--¿Qué es eso? –dijo.
--Este hombre ha de’ber dicho que no
hay Dios, o algo por el estilo. Es la Ley –dijo su macilento compañero-. Se pué
pensar todo lo que vos quierás que no hay Dios, pero no se puede decirlo en
público.
Edmundo miró las espaldas del hombre
cuando pasó: el cartel decía: “No existe Dios; pero hay burros como vos”.
--Castigar con el ridículo, como en la
Edad Media –pensó-. Es más eficaz que la cárcel; pero lo que es aquí no hay ni
pizca de libertad de pensamiento. ¡Qué mundo! Esto no es viable hoy día.
P.
L. Castellani, Su Majestad Dulcinea, Parte. II Cap. X. Villa Desesperación.