LOS PERIÓDICOS
Flavio Mateos
Corría el año 2008 cuando en
la República Democrática de Barataria se llegó a erradicar por completo la
peste del analfabetismo. Las campañas masivas de vacunación lograron poner a la
pequeña república en el concierto de las naciones más civilizadas del Nuevo
Orden.
De tal manera se puso fin al
atraso, que todo el mundo en Barataria leía su periódico a la mañana, y muchos,
además, su edición vespertina. A quien no podía agenciárselo, debido a un
ocasional y pasajero estado de miseria, hambre o desocupación, le era
proporcionado gratuitamente por la Secretaría de Noticias. Fue en esos años de
fervor cívico y apogeo de la cultura ciudadana, en esos tiempos donde nadie se
sentía con derecho a estar desinformado, y no había excusas para ello, fue
entonces cuando el Dr. Marengo presentó el primer simio en el mundo capaz de
leer el periódico. Entiéndase, de leerlo en silencio, porque aún no aprendía a
articular palabras.
Se trataba del orangután
Cecilio, que se había acostumbrado, con su ración de plátanos y manzanas de la
mañana, a leer las noticias de última actualidad. Cuando el Dr. Marengo lo
anunció al país a través de la prensa, nadie pudo sorprenderse demasiado, ya
que los adelantos de la ciencia nos tienen acostumbrados a esta especie de
evolución “forzada”, donde animales y hombres interactúan en sincronizada
función. No obstante, se creyó que el simio sólo era capaz de interpretar
determinados signos que le eran afines a su realidad cotidiana y su
idiosincrasia. Pero, las ansiosas cámaras de la TV y los innumerables
fotógrafos captaron sorprendidos el interés casi dramático con que Cecilio se
informaba de la realidad.
Con admiración, fisiognomistas
experimentados observaron al detalle los cambios producidos en las facciones de
este Proteo, que de acuerdo a la noticia leída, se volcaba en preocupación
vital, miedo, angustia, o franca sonrisa cuando leía la página de los chistes.
Del tipo atlético-epilectoide podía pasar al tipo esténico-hiperpituitario, y
así su biotipología mutaba asombrosamente, sin perder jamás la reconcentrada
atención sobre las páginas del diario. Hay que decir, por supuesto, que la
condensación de la información y las ideas habían vuelto los periódicos en
símiles reducidos y compactados de, por así decirlo, la Enciclopaedia Britannica. La ciudadanía sabía todo lo que había que
saber a través de los periódicos, y no necesitaba más.
Un matutino del interior,
precipitadamente, había llegado a anunciar a Cecilio como una prueba viviente
de la evolución, y daba la bienvenida a este hallazgo que pondría
definitivamente al hombre en el lugar que le correspondía. La luz del saber
derrotaba definitivamente al oscurantismo.
Las exhibiciones de Cecilio en
teatros capitalinos fueron exitosas, y obligaron al Dr. Marengo a realizar
tours por el interior, donde el orangután se sentaba en su jaula –siempre en
horas de la mañana- a leer los periódicos, mientras el público contemplaba
alborozado la vibración en el rostro del mono, la disparidad de expresiones, la
alternancia de emociones como en un bebé. El día que leyó en primera plana
sobre la ola de atentados en su natal Singapur, arrojó el matutino en un rincón
y se negó a seguir leyendo, hasta que el Dr. Marengo lo convenció regalándole
tres naranjas de ombligo. Así, el animal fue mostrado en toda la república y en
los países limítrofes. Pero fue al regresar a la patria cuando la verdad fue
descubierta.
El Dr. Marengo debió ser
internado debido a una descompensación renal, luego de pasar una noche de
jolgorio, pues había estado celebrando la distinción otorgada por la Asociación
de Periodistas de la Academia de Ciencias, que lo honró con el premio más
importante de la década. El orangután quedó solo en dependencias del
laboratorio “Calcocidemo”, donde el doctor residía. Hasta allí se acercó un
ávido y audaz periodista, que no veía en todo aquel prodigioso acto sino un
vulgar acto de fino adiestramiento, tal vez de hipnotismo. Lo que en realidad
descubrió fue un vero caso de idiotismo.
Entrando sigilosamente al
laboratorio, descubrió amostazado que el orangután Cecilio no sólo no sabía
leer, sino que ni siquiera era un orangután. Era un hombre, un vulgar mimo que
provisto de maquillaje y apliques de vello tinturado, había estado engañando
pícaramente a todo el país. “No podía ser -se dijo el periodista- que un simple
gorila, una bestia peluda, realizara una labor tan ardua como leer un
periódico, ese símbolo y resumen de la civilización, ese cúlmen de la ilustración
que era capaz de igualar al pueblo y a la ciudadanía toda. Seremos iguales
entre nosotros –concluyó- pero no somos iguales a esa cosa”.
No obstante encontrarse
poseedor de la noticia más impactante del año, el periodista llegó a un arreglo
monetario con el Dr. Marengo. Claro que el descubrimiento de esa dolorosa
verdad podía dar por tierra con los avances científicos que postulaban la
ínclita teoría distribucionista y evolucionista del saber, y los grandes grupos
editoriales no podían volver atrás. Sería una falta de urbanidad.
Cuando Cecilio leyó en el
matutino más importante el obituario de aquel periodista, su rostro compungido
lanzó algo así como un berrinche. Afortunadamente estaba a su lado el Dr.
Marengo, que, exultante, le proporcionó un cacho de bananas y una dosis extra
de periódicos.
En la República Barataria ya
no hay analfabetos. Y, dentro de poco, según anuncia el Plan Quinquenal,
tampoco habrá analfabestias. El progreso es para todos, sí señor.
Tomado de “Cuentos Pequeños”,
Editorial Dunken, Bs. As., 2011.