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Visita a la “XXVI Exposición del Libro Caótico”
Nuestro
diseñador gráfico e ilustrador Requena,
de paso por la gran urbe porteña, se dio una vuelta por la mencionada
exposición. Ofrecemos su crónica.
Requena se parece a este hombre. |
Estaba cerca haciendo trámites, y me dije: “Es
gratis, vamos a dar una vuelta a ver qué sapa”. Bueno, no me lo dije en
lunfardo, pero para que se entienda mejor el clímax de la Exposición, mejor lo
digo así. No digo que esperaba una exposición del libro católica verdadera, por supuesto, pero es que ni siquiera es una exposición católica “línea-media”.
Llamémosla ¼. Pero mejor no nos adelantemos.
Antes de entrar a la Casa de la Empleada
(Monumento Histórico Nacional, según indica el folletito que capturé a la
entrada), antes de ingresar, digo, ya me atraganté feo, pues me encontré frente
a frente con una figura de cartón recortado en tamaño natural que tenía una
mano levantada y me miraba sonriente, muy sonriente detrás de sus anteojos. Era Francisco. “¿Qué hago?”,
me dije. “¿Entro igual?”. “Bueno, sólo es una foto publicitaria y nada más”, me
respondí, mientras daba el paso decisivo que me llevaba dentro.
Pero no tuve que caminar demasiado, apenas 5
pasos más, para volver a encontrarme, en la primera sala de exposiciones, a
Francisco. A la izquierda, en una sección destacada con las innumerables,
incontables, incalculables, numerosas y novedosas publicaciones acerca del
pensamiento vivo, la espiritualidad, las enseñanzas e ideas de Jorge Mario Bergoglio/Francisco.
Inquietantemente -y en esto créanme que no exagero ni invento- en ese momento la
música ambiente que sonaba empezó a emitir, como en un escarceo de piano, con
toda la levedad de una sala de espera, la melodía de “Imagina” de John Lennon. Un
estremecimiento me hizo llevar los ojos hacia la puerta por donde había
ingresado. “¿Qué hago, me quedo o me voy? Yo me las tomo”, me dije entonces. Pero
pudo más la curiosidad: “esto se está poniendo interesante”. En efecto, al ir
del otro lado de las estanterías, el Lennon instrumental se mezclaba con un
tango que escuchaba por la radio una especie de sereno-portero-guardia de
seguridad del edificio. “Lennon y Gardel: Acá está el espíritu de Francisco”,
pensé. Sensiblería “naif”, Nuevo Orden Mundial y sentimentalismo tanguero. No
había camisetas de fútbol ni kipás, pero allí estaba el espíritu de Francisco, créanme. Podía sentirse.
Sí, Modernismo, claro. Alguna que otra verdad
católica perdida en medio de falsedades, estupideces y niñerías. Citas de Castellani con bobaliconadas al estilo de Tucho Fernández, desparramadas por aquí y por allá por
periodistas como Tito Gargaral con su
sonrisa empastada o Hugo Verdura con
su jopo conciliar.Para decirlo en lunfardo: "Igual que en la vidriera irrespetuosa de los
cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves
llorar la Biblia junto a un calefón...". Había mezclados por ahí 3 o 4
títulos –sí, creo no llegaban a 5- del Padre Castellani, aunque un cartel sobre
una estantería anunciaba sus obras. Por supuesto, nada de tono apocalíptico,
nada de “Cristo y los fariseos”. “¡Qué horror!”. Mucho menos del Padre
Meinvielle, “ese antisemita”. Hugo Wast es caso aparte: sus incontables novelas
que ya casi nadie lee, ocultan su lado más “heavy”. Quizá lo dejen por su
perfil de “best-seller”, eso es importante. Hay que tener un “best-seller”.
Al subir la escalera empezó a escucharse un
grupo folklórico por los altoparlantes. Alivio. Seguí de largo ante las repetidas
exhibiciones juanpablescas, aunque hay que decir que el pobre polaco ha sido
destronado en el marketing por el argentino más famoso.
Me topé enseguida con algún Santo Tomás, avecindado
con las homilías del perseguidor Monseñor Taussig, de triste memoria. Pero desde luego, ocupaban un gran espacio
las obras del Padre Alfredo Sáenz, “prócer” de la línea-media y la línea un cuarto.
Tener sus obras es bueno para aparentar la más estricta ortodoxia. A los
modernistas no les molesta.
Llegando al final del salón de arriba, ay,
recién allí uno se topa con la “Cristología”. Es coherente: al principio está
Francisco, al final de todo, en un rincón, Cristo.
Finalmente le pregunté/comenté a un empleado de
la exposición si, como me parecía, no había NI UNA SOLA OBRA DE SAN PÍO X. “No,
ya alguien me preguntó lo mismo, no hay nada”. Qué bien: el año en que se
cumple el 100 aniversario de la muerte del gran Santo Papa, la “XXVI Exposición
del Libro Católico” no ofrece no ya un homenaje o espacio destacado a la figura
y obra de San Pío X, pero ni siquiera aporta una sola obra. ¿Casualidad? ¿O es
el espíritu de Francisco que desde antes de irse a Roma ya planeaba por esta
exposición? Su figura rectora aparece en el folleto de la exposición, para
llenar de orgullo a los organizadores, sin duda muy pagados de sí mismos por
sus auspicios oficiales y gubernamentales, por su “gran obra” de difusión de “la
verdad”, orgullo causa de caída en el liberalismo de quien se cree “super
católico” porque no es contrariado por las autoridades de la Iglesia. Siempre
es más fácil ver al enemigo afuera que adentro. Y hablando de afuera y adentro,
sin mucho más para ver, diría que sin nada más para ver, volví a la calle Sarmiento
(prócer de la Masonería) y hui lo más pronto posible de la zona, lejos de los
malos espíritus, las músicas ecuménicas y los pobres y sensibleros difusores de
un catolicismo chirle, o, como diría Castellani, mistongo.
Así me recibió Francisco a la entrada, aunque no
me tomé ninguna selfie con él.