“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


martes, 16 de septiembre de 2014

Los santos antiguos


“Cuando los santos antiguos vivían no parecían tan santos; ahora parecen santos porque están en el altar –pintados y arregladitos; eran simplemente hombres religiosos: algunos, bastante discutidos o fastidiosos”.

P. Castellani, “San Agustín y Nosotros”.






“Los novelistas católicos suelen atribuir a la virtud las cualidades de la más selecta estupidez protestante: desde la puntualidad hasta el abstencionismo. Se puede ser católico sin necesidad de adoptar todo ese sistema de pequeñas estupideces que algunos novelistas católicos atribuyen a sus personajes ejemplares. Se puede, en una palabra, ser católico sin tener cara de católico. Se debe ser católico y no tener cara de católico. Los novelistas piadosos han creado un tipo de hombre que se parece más a la monja que al hombre religioso: un tipo de San Luis Gonzaga con algo de Amado Nervo, un San Luis Gonzaga que para ser protestante sólo le faltaría jugar al tennis al costado de la iglesia. La primera obligación del católico es la de ser un hombre. El catolicismo no es una escuela de ademanes untuosos y de sonrisas de catálogo: es una escuela de humanidad, donde el hombre aprende a portarse como un hombre delante de Dios y delante de los hombres, porque Dios no quiere avergonzarse de sus creaturas y no quiere que los hombres se avergüencen del hombre; una escuela donde las malas palabras no escandalizan demasiado.(…)

Chesterton se resiste sistemáticamente a introducir en sus obras los modelos de santos a que nos tienen acostumbrados los novelistas católicos y las imágenes de yeso pintado. La santidad no consiste, para él, en levantar los ojos al cielo y sostener un rosario en una mano, porque él sabe que éstas son actividades eminentemente privadas de los hombres que aspiran a la santidad. La santidad, para Chesterton, consiste en la buena voluntad de que hablaron los ángeles cuando cantaron el nacimiento del Salvador; en la buena voluntad del hombre que rompe de un bastonazo una vidriera, porque detrás del vidrio hay un periódico donde se insulta a la virginidad de María, y en la buena voluntad del vigilante que ayuda a una vieja a subir a un ómnibus.(…)
Todas las novelas de Chesterton pertenecen a la especie de las novelas policiales, donde hay hombres respetables que resultan delincuentes y delincuentes que resultan hombres respetables. Son novelas policiales donde los ángeles les tiran zancadillas a los diablos y los diablos se tocan con una peluca de político influyente para despistar a los ángeles. Chesterton es el Ministro del Interior, que, como Dios, cree en el arrepentimiento último de los delincuentes, y allana, como allanará Dios en el día del Juicio Final, las casas de las personas respetables”.

Ignacio B. Anzoátegui, “Chesterton, novelista del hombre”. Extremos del mundo, Ed. ContraCultura, Bs.As., 2012.


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