Se apresta a amanecer en cittá del
Vaticano. Dos guardias suizos custodian la entrada a la “Casa Santa Marta”. Sin
descomponer sus tiesas y elegantes figuras, sostienen el siguiente diálogo, que
traducimos al castellano.
Guardia 1: El sol no sale todavía sobre
Roma,
y ya el primer visitante se
asoma.
Guardia 2: Este siempre viene muy temprano,
creo que es porque se siente algo avergonzado.
G. 1: ¿Quién es, si puede saberse?
Soy nuevo en el puesto y debo
conocerle.
G. 2: Es monseñor Felé, el jefe “lefebvriano”.
Trae siempre una sonrisa en la mano.
G. 1: ¿Es cierto lo que dicen los chimentos,
de que Pancho y él serán como la vid y los
sarmientos?
G. 2: Al obispo suizo yo lo he visto muy seguido,
y cada vez se lo ve menos cohibido.
Dicen que lejos de haber malos roces,
habrá
pronto entre ellos una lluvia de arroces.
G. 1: ¿Y quién viene a su lado, su nombre se me escapa?
Sé que es un prelado muy amigo del
Papa.
G. 2: Ese es monseñor Guido Pozo.
¿Pero amigo de Francisco? ¡No seas
fantasioso!
G. 1: Atención que ya llega, ¡prudencia!
G. 1 y G. 2: ¡Buenos días, Su Excelencia!
Mons. Pozo, seguido de Mons. Felé,
pasan a la Casa Santa Marta. Atraviesan un oscuro pasillo y se sientan en una
salita de espera. Mons. Ganswein los recibe e intercambian frescas sonrisas,
con olor a pan recién sacado del horno. Mons. Felé quiere esperar de pie, pero
Mons. Pozo le insiste en que se siente. Mons. Felé busca calmar sus nervios
hojeando una revista que hay sobre una mesita de mármol. Se trata de la revista
dominical del diario “La Nación” de
Buenos Aires. Un ejemplar de “La Revista
del Papa” y otra del “Guerin Sportivo”
completan la oferta.
Mons. Pozo: Su Eminencia, aguarde tranquilo,
Su Santidad es de verdad un
amigo.
Mons. Felé: Créame que no lo dudo un solo
instante,
lo que él hizo por nosotros
en Argentina es emocionante.
Sé que él nos quiere ayudar
contra quien fuere,
¡si hasta leyó dos veces el
libro gordo de Lefebvre!
Pero, ¿no hemos venido muy
temprano?
Temo de verdad el molestarlo…
M. P.: Ya le dije que se quede tranquilo,
haga de cuenta que usted es un
Rabino.
M.F.: Disculpe pero no lo entiendo.
M.P.: La confianza de Francisco no necesita remiendo.
En ese momento aparece Mons.
Ganswein, que con un gesto avisa que Francisco está llegando. Ambos obispos se
paran ipso facto. Mons. Pozo se acomoda los lentes, Mons. Felé, la sonrisa.
Caminando rápido y muy sonriente, mate en mano, Francisco invade la habitación,
y todos parecen agitarse, hasta las revistas. Francisco deposita el mate en las
manos de Ganswein y con una mirada le da a entender que salga de inmediato de
la habitación. Mons. Pozo se acerca rápido y besa de rodillas su anillo de
plata.
M. P.: ¡Buon giorno, Sua Santitá!
Francisco: No nos pongamos formales, che
Pozo,
y decime en qué andás…
M.P.: Aquí estoy con monseñor Felé.
Fco.: Tengo ojos, eso ya lo sé…
M. F.: (arrodillándose y besando el anillo de Francisco)
Su
Santidad, es para mí un honor
besar su anillo en nombre de mi congregación…
Fco.: Bueno, bueno, pero porqué no nos sentamos
y de tantas pantomimas nos dejamos…
M. P.: Mons. Felé acaba de dar una entrevista
donde destaca fielmente su carisma.
La confianza en Su Santidad es
absoluta,
sólo falta la firma y “causa locuta”.
Fco.: (a Mons. Felé)
Y decime che Bernardo, qué pasa,
¿ya compraron en Roma esa casa?
M.F.: Su Santidad, va bien el asunto,
de adquirirla ya estamos a punto.
Fco.: (a Mons. Pozo)
¿Le explicaste bien la letra chica del
contrato?
Con los judíos ya no puede haber
maltrato…
M.P.: Mons. Felé de todo está informado,
y él confía en tener a los suyos amaestrados.
M.F.: Hay algunos recalcitrantes, usted sabe,
pero a la mayoría los eché ya de la
nave.
Fco.: Es mejor tener cerca a los enemigos,
se los controla tratándolos como a
amigos.
M.P.: (a Mons. Felé)
Nosotros no vamos a violar su
identidad,
sólo
pedimos de ustedes confiabilidad.
Fco.: Éste (por Pozo) dice las cosas mejor que yo.
Vos debés convencerlos de que el diálogo
es lo mejor.
M.F.: Yo dialogo y viajo por todo el mundo,
pero nuestros enemigos responden
rotundo.
Los revoltosos llamados “resistentes”,
otro obispo consagrarán próximamente.
Fco.: Hay que ignorarlos, son impotentes,
los buenos curas no son malvivientes.
Vos les das un buen ejemplo con el
diálogo,
y esos locos ven por todas partes al
diablo.
Ellos están fuera de la Madre Iglesia
por eso desprecian toda obediencia.
Olvidá a esos contadores-de-rosarios.
¡Esos envidian tu nuevo y fabuloso
seminario!
M.P.: (a Mons. Felé):
¿Entonces está todo decidido?
M.F.: En cuanto tengamos nuestra casa yo le aviso.
Fco.: Mientras tanto nuestros amigos harán el resto,
publicando en la prensa todo favorable
a esto.
M.F.: Su Santidad le estoy muy agradecido…
Fco.: No te me pongas sentimental o te liquido…
M.F.: …
Fco.: Es una broma, es que mis paisanos me tienen
podrido,
todo lo esperan de mí con un plañido.
M.P.-M.F.: Ja, ja, ja…
Fco.: Bueno, mándense a mudar y déjenme tranquilo,
que debo terminar todos mis asuntos antes
del partido.
M.P.: ¿Es el partido por la paz, Su Santidad?
Fco.: ¿De qué paz me hablás, Pozo, de qué paz?
Hablo del partido del “Ciclón” contra Huracán.
M.F.: Pero usted es un constructor de la paz…
Fco.: (a Mons. Pozo, en voz baja)
(Nunca
le digas la verdad)
Atendeme, Bernardo, y dale un saludo
muy cordial
y mis buenas ondas a tus cofrades que quiero
misericordear.
Siguieron saludos, sonrisas y una
escapatoria urgente de Francisco por los pasillos de Santa Marta. Mons. Pozo
acompañó a Mons. Felé hasta la puerta, donde un auto marca alemana con chofer
lo esperaba con la puerta abierta. El auto se perdió velozmente por las calles
romanas, bajo un concierto de amenazantes truenos.
Guardia 1: Hablaron poco, se ve que todo va
bien.
Guardia 2: ¿Bien para quién, si puedo yo
saber?
G.1: Bien para el cornudo, por supuesto.
G.2: ¿El Jefe de las Logias, apuesto?
G.1: ¿Qué otro? Creo que pronto voy a dejar el puesto.
Lejos de aquí, trabajaré menos
descompuesto.
G. 2: Si tú me dejas, voy a seguir tu ejemplo.
G. 1: ¡Shhhit! Disimula, ¡ahí viene el Gran Maestro!
El cielo se tornó enteramente
oscuro, y Roma pareció de golpe envuelta en tinieblas. Los guardias
permanecieron silenciosos el resto del día (más bien, de la noche). Al día
siguiente, ninguno de los dos fue visto en su puesto, frente a la Casa Santa
Marta. Ni, según parece, tampoco en ningún lugar del Vaticano.