“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


viernes, 6 de mayo de 2016

Cuentos perdidos por ahí


EL CONDE LUCANOR
EJEMPLO XXVI
De lo que aconteció al árbol de la Mentira




Don Juan Manuel



Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:

-Patronio, sabed que estoy muy disgustado y dolido con unos hombres que me malquieren y son tan revoltosos y embusteros, que nunca hacen otra cosa sino mentir a mí y a todos los de­más con quienes han de hacer o decidir algo; y las mentiras que dicen las saben tan bien adornar y aprovecharse de ellas que me causan gran daño. Ellos aumentan su poderío y enfurecen a la gente contra mí. Bien podéis creer que si yo quisiera obrar de la misma manera, lo sabría hacer tan bien como ellos; mas porque yo sé que la mentira es de mala condición nunca me pagué de ella; y aho­ra, por el buen entendimiento que tenéis os ruego que me aconsejéis qué actitud he de tomar con estos hombres.

-Señor conde -dijo Patronio-, la Mentira y la Verdad se unieron en compañía y después que estuvieron así un tiempo, la Mentira, que es más acuciosa, dijo a la Verdad que sería bueno que plantasen un árbol del que tuviesen frutos y pudiesen estar a su sombra cuando hiciese calor. Y la Verdad, como es cosa sencilla y de buena vo­luntad, dijo que le agradaba.
Cuando el árbol estuvo plantado y empezó a crecer, dijo la Mentira a la Verdad que cada una de ellas tomase su parte de aquel árbol. La Menti­ra, dándole a entender con vivas y compuestas razones que la raíz es lo que da la vida y sostén al árbol y que es mejor cosa y de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que tomase las raíces del árbol que están bajo tierra. Que ella se aventuraría a tomar aquellas ramillas que iban a salir y están sobre tierra, aunque era muy peligroso, porque estaban expuestas a ser cortadas u holladas por los hombres, roídas por las bestias o destrozadas por las aves con sus picos, con sus garras o con sus patas. Podía secarlas el gran calor o quemarlas la helada; y que de todos estos peligros no tenía que sufrir ninguno la raíz. Cuando la Verdad oyó todas estas razones, como en ella no hay mucha astucia y confía y cree mucho, se fió en la Mentira, su compañera, y tuvo por verdad lo que le decía, creyendo que la Mentira la aconsejaba bien y que recibía muy buena parte. Tomó la raíz del árbol y quedó muy contenta con aquella parte. Después que la Mentira hubo llevado esto a cabo, quedó muy alegre por el engaño que había hecho a su compañera, diciéndole mentiras hermosas y com­puestas.


La Verdad se metió bajo tierra para vivir don­de estaban las raíces, que era su parte, y la Menti­ra quedó encima donde viven los hombres y an­dan las gentes y todo lo demás. Y como es muy lisonjera, al poco tiempo estaban contentos con ella. Su árbol comenzó a crecer y a echar muy grandes ramas y hojas, daba muy hermosa sombra y aparecieron muy bonitas flores de muy hermo­sos colores y muy agradables a la vista. Cuando las gentes vieron aquel árbol tan hermoso reuníanse de muy buena gana para estar a su lado y conten­tábanse mucho de su sombra. Las más de las gentes estaban siempre allí y aun los que se hallaban en otros lugares decían los unos a los otros que si querían estar regalados y alegres que fuesen a es­tar a la sombra del árbol de la Mentira.
Cuando las gentes se hallaban reunidas bajo aquel árbol, como la Mentira es muy halagadora y de mu­cha sabiduría, les causaba muchos placeres y les en­señaba su sabiduría y ellos se alegraban mucho de aprender aquel arte. De esta manera atrajo a sí a todas las gentes del mundo, a los unos les enseñaba mentiras sencillas y a los más sabios mentiras do­bles. Debéis saber que la mentira sencilla es cuando el hombre dice a otro: “Don Fulano, yo haré tal cosa por vos”, y miente en lo que dice; y la mentira do­ble es cuando le hace juramento o le rinde homena­je o le da rehenes, o pone a otros por sí para que hagan todos aquellos pactos, y al dar estas segurida­des ya ha pensado él y sabe de qué manera todo esto quedará en mentira y en engaño. Mas la menti­ra triple, que es mortalmente engañosa, es la que miente y engaña diciendo la verdad.
De esta sabiduría había tanta en la Mentira y la sabía enseñar tan bien a los que se pagaban de estar a la sombra de su árbol, que con aquella sabiduría les hacía llevar a cabo las más de las cosas que ellos querían, y nadie que no supiese aquel arte podría evitar que lo llevasen a hacer su voluntad, ya fuese por la hermosura del árbol o por el gran arte que de la Mentira aprendían. La gente deseaba estar bajo aquella sombra y aprender lo que aquella Mentira les enseñaba.
La Mentira era muy honrada y muy apreciada, la acompañaba mucha gente. El que menos se acercaba a ella y menos sabía de su arte, era menos preciado por todos, y aun él mismo se preciaba en menos. Hallándose la Mentira tan bien, la despreciada y desdichada Verdad estaba escondida bajo tierra y nadie sabía nada de ella ni la quería buscar. Ella, viendo que no le había quedado otra cosa con que mantenerse sino aquellas raíces del árbol, que era la parte que la Mentira le aconsejara to­mar, a falta de otra comida tuvo que ponerse a roer, a cortar y a sustentarse con las raíces del árbol de la Mentira. Y aunque el árbol tenía muy buenas ramas y muy anchas hojas, daba gran som­bra y muchas flores de muy vistosos colores, an­tes que pudiesen dar fruto, fueron cortadas todas las raíces, pues debió comerlas la Verdad, que no tenía otra cosa con qué alimentarse.
Cuando las raíces del árbol de la Mentira estu­vieron todas cortadas, hallándose la Mentira a la sombra de su árbol con toda la gente que apren­día aquel arte suyo, vino un viento y dio en el árbol; y como todas sus raíces estaban cortadas, fácilmente se derribó y cayó sobre la Mentira y la quebrantó de muy mala manera. Todos los que estaban aprendiendo de su arte quedaron muertos o muy mal heridos.
Y del lugar donde estaba el tronco del árbol salió la Verdad, que estaba escondida. Al estar so­bre la tierra encontró que la Mentira y todos los que a ella se habían acercado eran muy desafortu­nados y se encontraban muy mal por haber usado el arte que habían aprendido de la Mentira.
Y vos, señor conde Lucanor, ved que la Menti­ra tiene muy grandes ramas y sus flores -que son sus dichos, sus pensamientos y sus halagos- son muy placenteras. A ello se aficiona mucha gente, empero todo es sombra y nunca llegan a buen fruto. Por tanto, si aquellos contrarios vuestros usan las sabidurías y los engaños de la Mentira, guardaos de ellos cuanto pudiereis y no queráis ser su compañero en aquel arte, ni tengáis envidia de la felicidad que tienen por usarlo, pues estad seguro que les durará poco y no pueden tener buen fin. Cuando creyeren ser más dichosos, entonces les fallará, así como falló el árbol de la Mentira a los que creían ser tan afortunados a su sombra. Mas aunque la Verdad sea menospreciada, abrazaos bien a ella y apreciadla mucho, pues estad seguro que por ella seréis feliz, llegaréis a buen fin y ganaréis la gracia de Dios, para que os dé en este mundo mucho bien y mucha honra para el cuerpo, y para el alma salvamiento en el otro.
Al conde agradó mucho este consejo que Patronio le dio, lo hizo así, y se halló muy bien.
Y entendiendo don Juan que este ejemplo era bueno, lo hizo escribir en este libro e hizo los versos que dicen así:

Seguid la Verdad y de la Mentira huid
pues su mal acrecienta quien usa el mentir.


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