pobres, gente indigna-
sino que también tiene una peligrosa retórica populista de combate, que apela a
la épica de los héroes que el Estado obliga a venerar, que son los grandes
revolucionarios. Incluso el pueblo o la masa supuestamente oprimida, termina
siendo sujeto a ser considerado “héroe”, cuando no es sino una multitud de
empobrecidos dependientes del Estado. Y no sólo eso, Mr. Gog, entienda también
que además el socialismo, el populismo y sobre todo el comunismo son una
fábrica de mártires, de gente que piensa menos en la riqueza que en el más allá,
o sea en la utopía socialista. Imagínese, esa gente no colabora en absoluto
para acrecentar la riqueza, por el contrario, es gente que provoca disturbios y
amenaza a los capitalistas con sus críticas infundadas y hasta con la violencia.
Es cierto que yo apelo a “las fuerzas del cielo” pero no soy imbécil y sé
precisamente que hay una bendición para los que producen y acumulan las
riquezas, porque es esta riqueza la que se derrama al resto de la sociedad. Sin
riqueza el hombre es un animal como cualquier otro, por eso es necesario poner
de relieve que los empresarios son héroes, que los usureros son héroes, y que
el Estado es enemigo de la libertad de estos héroes, sin los cuales el resto de
los hombres no podrían subsistir. Es por eso que dije dos veces en mi discurso
que nunca el mundo había estado mejor que hoy: es porque hoy no hay héroes a la
manera clásica. Y si dije que Occidente está en peligro es porque debe haber
más héroes como los usureros, los empresarios y los banqueros. Más gente como
la que se reúne en Davos. Y esto sólo podía decirlo un economista, no un político
de la casta. Porque la casta política sólo vive como parásito de la riqueza que
los héroes producen, pero coartan sus libertades en beneficio propio, en cambio
yo no tengo empacho en decir las cosas que pienso, porque soy un turiferario de
la riqueza al servicio del Capitalismo, que es moralmente superior a todo lo
que existe, porque está al servicio de la Libertad. Yo fui el elegido por las
fuerzas del cielo para comunicarle al mundo que la única salvación está en el
Capitalismo. Si no quieren escucharme, peor para ellos.
Aproveché que Milei, esbozando una gran
y satisfecha sonrisa, hizo una pausa, y entonces se me ocurrió comentarle que
él también había apelado al heroísmo clásico en su campaña electoral. Hizo un
gesto desdeñoso con la mano y continuó:
--Sr. Gog, la política electoral es un
juego, y el juego apela a la “batalla”, eso se ve claramente en el fútbol. No
queda otra que hacerlo, por eso tuve que exhibirme con una motosierra, porque
el electorado está, tras cien años de malsano populismo, acostumbrado a esa
retórica de pelea y bufonadas. No quedaba otra. Me sirvió y gané. Pero fíjese
que yo abandoné el fútbol de mi juventud por la economía, porque me di cuenta
que donde está la riqueza está el verdadero heroísmo, que la riqueza ofrece mil
posibilidades de expandirse en la propia libertad, y como yo tengo un culto por
la libertad, no podía sino ir tras de la riqueza. Las ideas de la libertad
avanzan en la medida en que los generadores de riqueza sirvan a ella como lo
que son, héroes. Yo he venido para que entiendan eso. Esa es mi misión en esta
vida.
¿Entonces, Sr. Milei –mascullé- Usted
también, como Perón, es un león herbívoro?
No debí haber dicho aquello. El
presidente argentino mutó entonces su rostro y se puso hosco, tal vez como si
yo hubiese insultado a alguno de sus cinco venerados perros. Desde el fondo de
la habitación, su hermana intervino rápidamente:
--Esta entrevista ha terminado.
Mientras bajaba por el ascensor, iba
pensando en todo lo que acababa de escuchar. Al salir del hotel, me pareció
estar saliendo del túnel del tiempo. Era como haber entrevistado a un personaje
del siglo XIX, en pleno siglo XXI. Realmente necesitaba el aire frío en mi
cara, para despejar el hedor rancio de un ajado libro que ha perdido todo
interés, y sin embargo se sigue reeditando. En el museo de los despojos, ha de
resonar la voz de este hombre, pronunciando una y otra vez su enardecido grito
de batalla: “¡Viva la Libertad, carajo!”.
Corolario:
“El príncipe falto de prudencia será un
gran opresor; pero el que odia la codicia, vivirá muchos años”.
Proverbios 28, 16.