Francisco Bergoglio, representado en el
último carnaval italiano.
“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor
de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.
Nicolás Gómez Dávila
“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.
Padre Leonardo Castellani
miércoles, 28 de junio de 2017
miércoles, 14 de junio de 2017
El náufrago
“Tengo
que conseguir mucha madera
Tengo que conseguir de donde pueda
Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura
Con mi balsa yo me iré a naufragar”.
Tengo que conseguir de donde pueda
Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura
Con mi balsa yo me iré a naufragar”.
Había
un hombre llamado P. Robinson
Crusoe. Vivía en una remota isla de Asia.
La Isla se llamaba Neofraternidad.
El
pobre hombre se sentía muy solo, tanto que había llegado a desesperar en busca
de compañía.
A
lo lejos, en el horizonte, el pobre P. Robinson veía un gran barco llamado
“Roma Conciliar”, cuyo capitán, François Bergoglio, le había enviado un mensaje
invitándolo a ser parte de la tripulación de la nave. Así dejaría de estar tan
solo y aislado.
Es
cierto que el barco estaba apestado, la plaga del SIDA hacía estragos, y viendo
las costumbres promiscuas de la mayoría de sus tripulantes, era difícil que el
P. Robinson pudiera no ser contagiado. Todos los días se veía morir gente sobre
la nave.
Pero
P. Robinson pensó que si había la “Sociedad de los Salvadores” reconocida por François Hollande, ¿por qué
los “neofraternitarios” no podrían estar bajo el amparo de François Bergoglio? ¿Y acaso debería él
pedirle un certificado de sanidad al capitán del barco? Si el capitán estaba contagiado, eso no
significaba que no pudiera transportar a P. Robinson y los solitarios
neo-fraternitarios. Ellos viajarían en un rincón de la nave, permaneciendo tal
como son, mientras el misericordiador Capitán François conducía el timón del
barco por los mares de la periferia del mundo.
Así
fue como, en medio de su desesperada soledad, P. Robinson escribió una larga
carta con todo tipo de razones para que todos apoyaran su deseo de salir de la
isla y ser parte de la tripulación del majestuoso barco romano. En vano se le
informó que no había cura para el SIDA, o que el capitán del barco y los
oficiales no hacían nada por curar la enfermedad, sino que más bien la
propagaban. En vano se le mostró que sobre el barco reinaban el caos, los
abusos, las injusticias, la mentira, la corrupción. P. Robinson no entendía
razones. Él miraba al horizonte y veía siempre al barco, tan imponente, que
parecía estar esperándolo. De hecho, un bote salvavidas fue procurado por el
capitán, y comenzó a acercarse a la isla.
¡Robinson
estaba salvado!
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La
historia verdadera, aún sin el final trágico que se avizora, puede leerse a
continuación:
ARTÍCULO DESCARADAMENTE ACUERDISTA DEL
DISTRITO DE ASIA DE LA FSSPX
LA UNIDAD DE FE CON EL PAPA FRANCISCO Y EL RECONOCIMIENTO CANÓNICO DE LA
FSSPX
En este artículo, publicado con el permiso de la Casa General de la
FSSPX en Menzingen, el P. Paul Robinson aborda la cuestión de si el Papa debe
tener la fe de un tradicionalista [nótese esta expresión “la fe de un tradicionalista”. Esta es
-simplemente- la fe católica] para que sea correcto para la FSSPX recibir de él el
reconocimiento canónico.
Introducción
En el debate acerca de si la FSSPX debe aceptar una prelatura personal
del pontificado del Papa Francisco, algunos han opinado que la FSSPX no debería
considerar si el reconocimiento canónico es oportuno o prudente; sino que más
bien, la verdadera pregunta que debería ser planteada es si la FSSPX y el Papa
Francisco comparten la misma finalidad y tienen la misma fe. De ser así,
entonces y sólo entonces podría ser correcto en principio, permitiéndonos
discernir si también es prudente.
La posición implícita de aquellos que expresan esta opinión, es que el
Papa Francisco no tiene la misma fe o la misma finalidad de la FSSPX, y por lo
tanto sería en principio un error aceptar el reconocimiento canónico bajo el
pontificado del Papa Francisco. No solo eso, sería ilógico, pues “establecer
unidad legal sin unidad real sería… contradictorio”.
Este artículo tratará de mostrar que, en principio, no es un error
aceptar el reconocimiento canónico de un Papa modernista, y también tratar de
determinar un criterio por el cual se puede determinar el grado en que la
colaboración con un Papa modernista es aceptable. Este artículo no considerará
si es prudente, en las circunstancias actuales, aceptar la prelatura personal
del Papa Francisco por parte de la FSSPX.
La Historia de la FSSPX
El primer hecho a destacar acerca de la posición mencionada es que va en
contra del espíritu que anima toda la historia de la FSSPX. Hagamos una breve
reseña de esa historia para ver que tal es el caso.
No parece muy difícil establecer que el Papa Paulo VI tenía fuertes
tendencias modernistas. Aun así la FSSPX fue erigida canónicamente bajo el
pontificado de Paulo VI y fue reconocida como pía unión desde 1970 a 1975. Así,
por lo menos en la mente del Arzobispo, no puede estar mal, en todas las
circunstancias, el colaborar con un Papa modernista al grado de tener una
estructura canónica bajo su autoridad. [El P. Robinson no toma en cuenta que en 1970, año de la
fundación de la FSSPX, la Iglesia recién empezaba a sumergirse en las tinieblas
de la espantosa crisis inaugurada con el concilio Vaticano II. A medida que se
producían los cambios y a medida que se consolidaba y se acentuaba más y más el
proceso de autodemolición en la Iglesia, Monseñor Lefebvre iba endureciendo, progresivamente
también, su postura ante la Roma ocupada por los herejes modernistas]
Los acontecimientos que llevaron a 1988 son tal vez los más ilustrativos
en este sentido. Cuando se entiende que Monseñor Lefebvre estaba esperando
señales de que debía consagrar obispos y que después de recibir dos de esas
señales bajo la forma de escándalos modernistas por parte de Roma, fue entonces
a Roma buscando un reconocimiento canónico; uno debería sacar el principio
general: los escándalos modernistas, por sí mismos, no son un obstáculo para
recibir el reconocimiento canónico de manos de los que perpetraron esos
escándalos. [Si
el P. Robinson tiene razón, Mons. Lefebvre se equivocó cuando escribió esto al
final de su vida y como conclusión de lo relativo al tema de las relaciones con
Roma: “Los sacerdotes que quieren permanecer católicos, tienen el
estricto deber de separarse de la iglesia conciliar, hasta que ella redescubra
la Tradición de la Iglesia y la Fe católica”. (Mons. Lefebvre en
“Itinerario Espiritual”, que es el último libro de Monseñor y, por eso, la
manifestación de su última y definitiva voluntad). Noten, a propósito, que la
expresión “iglesia conciliar” no figura nunca en este texto acuerdista de la
FSSPX. También se equivocó el capítulo general del 2006: "Los
contactos que mantiene la Fraternidad esporádicamente con las autoridades
romanas tienen como único objeto ayudarles a que hagan otra vez suya la
Tradición, de la que la Iglesia no puede renegar sin perder su identidad, y no
para lograr una ventaja para sí misma ni para llegar a un imposible
“acuerdo” puramente práctico"
sábado, 10 de junio de 2017
Vení tal como sos
Últimamente, la empresa yanqui de comida chatarra más famosa del mundo, McDonalds ®, ha lanzado en Francia
una nueva campaña publicitaria. Sus imágenes quieren dar cuenta de su amplitud,
pluralidad, liberalidad y tolerancia, mostrando todo tipo de personas
extravagantes o monstruosas –muchas en actitudes pecaminosas o groseras-, a las
que invita a concurrir a sus locales a consumir sus grasientas hamburguesas y
sus aguachentas cocacolas bajo este slogan: “Venez comme vous êtes”, esto es decir en castellano:
VEN COMO ERES.
Últimamente, la FSSPX ®,
mediante el P. Bouchacourt, ha lanzado
en Francia una nueva campaña acuerdista para ser aceptados por la Roma
modernista (que expende doctrina chatarra peor que la de McDonalds), bajo el
slogan “Tels que nous
sommes”, esto es: TAL COMO SOMOS (puede verse acá).
Cierto
que alguna vez Mons. Lefebvre jr. dijo tal cosa, en lejanos tiempos, pero luego
Mons. Lefebvre sr. comprendió perfectamente que eso era insostenible, y que la
guerra con los modernistas era a muerte. Aprendió a los golpes, podría decirse.
Y una vez dado el propio golpe a la Roma modernista, con las
consagraciones episcopales de 1988, refrendó tal posición hasta el fin de su
vida.
Si Mons. Lefebvre realizó las consagraciones
episcopales es porque no podía aceptar “tal como es” a la jerarquía de la
Iglesia. He allí el meollo del asunto: lo
que Roma es. Y Roma es apóstata y modernista.
Por aquellos tiempos Mons. Lefebvre decía que
aunque Roma le diese todo lo que pidiese, la Fraternidad no podía colaborar con
ella porque trabajaban en direcciones opuestas: Roma para la descristianización
de la sociedad, la Fraternidad para lo contrario.
Hoy la Neo-Fraternidad, independientemente de lo
que Roma es y de lo que Roma hace, pide, como los energúmenos publicitarios de
McDonalds, ser aceptada en su “diferencia”. Roma, desde luego, es capaz de
lanzar una campaña publicitaria –de hecho es lo que ha venido haciendo con la
Fraternidad con su diálogo y ecumenismo- diciendo: “Ven como eres”. Y la
Fraternidad –pobre, tan acomplejada ella por ser distinta y que no la reconozcan- ha mordido el anzuelo.
El P. Bouchacourt acaba de dar
una nueva muestra de lo que es la
Neo-Fraternidad San Pío X.
¿Por qué no pueden aceptar
“tales como son” a los que están en la Resistencia, y sí a los romanos
modernistas? ¿Por qué no pudieron aceptar “tales como son” a los siete
sacerdotes que recientemente hicieron una carta disidente y sí a los romanos
conciliares? ¿Roma debe tolerar a la Neo-Fraternidad, y ella no quiere tolerar
a los otros? Su tolerancia para con
los modernistas y su intolerancia
para con los antiliberales es propiamente obra de una mente religiosamente McDonalizada, que hace mucho tiempo
comenzó a echar agua al vino (la doctrina), y luego empezó a meterle cocacola.
Al final, terminarán echándole un poquito de vino a la cocacola.
Tendrán que tragarse todo lo
que les den en el McDonalds modernista romano. Tales como ahora son. Désolé.
Posibles publicidades romanas:
Roma recibirá a la Fraternidad tal como es:
El macaneo
Macaneo.
“Nosotros, que vivimos en el país de
los macaneadores, es decir, de los confusos, los confundidos y los
confusonarios, conocemos ese mal: es el que puede traer la perdición del país.
El macaneo es una palabra argentina y es también una industria nacional, quizás
la más floreciente que tenemos: dudo que haya en el mundo, sin exceptuar el
Uruguay, país más productor de macaneo y más confusionado actualmente que el
nuestro. Cuando la confusión se extiende a la cosa religiosa, ese fenómeno es
fatal”.
P. Castellani, Domingueras prédicas II, Pág. 231.
Un poco a la
manera de aquellos procesos naturales llamados «de sustitución sucesiva», en
que una sustancia suplanta a otra conservando sus accidentes (un ejemplo de
esto es la fosilización) y que de un modo absoluto y único, sobrenatural por su
causa y por su efecto, se da en la Eucaristía, así debía llegar un momento para
la iglesia infiltrada, para la iglesia clandestina promovida en rauda
sustitución de la Católica, en que aquélla diera al traste con las formas para
aparecer al fin en toda su desnudez, sin subterfugios, con su rey desnudo
proclamando la inminencia de su «iglesia pobre para los pobres». Nescis quia tu es miser et miserabilis et pauper et caecus et nudus. Serían los tiempos del papa peronista, última e
insospechada encarnación del princeps tal como lo concibiera
la funesta contra-tradición política que nos viene de Marsilio de Padua y
Maquiavelo, elevado esta vez al gobierno eclesiástico. Algo así, muy a su
manera, como la simbiosis de las dos espadas: un pontífice, si tanto, que asume
las mañas de los tiranuelos de republiqueta, haciendo tabla rasa de la constitución
divina y las prerrogativas de la Iglesia y barriendo la casa con escoba de
acero, al par que infligiendo papocesárea injerencia en la política de los
Estados, trátese de las campañas electorales o los convenios por el cambio
climático. Es la sorprendente proyección universal de un tipo humano criado en
el caldo de la sociedad porteña del siglo XX en el período en el que confluía
la primera generación de hijos de inmigrantes transmarinos ávidos de
"hacer la América" con la migración interna de los "cabecitas
negras", ese confuso entrevero humano listo para elevar a líderes con
agudo sentido de la oportunidad y desordenado amor propio.
De acá, de este cambalache social no muy apto
para el ocio meditativo y para la alta filosofía, un joven Bergoglio habrá
hecho carne aquel axioma de Juan Domingo que reza que «la única verdad es la
realidad», y que pese a su imprecisión pudiera interpretarse en clave
realista si la metafísica peronista no se caracterizara por suplir la categoría
de sustancia por la de conveniencia. Ese rabioso pragmatismo (que supone un
anti-intelectualismo, un escepticismo inconmovible, y que impregna desde la
base toda la aprehensión de la realidad de un sujeto así conformado) es el que
se manifiesta en un Francisco dispuesto -según propia confesión- a encerrar a
los teólogos en una isla con tal de que lo dejen avanzar en la síntesis
ecuménica con los protestantes; el que truena contra los «especialistas del
Logos» y el mismo que declara por escrito, para rubor del fondo blanco de la página,
que «no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse
siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que
expresen un contenido absolutamente invariable». Lo suyo, su «evangelio»
que corrige al de Nuestro Señor, es el de los vendedores de seguros que siempre
esbozan una sonrisa para ofrecer un accesible lenitivo a las ásperas contiendas
sublunares. Humano, demasiado humano (como el pecado consentido, la ofuscación
de la conciencia y la impostura entronizada), a Francisco le importa ante todo
«escuchar los latidos de este tiempo y percibir el “olor” de los hombres de
hoy»: nada de proclamar la Verdad y condenar el error; nada de señalar
a «los hombres de hoy» lo que la Iglesia debe enseñar a los hombres de siempre.
Porque -según lo testimonia con inobjetable rigor documental el libro que
tratamos- para Francisco poco importa la religión que se profese cuanto nuestra
«humanidad común» con budistas, animistas y ateos.
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