“Era un viejo de cabellos blancos y cara como una manzana, ojos soñadores, bigote gris. Quieto, sedentario, inofensivo, era un tipo muy común en Francia y más todavía en la Alemania católica. Todo en él, su pipa, su jarro de cerveza, sus flores, su colmena, daba idea de una paz inmemorial; pero cuando sus visitantes entraron en la sala pudieron ver la espada que colgaba del muro”.
Gilberto K. Chesterton, El hombre que fue Jueves