“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


miércoles, 14 de junio de 2017

El náufrago


“Tengo que conseguir mucha madera
Tengo que conseguir de donde pueda
Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura
Con mi balsa yo me iré a naufragar”.



Había un hombre llamado P. Robinson Crusoe. Vivía en una remota isla de Asia. La Isla se llamaba Neofraternidad.

El pobre hombre se sentía muy solo, tanto que había llegado a desesperar en busca de compañía.

A lo lejos, en el horizonte, el pobre P. Robinson veía un gran barco llamado “Roma Conciliar”, cuyo capitán, François Bergoglio, le había enviado un mensaje invitándolo a ser parte de la tripulación de la nave. Así dejaría de estar tan solo y aislado.

Es cierto que el barco estaba apestado, la plaga del SIDA hacía estragos, y viendo las costumbres promiscuas de la mayoría de sus tripulantes, era difícil que el P. Robinson pudiera no ser contagiado. Todos los días se veía morir gente sobre la nave.

Pero P. Robinson pensó que si había la “Sociedad de los Salvadores” reconocida por François Hollande, ¿por qué los “neofraternitarios” no podrían estar bajo el amparo de François Bergoglio? ¿Y acaso debería él pedirle un certificado de sanidad al capitán del barco?  Si el capitán estaba contagiado, eso no significaba que no pudiera transportar a P. Robinson y los solitarios neo-fraternitarios. Ellos viajarían en un rincón de la nave, permaneciendo tal como son, mientras el misericordiador Capitán François conducía el timón del barco por los mares de la periferia del mundo.

Así fue como, en medio de su desesperada soledad, P. Robinson escribió una larga carta con todo tipo de razones para que todos apoyaran su deseo de salir de la isla y ser parte de la tripulación del majestuoso barco romano. En vano se le informó que no había cura para el SIDA, o que el capitán del barco y los oficiales no hacían nada por curar la enfermedad, sino que más bien la propagaban. En vano se le mostró que sobre el barco reinaban el caos, los abusos, las injusticias, la mentira, la corrupción. P. Robinson no entendía razones. Él miraba al horizonte y veía siempre al barco, tan imponente, que parecía estar esperándolo. De hecho, un bote salvavidas fue procurado por el capitán, y comenzó a acercarse a la isla.

¡Robinson estaba salvado!

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La historia verdadera, aún sin el final trágico que se avizora, puede leerse a continuación:




ARTÍCULO DESCARADAMENTE ACUERDISTA DEL DISTRITO DE ASIA DE LA FSSPX


LA UNIDAD DE FE CON EL PAPA FRANCISCO Y EL RECONOCIMIENTO CANÓNICO DE LA FSSPX


FUENTE (comentarios en color rojo añadidos por NP)

En este artículo, publicado con el permiso de la Casa General de la FSSPX en Menzingen, el P. Paul Robinson aborda la cuestión de si el Papa debe tener la fe de un tradicionalista [nótese esta expresión “la fe de un tradicionalista”. Esta es -simplemente- la fe católica] para que sea correcto para la FSSPX recibir de él el reconocimiento canónico.

Introducción

En el debate acerca de si la FSSPX debe aceptar una prelatura personal del pontificado del Papa Francisco, algunos han opinado que la FSSPX no debería considerar si el reconocimiento canónico es oportuno o prudente; sino que más bien, la verdadera pregunta que debería ser planteada es si la FSSPX y el Papa Francisco comparten la misma finalidad y tienen la misma fe. De ser así, entonces y sólo entonces podría ser correcto en principio, permitiéndonos discernir si también es prudente.

La posición implícita de aquellos que expresan esta opinión, es que el Papa Francisco no tiene la misma fe o la misma finalidad de la FSSPX, y por lo tanto sería en principio un error aceptar el reconocimiento canónico bajo el pontificado del Papa Francisco. No solo eso, sería ilógico, pues “establecer unidad legal sin unidad real sería… contradictorio”.

Este artículo tratará de mostrar que, en principio, no es un error aceptar el reconocimiento canónico de un Papa modernista, y también tratar de determinar un criterio por el cual se puede determinar el grado en que la colaboración con un Papa modernista es aceptable. Este artículo no considerará si es prudente, en las circunstancias actuales, aceptar la prelatura personal del Papa Francisco por parte de la FSSPX.

La Historia de la FSSPX

El primer hecho a destacar acerca de la posición mencionada es que va en contra del espíritu que anima toda la historia de la FSSPX. Hagamos una breve reseña de esa historia para ver que tal es el caso.

No parece muy difícil establecer que el Papa Paulo VI tenía fuertes tendencias modernistas. Aun así la FSSPX fue erigida canónicamente bajo el pontificado de Paulo VI y fue reconocida como pía unión desde 1970 a 1975. Así, por lo menos en la mente del Arzobispo, no puede estar mal, en todas las circunstancias, el colaborar con un Papa modernista al grado de tener una estructura canónica bajo su autoridad. [El P. Robinson no toma en cuenta que en 1970, año de la fundación de la FSSPX, la Iglesia recién empezaba a sumergirse en las tinieblas de la espantosa crisis inaugurada con el concilio Vaticano II. A medida que se producían los cambios y a medida que se consolidaba y se acentuaba más y más el proceso de autodemolición en la Iglesia, Monseñor Lefebvre iba endureciendo, progresivamente también, su postura ante la Roma ocupada por los herejes modernistas]

Los acontecimientos que llevaron a 1988 son tal vez los más ilustrativos en este sentido. Cuando se entiende que Monseñor Lefebvre estaba esperando señales de que debía consagrar obispos y que después de recibir dos de esas señales bajo la forma de escándalos modernistas por parte de Roma, fue entonces a Roma buscando un reconocimiento canónico; uno debería sacar el principio general: los escándalos modernistas, por sí mismos, no son un obstáculo para recibir el reconocimiento canónico de manos de los que perpetraron esos escándalos[Si el P. Robinson tiene razón, Mons. Lefebvre se equivocó cuando escribió esto al final de su vida y como conclusión de lo relativo al tema de las relaciones con Roma: Los sacerdotes que quieren permanecer católicos, tienen el estricto deber de separarse de la iglesia conciliar, hasta que ella redescubra la Tradición de la Iglesia y la Fe católica. (Mons. Lefebvre en “Itinerario Espiritual”, que es el último libro de Monseñor y, por eso, la manifestación de su última y definitiva voluntad). Noten, a propósito, que la expresión “iglesia conciliar” no figura nunca en este texto acuerdista de la FSSPX. También se equivocó el capítulo general del 2006: "Los contactos que mantiene la Fraternidad esporádicamente con las autoridades romanas tienen como único objeto ayudarles a que hagan otra vez suya la Tradición, de la que la Iglesia no puede renegar sin perder su identidad, y no para lograr una ventaja para sí misma ni para llegar a un imposible “acuerdo” puramente práctico"

sábado, 10 de junio de 2017

Vení tal como sos



Últimamente, la empresa yanqui de comida chatarra más famosa del mundo, McDonalds ®, ha lanzado en Francia una nueva campaña publicitaria. Sus imágenes quieren dar cuenta de su amplitud, pluralidad, liberalidad y tolerancia, mostrando todo tipo de personas extravagantes o monstruosas –muchas en actitudes pecaminosas o groseras-, a las que invita a concurrir a sus locales a consumir sus grasientas hamburguesas y sus aguachentas cocacolas bajo este slogan: Venez comme vous êtes, esto es decir en castellano: VEN COMO ERES.



Últimamente, la FSSPX ®, mediante el P. Bouchacourt, ha lanzado en Francia una nueva campaña acuerdista para ser aceptados por la Roma modernista (que expende doctrina chatarra peor que la de McDonalds), bajo el slogan Tels que nous sommes”, esto es: TAL COMO SOMOS (puede verse acá).

Cierto que alguna vez Mons. Lefebvre jr. dijo tal cosa, en lejanos tiempos, pero luego Mons. Lefebvre sr. comprendió perfectamente que eso era insostenible, y que la guerra con los modernistas era a muerte. Aprendió a los golpes, podría decirse. Y una vez dado el propio golpe a la Roma modernista, con las consagraciones episcopales de 1988, refrendó tal posición hasta el fin de su vida.

Si Mons. Lefebvre realizó las consagraciones episcopales es porque no podía aceptar “tal como es” a la jerarquía de la Iglesia. He allí el meollo del asunto: lo que Roma es. Y Roma es apóstata y modernista.

Por aquellos tiempos Mons. Lefebvre decía que aunque Roma le diese todo lo que pidiese, la Fraternidad no podía colaborar con ella porque trabajaban en direcciones opuestas: Roma para la descristianización de la sociedad, la Fraternidad para lo contrario.

Hoy la Neo-Fraternidad, independientemente de lo que Roma es y de lo que Roma hace, pide, como los energúmenos publicitarios de McDonalds, ser aceptada en su “diferencia”. Roma, desde luego, es capaz de lanzar una campaña publicitaria –de hecho es lo que ha venido haciendo con la Fraternidad con su diálogo y ecumenismo- diciendo: “Ven como eres”. Y la Fraternidad –pobre, tan acomplejada ella por ser distinta y que no la reconozcan- ha mordido el anzuelo.

El P. Bouchacourt acaba de dar una nueva muestra de lo que es la Neo-Fraternidad San Pío X.

¿Por qué no pueden aceptar “tales como son” a los que están en la Resistencia, y sí a los romanos modernistas? ¿Por qué no pudieron aceptar “tales como son” a los siete sacerdotes que recientemente hicieron una carta disidente y sí a los romanos conciliares? ¿Roma debe tolerar a la Neo-Fraternidad, y ella no quiere tolerar a los otros? Su tolerancia para con los modernistas y su intolerancia para con los antiliberales es propiamente obra de una mente religiosamente McDonalizada, que hace mucho tiempo comenzó a echar agua al vino (la doctrina), y luego empezó a meterle cocacola. Al final, terminarán echándole un poquito de vino a la cocacola.

Tendrán que tragarse todo lo que les den en el McDonalds modernista romano. Tales como ahora son. Désolé.

  
Posibles publicidades romanas:



Roma recibirá a la Fraternidad tal como es:





El macaneo



Macaneo.


“Nosotros, que vivimos en el país de los macaneadores, es decir, de los confusos, los confundidos y los confusonarios, conocemos ese mal: es el que puede traer la perdición del país. El macaneo es una palabra argentina y es también una industria nacional, quizás la más floreciente que tenemos: dudo que haya en el mundo, sin exceptuar el Uruguay, país más productor de macaneo y más confusionado actualmente que el nuestro. Cuando la confusión se extiende a la cosa religiosa, ese fenómeno es fatal”.


P. Castellani, Domingueras prédicas II, Pág. 231.



Un comentario interesante sobre Francisco, acá :

Un poco a la manera de aquellos procesos naturales llamados «de sustitución sucesiva», en que una sustancia suplanta a otra conservando sus accidentes (un ejemplo de esto es la fosilización) y que de un modo absoluto y único, sobrenatural por su causa y por su efecto, se da en la Eucaristía, así debía llegar un momento para la iglesia infiltrada, para la iglesia clandestina promovida en rauda sustitución de la Católica, en que aquélla diera al traste con las formas para aparecer al fin en toda su desnudez, sin subterfugios, con su rey desnudo proclamando la inminencia de su «iglesia pobre para los pobres». Nescis quia tu es miser et miserabilis et pauper et caecus et nudus. Serían los tiempos del papa peronista, última e insospechada encarnación del princeps tal como lo concibiera la funesta contra-tradición política que nos viene de Marsilio de Padua y Maquiavelo, elevado esta vez al gobierno eclesiástico. Algo así, muy a su manera, como la simbiosis de las dos espadas: un pontífice, si tanto, que asume las mañas de los tiranuelos de republiqueta, haciendo tabla rasa de la constitución divina y las prerrogativas de la Iglesia y barriendo la casa con escoba de acero, al par que infligiendo papocesárea injerencia en la política de los Estados, trátese de las campañas electorales o los convenios por el cambio climático. Es la sorprendente proyección universal de un tipo humano criado en el caldo de la sociedad porteña del siglo XX en el período en el que confluía la primera generación de hijos de inmigrantes transmarinos ávidos de "hacer la América" con la migración interna de los "cabecitas negras", ese confuso entrevero humano listo para elevar a líderes con agudo sentido de la oportunidad y desordenado amor propio. 


De acá, de este cambalache social no muy apto para el ocio meditativo y para la alta filosofía, un joven Bergoglio habrá hecho carne aquel axioma de Juan Domingo que reza que «la única verdad es la realidad», y que pese a su imprecisión pudiera interpretarse en clave realista si la metafísica peronista no se caracterizara por suplir la categoría de sustancia por la de conveniencia. Ese rabioso pragmatismo (que supone un anti-intelectualismo, un escepticismo inconmovible, y que impregna desde la base toda la aprehensión de la realidad de un sujeto así conformado) es el que se manifiesta en un Francisco dispuesto -según propia confesión- a encerrar a los teólogos en una isla con tal de que lo dejen avanzar en la síntesis ecuménica con los protestantes; el que truena contra los «especialistas del Logos» y el mismo que declara por escrito, para rubor del fondo blanco de la página, que «no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable». Lo suyo, su «evangelio» que corrige al de Nuestro Señor, es el de los vendedores de seguros que siempre esbozan una sonrisa para ofrecer un accesible lenitivo a las ásperas contiendas sublunares. Humano, demasiado humano (como el pecado consentido, la ofuscación de la conciencia y la impostura entronizada), a Francisco le importa ante todo «escuchar los latidos de este tiempo y percibir el “olor” de los hombres de hoy»: nada de proclamar la Verdad y condenar el error; nada de señalar a «los hombres de hoy» lo que la Iglesia debe enseñar a los hombres de siempre. Porque -según lo testimonia con inobjetable rigor documental el libro que tratamos- para Francisco poco importa la religión que se profese cuanto nuestra «humanidad común» con budistas, animistas y ateos.


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