“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


martes, 5 de agosto de 2014

El Papa Francisco: la hipótesis Zelig








Es esta la última hipótesis que proponemos acerca de la misteriosa personalidad del Papa Francisco. Y se trata de una hipótesis complementaria a cualquiera de las que hemos visto anteriormente.

Toma su nombre del título de la película Zelig, de Woody Allen, estrenada en 1983. El protagonista, Leonard Zelig, ha logrado fama mundial gracias a su singular capacidad de adoptar la personalidad de cualquier persona que se encuentre a su lado. Este insólito hecho será estudiado por la doctora Eudora Fletcheer (Mia Farrow).

La película está presentada como un documental rodado en blanco y negro y al estilo de los filmes de la década del ’30, en el que se sigue la vida y evolución terapéutica de Leonard Zelig y su habilidad camaleónica que le permite confrontar su identidad individual y la colectiva y el desapego como medio para entrar a formar parte de manera complaciente en el núcleo de la masa social.

Zelig afirma en la película: “Miento porque quiero caerle bien a todo el mundo”. Y el relator comenta: “Estaba loco por asimilarse”. Más aún, el proceso patológico de Zelig lo lleva a “adquirir gusto plebeyos”, y la película se cierra con el colofón: “Esto demuestra que lo puedes hacer si eres un psicótico total”.

Cotidianamente Bergoglio es Zelig: está de acuerdo con su interlocutor circunstancial, sin importarle que mañana deba decir exactamente lo contrario a otro interlocutor. Pongamos un solo ejemplo de entre los muchos que existen: en su famosa y desafortunada entrevista con el Scalfari prácticamente se mimetizó con la postura del ateísmo humanista representada por el periodista. Afirmó, entre otras cosas: “Y lo repito. Cada uno tiene su propia idea del Bien y del Mal y debe elegir seguir el Bien y combatir el Mal como él lo concibe” o “El Hijo de Dios se encarnó para infundir en el alma de los hombres el sentimiento de hermandad”.

Poco tiempo después, se supo que, siendo arzobispo de Buenos Aires, le comentó en una de las entretenidas y amigables conversaciones que tenía con el P. Christian Bouchacourt, Superior de Distrito de la FSSPX, que “había leído dos veces la biografía de Mons. Lefebvre escrita por Mons. Tissier de Mallerais” ya que guardaba una profunda admiración por el arzobispo francés representante del tradicionalismo en los últimos cuarenta años.

Del mismo modo, es capaz de hablar en una homilía sobre el diablo y sus acechanzas, y al día siguiente de los cristianos semipelagianos, burlarse de quienes le ofrecen 3000 avemarías o mimetizarse con los obispos italianos que se quejan porque tiene sacerdotes conservadores en su diócesis que no quieren dar la comunión en la mano, diciendo que esos presbíteros se despreocupan del “cuerpo social de Cristo”!

Relato aquí una anécdota que me fue referida por el mismo protagonista. Hace algunos años, cuando ocupaba aún la sede porteña, un grupo de laicos con un pensamiento “derechoso”, en términos generales, le pidió que celebrara una misa en la catedral con motivo de un aniversario particular. El organizador del evento se encontró con el cardenal Bergoglio en la sacristía minutos antes del inicio de la celebración. Luego de un más que frío y distante saludo, le preguntó: “Decime quiénes están en la iglesia”. El joven le comentó quiénes eran, con nombre propio aquellos más conocidos, y con referencias generales los menos. Luego, en la homilía, el cardenal habló como si fuera uno más del grupo conservador y de derechas que lo escuchaba. Nadie podía salir de su asombro de que ese mismo prelado que se negaba a apoyar las marchas pro-vida o que boicoteaba las manifestaciones públicas contra la ley del homomonio, pudiera tener un pensamiento tan claramente conservador. Por supuesto, no lo tenía. Era Leonard Zelig, o Juan Perón…


El subrayado es de El Rústico.
Un comentario adicional por el mismo precio:

En su libro “La Iglesia traicionada” (Editorial Santiago Apóstol, cap. 5), Antonio Caponnetto cuenta que cuando Monseñor Jorge Bergoglio, siendo entonces Vicario Episcopal de Flores, recibió el libro que le escribiera y le enviara Caponnetto, titulado El deber cristiano de la lucha, Bergoglio le respondió con una carta donde daba muestras de su admiración por la obra y condenaba taxativamente la “tranquilidad de la paz” y el “pluralismo de convivencia”, mentando el ejemplo de los Macabeos. Por la misma fecha Caponnetto fue a visitar a Bergoglio en su despacho de la Vicaría. Entonces Monseñor Bergoglio le obsequió “un tratado de C. Spícq, Vida Cristia­na y Peregrinación según el Nuevo Testamento (Madrid, BAC, 1977), aclarándome que el ejemplar estaba leí­do, usado, marcado y aprovechado por él mismo en su formación sacerdotal. Conmovido por esta inusual delicadeza me sumergí de lleno en las páginas de Spicq, profesor de Sagrada Escritura en la Universi­dad de Friburgo.
Están subrayadas con lápiz, por el hoy Arzobispo de Buenos Aires, estos párrafos vigorosos de las pági­nas 154-155: «El cristiano debe ser fuerte, porque ha de luchar [...] tanto más cuanto hay que vérselas con el diablo, cuyas estratagemas son terrible­mente capciosas y agresivas; [...] No se trata tan só­lo de ganar una batalla, sino de emprender una gue­rra prolongada, con todas las vicisitudes, renuncia­mientos, y múltiples esfuerzos, incluso heroicos en los momentos críticos, pero teniendo en cuenta que el buen soldado, tras haber cumplido con todos sus deberes, permanece dueño del campo de batalla, queda de pie. De ahí la llamada al combate del v. 14 [San Pablo, Carta a los Efesios, 6]. ‘En pie, pues’, una vez por todas, no sólo para revestirse de las armas que son medios de gracia y disponerse al combate, sino ya como un soldado en campaña; la guerra ha comenzado y es continua».

Nos atrevemos a conjeturar, de acuerdo con el tenor de la nota que citamos acerca del camaleónico Zelig, que no sería improbable que el mismo Bergoglio hubiese subrayado muy convenientemente tales párrafos para confortar –y de paso intentar paralizar en su reacción- a su incómodo visitante.
Zelig o su hacedor Woody Allen es judío. ¿Y Bergoglio?
Un comentarista del “Wanderer” cita lo siguiente: “Don Quijote le dice a Sancho: "En esto se nota que eres villano; en que eres capaz de gritar '¡Viva quién vence!'".



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