De
Los
Tres Tenores
a
Los
Tres Pavotes
Gran
éxito mediático
GM:
–Me parece que esa carencia de diálogo tiene que ver con una característica
constitutiva de nuestro ser nacional. Muchas veces pensamos que discutir es
pelear y en la mesa, enseguida se levanta el tono de voz. Después, creo que
todos los argentinos tenemos que trabajar el tema de la humildad. Es
interesante que un argentino como el Papa Francisco sea reconocido por ser
humilde, que no es la característica con la que nos miran en el extranjero. En
general, nos ven como personas orgullosas, pagadas de sí mismas, y cuando sos
orgulloso o tenés mucho amor propio, querés hacer prevalecer tu postura o tu
forma de pensar sobre el otro, y no escuchás. Estás pensando cómo imponerte. Y
eso va contra la capacidad de entender y enriquecerte con lo que el otro te
quiere decir. De nuestra experiencia de diálogo, no hemos salido igual. No
somos las mismas personas, yo no soy el mismo católico que antes de conocerlos.
Tenemos incorporado algo del otro, de la cultura del otro, hasta de la forma
religiosa de ser del otro.
DG:
–El diálogo nuestro, a diferencia del filosófico, es que el filosófico insiste
en el vencimiento del otro, se concentra en ver cómo convence al otro. En
nuestro diálogo no está esa idea. Uno no sale del mismo modo en el que entró
porque si no, no hubo diálogo. Ahora hay algo de católico en mi vida y algo de
musulmán. No debo negarlo, ni reprimirlo. (…) La experiencia del diálogo nos
sirve para entender lo religioso desde otro lugar, porque todo diálogo es
religioso: religa, me liga a mí con otro.
OA:
Nosotros no hablamos de teología, hablamos de valores.
DG:
La pregunta es: ¿cómo hacemos para encontrar lugares comunes en estas
tradiciones culturales diferentes? Los espacios comunes son mucho más grandes
que las diferencias, pero quizá se te va la vida discutiendo.
OA:
–El nuestro es un mensaje humanista. El tema de la creencia es absolutamente
privado, tiene que ver con tu interior, pero lo que a cada uno de nosotros nos
va a definir son nuestras actitudes, y eso no depende del libro que leas.
Nuestro combate es esencialmente contra el fundamentalismo, la intransigencia
del pensamiento y las prácticas. Ese es el verdadero enemigo dialógico y es
parte de la dicotomía mundial.
DG:
–Mientras el fundamentalismo tiene que ver con una cuestión mental, el diálogo
tiene que ver con una cuestión cultural. En cada una de las tradiciones existen
fundamentalismos, y lo opuesto no es la tolerancia. La primera aproximación
tiene que ver con la tolerancia, pero esta es una palabra que también tenemos
que erradicar, porque se ejerce desde el poder. El segundo estadio tiene que
ver con la coexistencia: yo existo en la medida en que el otro existe. Y el
tercero tiene que ver con la convivencia: no existo si no vivo con el otro.
GM:
Que las personas se expresen diferente es parte de la democracia. Yo como
católico puedo estar frente a un ateo y conversar perfectamente, siempre y
cuando el otro no me desacredite, y no intente suprimir mi pensamiento.
DG:
–La realidad está hecha de utopías. Recién nos levantamos de una reunión donde
había tres musulmanes, tres judíos, tres cristianos. Y te das cuenta de que la
convivencia se da porque hay un lenguaje común, una confianza, y la confianza
se va construyendo. Están condenados también a ser vecinos, y la vecindad
implica el reconocimiento del otro y un sentido de responsabilidad con el otro.
El otro no es exactamente lo que desde el prejuicio te dijeron que era. Cada
uno de nosotros tiene una subjetividad puesta en sus valores culturales, en sus
afectos, en sus parientes. Y entonces, uno no puede ser objetivo, pero sí lo
puede ser en pensar en estas utopías y en que cada uno de esos sectores
reconozca que la guerra no es buena, que no hay ningún triunfador, y pensar
cómo se hace para descubrir caminos de paz.
¡Son
de terror!