“Cuando
los santos antiguos vivían no parecían tan santos; ahora parecen santos porque
están en el altar –pintados y arregladitos; eran simplemente hombres
religiosos: algunos, bastante discutidos o fastidiosos.
1-Al
hombre religioso este mundo le aparece como un espectáculo -lo mismo que al
hombre estético.
2-La
vida le aparece como una lucha –lo mismo que al hombre ético.
3-Pero
le aparece como una lucha sin victoria –es decir, como un sufrimiento; y en eso se diferencia de los otros dos.
Además
él se siente débil, en tanto que los otros se sienten sólidos y seguros, se
sienten en un mundo sólido, en tierra firme; él está en equilibrio inestable. Cae
cada dos por tres en un abismo, del cual sale braceando duramente; pero cuando
sale a la superficie, se da cuenta que las olas en que vive son la realidad de
la vida; y que la tierra firme de los otros es pura apariencia. Por lo cual
puede contemplar esos dos mundos de los otros –el mundo de lo sensible y el
mundo de la moral- con un poco de “humorismo”. San Ignacio decía que le gustaría
andar por las calles de Roma desnudo, bañado en alquitrán y con plumas, como
los “agiotistas” de aquel tiempo, para burlar del mundo y que el mundo burlara
de él”.
Padre
Castellani, “El placer y la vida estética”, en San Agustín y Nosotros.