Extractos del artículo
de Antonio Caponnetto sobre la última guarangada bergogliana, “Misericordia et
misera”:
En la práctica, y bien escondido tras los ropajes
de la indulgencia, esto derivará en una banalización de tan tremenda falta
moral [el aborto], en una relativización y des-solemnización tanto del
homicidio como de su eventual condonación sacramental. El cura qualunque –falto
como suele estar de cualquier seria formación católica- que reciba en confesión
a un abortista dispensará la absolución al homicida sin otra carga que traer a
la parroquia algún alimento no perecedero para los pobres.
Lo mismo sucederá si se confiesa un adulterio o
una vida contranatura o la práctica activa del travestismo. Alerta punitivo al
tope, en cambio, si alguien llegase a reconocer, tras la extinta celosía del
confesionario, que se entusiasmó en una corrida de toros (a favor del torero) o
que contaminó la acera de su casa arrojando algún residuo sin reciclar.
La gravitas, aquella noble virtud que significaba peso, responsabilidad,
severidad y seriedad, y que tan vinculada a la piedad estaba, quedará excluida
del horizonte del penitente y del ministro. Es que la misma Carta Misericordia et Misera, que en buena
hora “recomienda mucho [al clero] la preparación de la homilía y el cuidado de
la predicación”[6], nada dice del celo que debe tenerse para administrar
correctamente el sacramento de la penitencia o confesión, devenido hoy, en la
generalidad de los casos,en un diálogo insustancial,consensuado y mecánico con
el clérigo de turno.
En la cosmovisión bergogliana –y hasta aquí no cabe reproche- está claro
que el confesionario no puede ser un salón de torturas. Pero tampoco puede ser
una cafetería en la que dos conocidos se dan al charlismo amistoso y se
despiden hasta próxima ocasión. Con sapiencia decía Louis Veillot, que el
respetuoso y reverente atractivo de los tradicionales confesionarios, más
consistía en estar ellos salpicados de penas,
vergüenzas y dolores que chorreados con la sangre de un mártir. Es el estar
rodeados de adoloridos arrepentimientos lo que suscita su búsqueda en el alma
sana. No el parecerse a las cabinas de un cyber
en la que se entra y se sale para hacer un poco de vida social y otro poco
de humana catársis.
La
confesión tiene pautas, condiciones, requisitos, exigencias. San Juan
Nepomuceno es el Patrono de los Confesores, no Frantz Fanon. Y desde siempre se
enseñó en la doctrina católica que existe la
disciplina; esto es la posibilidad y la necesidad de una pena, de una
sanción, de un castigo. Bienvenidas todas las formas del suaviter que la prudencia del clérigo juzgue conveniente. Bienvenido incluso
el ritmo armónico y pedagógico de las fórmulas, tan descuidado. Mas recuérdese
que fue Santo Tomás el que escribió con acierto: “A los hombres bien dispuestos
se les induce más eficazmente a la virtud recurriendo a la libre persuasión que
a la coacción. Pero entre los mal
dispuestos hay quienes sólo por la coacción pueden ser conducidos a la virtud. ( Suma Teológica,
I-II, q. 95, a. 1).
El remedio de las dulzuras y de
las ternezas ilimitadas que se propone actualmente, puede ser la panacea con
que sueñe un demagogo, mientras reserva la crueldad para sus impugnadores. Pero
probado está que no es la terapia espiritual que dispensaron los grandes
pastores. Nadie propone la inclemencia o la fiereza, pero tampoco esta
liviandad ridícula de convertir la religión en un muestrario de carantoñas, al
sacerdote en un dispensador de arrumacos y al sacramento de la penitencia en
una gestión de lisonjas tranquilizantes y sin consecuencias ulteriores.
El outlet de la misericordia y
del perdón
La Iglesia Católica no necesitó la llegada de Bergoglio ni para absolver a
los pecadores ni para predicar la misericordia. Aunque no necesitándolo, la
llegada de este hombre trivializó ambos conceptos, el de la misericordia y el
del perdón, si es que acaso no hizo algo más grave como desnaturalizarlos. Como en aquellos establecimientos
popularizados bajo el nombre de outlets,
en los que se ofertan mercancías baratas en razón de alguna deficiencia en su
manufactura o en su vigencia, así se pretende que funcionen ahora los templos
supuestamente católicos.
La justicia sin misericordia es cruel, ya se sabía.Pero el énfasis
propuesto en el presente es la consumación de una misericordia sin justicia
objetiva, conservándose en la mejor de las suertes una jurisprudencia
sentimental de alcance individual, según el caso del que se trate. Y eso lleva
fácilmente a la lenidad y a la impunidad, que no son bienes. Un bien es la
equidad, que perfecciona y supera el rigor del derecho escrito. Pero su parodia
es la laxitud, que convierte a la
bondadosa templanza habitual, de la que hablaban los clásicos, en garantía
de condescendencia.
Que el perdón de Dios no tiene los contornos ni los enredos de los perdones
humanos, también se sabía. Que a imitación del Señor el hombre debe practicar
el perdón, prodigándose en actos de caridad gratuitos y sobrenaturalmente
encaminados, era lección de catecúmenos. Y de las mejores y más nobles para la
vida de perfección espiritual. Pero se sabía asimismo que “todo el que hubiere
hablado contra el Hijo del Hombre será perdonado; mas si no obstante, habla
contra el Espíritu Santo, no alcanzará perdón ni en este siglo ni en el
venidero”(Mt. 12,32). Y esta última enseñanza ha sido prácticamente borrada en
el magisterio bergogliano.
(…)
La de Francisco es una misericordia sociológica, sin referencia a la Verdad
sino a la solidaridad. Y el perdón es una amnistía incondicionada e
igualitarista, sobre cuyo otorgamiento no pesa ya más el deber de la contrición
y hasta el derecho de la autoridad a denegarlo o postergarlo si tal contrición
sincera y reparadora no se constata.
Misericordia y perdón, en la perspectiva bergogliana obran al unísono como
dos revoltosos sans culottes, que abren
las puertas de la Bastilla para que se escapen los patibularios; y de ser
posible que ocupen los principales cargos. Tantos años de jesuitismo y de
argentinismo pudieron ponerlo en óptimas condiciones de aprender aquello que
decía el Padre Leonardo Castellani:Dios no es un cantor de tangos; que al
pecador arrastrado por el fango de todas las corrupciones le va a decir, mano
ancha:pasá nomás, quedate. No.Dios es
más hidalgo, más señorial, más príncipe. Por eso en no pocas ocasiones se le
escucha cantar afligido: “Algún día has de llamar/ y no te abriré la puerta/y
me sentirás llorar”. Como en el tango arrabalero y cursi, el dios bergogliano,
le suplica al descarriado que se deje perdonar. El “arrepentíos y convertíos”
(Mt.4,17) ha sido desplazado por el “dejate misericordear”. Desplazamiento
acaso que cifra la distancia, entera y trágica, entre escuchar la voz de la la
Revelación Divina o los bramidos del plebeyismo mundano.
(…)
El género de la auto-ayuda como
criterio docente
Alguna vez fue dicho por alguien
y parece más cierto con el paso de las horas: es difícil no ver en el estilo pontifical de Bergoglio el influjo
de los textos de autoayuda, género en el que suele tenerse por precursor al
norteamericano Dale Carnagie, con su innoblemente famoso “Cómo ganar amigos e
influenciar sobre las personas”, editado por vez primera hacia 1940. Potenciada
su condición de best-seller perenne
por la divulgación prolijamente ejecutada mediante la revistucha Reader´s Digest, pronto tuvo una legión
de imitadores que continúan sin cesar.
Los especialistas en la materia
sostienen que los consumidores de estos libelos son intelectos limitados y
prácticos, que andan buscando soluciones a problemas emocionales o a
circunstancias adversas de la vida. No admiten otras respuestas que no partan
de la necesidad de las buenas ondas y de las energías positivas, y son
propensos a dejarse convencer por aforismos o clisés, preferentemente breves,
afectuosos, simpáticos, presuntamente sanadores y en sintonía plena con el
llamado clima de época.
Bergoglio sabe entregar este material a manos llenas. Recuérdese, no
sin oprobio, que el siete de junio de dos mil quince, le dijo a la prensa
reunida en el Vaticano: “Recen por mí y si alguno
no puede rezar porque no cree, al menos tírenme buena onda". Causa estupor
y vergüenza ajena el recurso a tamaño tópico de la nadería fraseológica
dominante; y esto sin hacer análisis alguno de la inaudita confusión de
analogar la oración con el arrojo de hipotéticas ondulaciones bienhechoras.
Misericordia
et Misera
no es una excepción a estas predilecciones estilísticas. A cada rato tropezamos
con “mirar el futuro con esperanza”[1]; “romper el círculo del egoismo que nos
envuelve”[3]; “la bondad” que “como un viento impetuoso y saludable se ha
esparcido por el mundo entero”[4]; “es tiempo de mirar hacia adelante”[5];
“Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos,se <entretiene con
nosotros>”[6];ser “testigos de la ternura paterna”[10];vencer “el círculo de
la soledad”[13];atender “la necesidad de consuelo” mediante “un abrazo que te
hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor”[13];
“participar activamente en la vida de la comunidad”[14];pedirle a esa comunidad
“iniciativas creativas que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de
la transmisión de la Palabra”[7]; “poder así caminar juntos”; percatarse “de
cuánto bien hay en el mundo”[16]; ver que “estos niños son los jóvenes del
mañana”[19]; recibir “la caricia de Dios”[21],y un penoso etcétera que podemos
ahorrarnos, pero que más nos acercan a las páginas de Bucay que a una lectio
sagrada.
¿Cómo es posible que la inteligencia romana, que nos
entregó páginas memorables como la Aeterni
Patris o la Divini Cultus; cómo
es posible que la Cátedra de Pedro que relumbró en In Praeclara o fulguró en la Quas
Primas, nos ofrezca ahora este repertorio baladí de formulaciones, antes
sacadas de un recetario para levantar la autoestima, que fruto del ruego
hímnico al Paráclito, Veni Sancte
Spiritus, suplicando sus dones?. No; no es sólo la ortodoxia en su sentido
legítimamente racional lo que se ha perdido. Es también el dominio de la lengua
apropiada para el ministerio petrino. Señal de que el hombre anda algo incómodo
en este sublime mester.
Un plagio evidente
Movido por este género y este
estilo que hemos tratado de describir con verdadera pesadumbre, al final del
párrafo 16, la Misericordia et Misera se despacha con un tópico por
antonomasia de la sensiblería bergogliana; tal vez el fruto más opimo de su
monotematismo pastoral y aún doctrinal. “Soy amado, luego existo”, dice
textualmente la Carta Apostólica.
¿De dónde
procede este nuevo y extraño parafraseo cartesiano? ¿Cuál es el origen de este remedo o parodia
del cogito ergo sum, que enturbió las
aguas de la metafísica y de la gnoseología y pretendió tumbar la sensatez de la
filosofía perenne? ¿Quién lanzó a rodar este slogan emocionalista, patético y
romántico, que hace depender el acto de existir del amor y no el amor de la
existencia previa de una creatura capaz de amar?
Pues créase o no, un publicitado
fraseólogo español, Carlos Díaz Hernández, lleva publicados cuatro tomos
titulados “Soy amado, luego existo”, que le editó Desclee de Brouer a partir
del año 1999. No hay tiempo ni ganas aquí para dedicarse a este personaje ruinoso,
tenido por gurú del personalismo comunitario, del anarquismo cristiano, del
sincretismo religioso, de la “razón cálida” y del modernismo catolicón. Sólo
queremos llamar la atención sobre lo que parece evidente y pocos han advertido.
La extraña similitud de giros, fraseos, muletillas, estribillos y cantilenas,
entre el escritor de marras y cuanto dice y escribe Francisco.
Irenismo espiritual absoluto;ecologismo
con ondas verdes de amor y de paz; bondades del comunismo; equiparamiento de
todas las creencias; utopías y periferias, ternuras y caricias; amor y alegría
por doquier desparramados; justificaciones veladas del homosexualismo;
reivindicación del franciscanismo en perspectiva sociológica; pro semitismo
exacerbado, recalcitrante y obsecuente; misericordeo
y humildeo solidario, sin condiciones ni límites; bendiciones, perdones y
augurios para todos, menos para los fanáticos proselitistas; acogimiento del
ateo, del agnóstico y salida al encuentro universal y cósmico de la persona, sin marcar diferencias entre
ellas; clasificación de los hombres según a qué huelan(sic).