“Discurso de la diputada nacional señora Dominga Isidora Ortiz”
Citado en el libro “Evita íntima” de Vera Pichel, editorial Planeta, Bs.
As., 1993 (comenta entre paréntesis El Rústico):
Señor presidente: han de ser las mías las más
humildes palabras (¡menos mal!) que se hayan escuchado
en el Parlamento argentino. No podrán tener ellas el corte parlamentario con
que mis compañeros se han colocado a la altura de este Honorable Congreso (¿cuál será esa altura?); y no podrá ser, señor
presidente, porque quien habla ha sido solamente, hasta hace poco tiempo –y me
honro en declararlo-, una humildísima maestra santiagueña, una humildísima (otra vez superlativo, menos mal que es humilde)
maestra campesina de la más pobre escuelita de la selva santiagueña, que por
uno de esos milagros del peronismo (sic), ha
venido a ocupar esta banca a la que no deshonrará jamás.
Señor presidente: creo que es divino el destino de
cada argentino de bien en esta hora decisiva de la patria (¿qué habrá querido decir?), y por eso ha sido de Dios
el designio de que mis primeras palabras en este recinto estén destinadas a
apoyar un proyecto de elevar un monumento físico a la mujer que lo tiene
erigido espiritualmente en el alma nacional. Y digo que es un designio divino
porque jamás se pudo haber dado un motivo más caro a mi corazón que el de poder
hablar, en este magno recinto y en nombre de los argentinos de mi querida
provincia, de la mujer más excelsa de todos los tiempos (sic): Eva Perón (o sea que piensa que Dios
quiso que se hiciera un monumento para adorar a una mujer, y no a Él).
Un monumento, sólo uno... ¡Qué modestos estuvieron
en su proyecto, señor presidente! Porque Eva Perón no es sólo acreedora de un
monumento, sino de millares (sic) que adornen
ciudades, que engalanen escuelas, hospitales, hogares y paseos (se olvidó de las canchas de fútbol, los cines y los
hipódromos, ¡claro!, y las iglesias!); que bordeen caminos, que
custodien los bosques y los valles, que se reflejen en el agua de nuestros ríos
(¡¡!!) y coronen las cúspides de las montañas de
la patria! (¿y por qué no llamarla “República Eva
Perón”?). Aun más, señor presidente: que su imagen mil veces bendita (sic) ocupe un lugar de privilegio en el corazón de
cada argentino, porque sólo así sabremos ser reconocidos a la Divina
providencia (¡adorando a un ser humano!) que,
generosamente, dotó a nuestra patria con la mujer, después de la Madre de Dios,
la más excelsa, la más sublime y la más magnánima de todos los tiempos y de todas
las patrias del orbe (recontrasic. ¿Qué le quedaría por
decir de Perón, entonces, a quien la más etc. mujer trataba del mismo modo?).
(...) El
general Perón, sol que alboreó (¡ya me parecía!) un
4 de junio de 1943, que llegó al cenit un 17 de octubre, que iluminó (¡basta!) un venturoso 24 de febrero y cuyos
patrióticos destellos disiparon para siempre en un 11 de noviembre las sombras
nefastas de la oligarquía y la antipatria (parece que
para siempre no fue), brilla majestuoso y soberano en el límpido cielo
de esta nueva Argentina justicialista y seguirá brillando hasta incendiar todas
las almas argentinas (y alguna que otra iglesia
también), porque sólo así estaremos seguros de que la semilla de
redención social fructificará en hermosas y permanentes realidades de las que
gozaremos hasta nuestros últimos días y de las que usufructuarán nuestros hijos
y los hijos de nuestros hijos (¡el paraíso terrenal de
los comunistas ha llegado!).
(...) Bien sabemos, señor presidente, que los
detractores de la santa doctrina justicialista (sic),
y por ende los de su creador genial, el Libertador de la Patria (no podía ser menos) el general Perón, cuya clarinada
de justicia social resuena allende las fronteras de la Patria, que los
detractores de nuestra amada (y babeada) abanderada,
la jefa espiritual de los argentinos, la excelsa señora Eva Perón; sabemos, he
dicho, que ellos, los tránsfugas, los renegados, nos tachan de fanáticos a los
que así defendemos la santa doctrina peronista (idólatras,
habría que decir).
(...) Un monumento a Eva Perón (que gracias a Dios no se hizo), señor presidente, es
lo que el pueblo de la Patria reclama de este parlamento (¿todo el pueblo?); y nosotros, que estamos aquí
representando al pueblo, al verdadero pueblo (que para
ella sólo el peronista es), único soberano en esta nueva Argentina (dejemos afuera a Dios nuestro Señor), debemos aprobar
este proyecto porque no podemos defraudarlo en sus más nobles anhelos.
(...) A través de “La razón de mi vida” se abrirá
la luz de la justicia social brillando con destellos luminosos (sic), por más que algún gobernante de algún Estado
extranjero tema exponerlo a los ojos de su pueblo.
De ese libro, señor presidente, que por sí solo es
un monumento a la justicia social (y este discurso es
un monumento a la idiotez mayúscula), estamos orgullosos los argentinos.
Ese libro, que es un nuevo evangelio de paz (¡sic!),
de justicia, de mansedumbre (justo Evita), y de
amor, llegará, pese a quien pese (¿y caiga quien
caiga?) a endulzar el alma de todos los hogares proletarios de la tierra
(¡pobre Marx, lo han desbancado!) para que de
una vez por todas se termine la explotación del hombre por el hombre en
beneficio de inhumanos imperialismos capitalistas.
“La razón de mi vida” llegará, sí, señor
presidente, y llegará precisamente a aquellos países que le cierran sus
puertas, como le cerraron a Cristo la de Jerusalén (¡esto
es demasiado!) (...) “La razón de mi vida”, de Eva Perón (que no escribió Eva Perón), es el libro más excelso
que haya visto la luz (super-recontra-sic).
(...) Para terminar, señor presidente, (...) pido
que nos pongamos de pie e inclinemos reverentes la cerviz ante el nombre
sagrado de Eva Perón (¡¡¡¡!!!!)
Ésta era la Argentina de Perón, esa era y sigue siendo
la enfermedad llamada peronismo. ¡País apóstata, egocéntrico, idólatra y
retardado!