“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


lunes, 10 de noviembre de 2025

POLÉMICA Y CARIDAD, POR LOUIS VEUILLOT

 


A Mons. de Langalerie, obispo de Belley [34]. [Œ.C., t. 19, p. 271.]

París, 26 de febrero de 1858.

Monseñor:

He leído con tanto respeto como pesar la carta que me habéis hecho el honor de escribirme. Bajo su forma benevolente, condena el trabajo de toda mi vida, y presenta contra mí la acusación más grave que pueda articularse contra un cristiano, la de faltar a la caridad.

No diría lo que pienso si no añadiese que los textos citados por Vuestra Señoría, tomados al pie de la letra, condenan toda polémica contra el vicio y contra el error. Si la paciencia y la benignidad de la caridad, si el amor a los enemigos nos imponen la obligación de no decir nada a los malos y a los errados que pueda irritar su orgullo, las mismas razones nos prohíben iluminar a aquellos que ellos seducen; a lo que sólo podemos llegar haciendo evidentes su embustera malicia y su incapacidad.

Por mi parte, siempre he creído que defendería eficazmente la verdad arruinando el crédito de los necios y de los hipócritas que la atacan y que sacan mucha influencia de su reputación usurpada. Busco volver contra ellos la fuerza del ridículo, del que ellos han hecho uso contra nosotros. Con ello me atraigo su odio, pero disminuyo su fuerza; les hago incluso un servicio, intimidándolos. Es el ejemplo de los Padres de la Iglesia. El dulce san Francisco de Sales, que empleaba la miel con los seducidos, vertía el vinagre sobre los seductores. «Hay que gritar al lobo» —decía—; «hay que desacreditarlos cuanto se pueda». San Bernardo no faltó a la caridad con Abelardo y Arnoldo de Brescia. Sin embargo, los trató como yo no he tratado jamás a nadie.

Se dice de buen grado que el odio se transparenta en todo lo que escribo. Yo nunca lo he creído, porque nunca he sentido el odio en mi corazón. Si encontrara en él ese mal sentimiento, renunciaría inmediatamente a combates que ya no libraría como cristiano. No he consagrado mi vida a los insultos y a las contradicciones para perder mi alma.

Creo además tener el derecho, e incluso el deber, de defenderme cuando soy atacado en mi honor personal, tan gratuitamente y tan groseramente como lo hacen ciertos escritores, incluso católicos, y como lo ha hecho, en otro campo, aquel hacia quien Vuestra Señoría me recomienda la caridad. Mis burlas, harto permitidas, sobre su anonimato, no autorizaban ciertamente ese desbordamiento, además aconsejado por un eclesiástico que conozco, y que L’Ami de la Religion ha reproducido deformando con imparcialidad y caridad mis respuestas.

Me sería muy fácil vivir en buena armonía con todos los incrédulos: no tendría más que hacerles cumplidos; decir —contra mi conciencia— que tienen talento y que son de buena fe. Me devolverían cortesías y atacarían a la Iglesia con un redoblado atrevimiento. Pero ¡líbreme el Cielo de buscar mi ventaja a expensas de la verdad, o de defenderla de tal suerte que no sea yo ultrajado con ella!

Además, Monseñor, esta polémica estaba terminada cuando os tomasteis la molestia de escribirla. Mi adversario, reconociendo su falta, me había pedido la paz, y yo se la había concedido. Se había, como Vuestra Señoría ha podido ver, propuesto volver a poner sobre el tapete todo el desagradable asunto del mandamiento de Mons. Sibour y de la condenación pronunciada por él contra L’Univers, en términos que no son precisamente modelos de suavidad. Yo he evitado ese escándalo.

Tengo necesidad de decir a Vuestra Señoría que no me he equivocado sobre el sentimiento que la ha animado. Creo profundamente que ha querido, como se digna decirlo, darme una muestra de su afecto. Es un gran consuelo en el pesar que he sentido; y este pesar hará, tengo confianza en ello, que excuse mi sinceridad.

Tengo el honor de ser, con los sentimientos del más profundo respeto, etc.

 

Louis Veuillot.

 

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