“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


sábado, 16 de agosto de 2014

Peronísimo





“Discurso de la diputada nacional señora Dominga Isidora Ortiz”

Citado en el libro “Evita íntima” de Vera Pichel, editorial Planeta, Bs. As., 1993 (comenta entre paréntesis El Rústico):

Señor presidente: han de ser las mías las más humildes palabras (¡menos mal!) que se hayan escuchado en el Parlamento argentino. No podrán tener ellas el corte parlamentario con que mis compañeros se han colocado a la altura de este Honorable Congreso (¿cuál será esa altura?); y no podrá ser, señor presidente, porque quien habla ha sido solamente, hasta hace poco tiempo –y me honro en declararlo-, una humildísima maestra santiagueña, una humildísima (otra vez superlativo, menos mal que es humilde) maestra campesina de la más pobre escuelita de la selva santiagueña, que por uno de esos milagros del peronismo (sic), ha venido a ocupar esta banca a la que no deshonrará jamás.
Señor presidente: creo que es divino el destino de cada argentino de bien en esta hora decisiva de la patria (¿qué habrá querido decir?), y por eso ha sido de Dios el designio de que mis primeras palabras en este recinto estén destinadas a apoyar un proyecto de elevar un monumento físico a la mujer que lo tiene erigido espiritualmente en el alma nacional. Y digo que es un designio divino porque jamás se pudo haber dado un motivo más caro a mi corazón que el de poder hablar, en este magno recinto y en nombre de los argentinos de mi querida provincia, de la mujer más excelsa de todos los tiempos (sic): Eva Perón (o sea que piensa que Dios quiso que se hiciera un monumento para adorar a una mujer, y no a Él).
Un monumento, sólo uno... ¡Qué modestos estuvieron en su proyecto, señor presidente! Porque Eva Perón no es sólo acreedora de un monumento, sino de millares (sic) que adornen ciudades, que engalanen escuelas, hospitales, hogares y paseos (se olvidó de las canchas de fútbol, los cines y los hipódromos, ¡claro!, y las iglesias!); que bordeen caminos, que custodien los bosques y los valles, que se reflejen en el agua de nuestros ríos (¡¡!!) y coronen las cúspides de las montañas de la patria! (¿y por qué no llamarla “República Eva Perón”?). Aun más, señor presidente: que su imagen mil veces bendita (sic) ocupe un lugar de privilegio en el corazón de cada argentino, porque sólo así sabremos ser reconocidos a la Divina providencia (¡adorando a un ser humano!) que, generosamente, dotó a nuestra patria con la mujer, después de la Madre de Dios, la más excelsa, la más sublime y la más magnánima de todos los tiempos y de todas las patrias del orbe (recontrasic. ¿Qué le quedaría por decir de Perón, entonces, a quien la más etc. mujer trataba del mismo modo?).
 (...) El general Perón, sol que alboreó (¡ya me parecía!) un 4 de junio de 1943, que llegó al cenit un 17 de octubre, que iluminó (¡basta!) un venturoso 24 de febrero y cuyos patrióticos destellos disiparon para siempre en un 11 de noviembre las sombras nefastas de la oligarquía y la antipatria (parece que para siempre no fue), brilla majestuoso y soberano en el límpido cielo de esta nueva Argentina justicialista y seguirá brillando hasta incendiar todas las almas argentinas (y alguna que otra iglesia también), porque sólo así estaremos seguros de que la semilla de redención social fructificará en hermosas y permanentes realidades de las que gozaremos hasta nuestros últimos días y de las que usufructuarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos (¡el paraíso terrenal de los comunistas ha llegado!).
(...) Bien sabemos, señor presidente, que los detractores de la santa doctrina justicialista (sic), y por ende los de su creador genial, el Libertador de la Patria (no podía ser menos) el general Perón, cuya clarinada de justicia social resuena allende las fronteras de la Patria, que los detractores de nuestra amada (y babeada) abanderada, la jefa espiritual de los argentinos, la excelsa señora Eva Perón; sabemos, he dicho, que ellos, los tránsfugas, los renegados, nos tachan de fanáticos a los que así defendemos la santa doctrina peronista (idólatras, habría que decir).
(...) Un monumento a Eva Perón (que gracias a Dios no se hizo), señor presidente, es lo que el pueblo de la Patria reclama de este parlamento (¿todo el pueblo?); y nosotros, que estamos aquí representando al pueblo, al verdadero pueblo (que para ella sólo el peronista es), único soberano en esta nueva Argentina (dejemos afuera a Dios nuestro Señor), debemos aprobar este proyecto porque no podemos defraudarlo en sus más nobles anhelos.
(...) A través de “La razón de mi vida” se abrirá la luz de la justicia social brillando con destellos luminosos (sic), por más que algún gobernante de algún Estado extranjero tema exponerlo a los ojos de su pueblo.
De ese libro, señor presidente, que por sí solo es un monumento a la justicia social (y este discurso es un monumento a la idiotez mayúscula), estamos orgullosos los argentinos. Ese libro, que es un nuevo evangelio de paz (¡sic!), de justicia, de mansedumbre (justo Evita), y de amor, llegará, pese a quien pese (¿y caiga quien caiga?) a endulzar el alma de todos los hogares proletarios de la tierra (¡pobre Marx, lo han desbancado!) para que de una vez por todas se termine la explotación del hombre por el hombre en beneficio de inhumanos imperialismos capitalistas.
“La razón de mi vida” llegará, sí, señor presidente, y llegará precisamente a aquellos países que le cierran sus puertas, como le cerraron a Cristo la de Jerusalén (¡esto es demasiado!) (...) “La razón de mi vida”, de Eva Perón (que no escribió Eva Perón), es el libro más excelso que haya visto la luz (super-recontra-sic).
(...) Para terminar, señor presidente, (...) pido que nos pongamos de pie e inclinemos reverentes la cerviz ante el nombre sagrado de Eva Perón (¡¡¡¡!!!!)

Ésta era la Argentina de Perón, esa era y sigue siendo la enfermedad llamada peronismo. ¡País apóstata, egocéntrico, idólatra y retardado!

Gracias a Dios que tuvimos a un Castellani.



Lo que no fue





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