“El hombre medieval sentía el olor del pecado; el hombre moderno se
empeña en ponerle al pecado olor a desinfectante. El hombre medieval hacía
penitencia después de pecar, el hombre moderno adopta precauciones antes de
pecar. El hombre medieval corría el riesgo de la inmundicia; el hombre moderno
se procura un seguro de higiene. El hombre moderno es el animal que se cree a
sí mismo algo más que un hombre y sostiene que el hombre es algo menos que un
animal. Es el animal que utiliza su inteligencia para predicar al hombre la
primacía del instinto: la primacía de un instinto que él mismo crea en el
hombre, como si éste no tuviera demasiado trabajo con sus instintos. Es el
animal que inventa una selva para el hombre religioso e inventa una selva para
el hombre político; el animal que inventa una nueva especie de hambre para el
hombre político: una selva y un hambre que obligan al hombre a creerse algo
menos que un animal. Es el animal que proclama la santidad de la animalidad. Es
el hombre resentido contra la grandeza de la Iglesia y contra la grandeza del
Reino; el animal que levanta al hombre contra la Autoridad y contra el ungido
por la Autoridad: porque el desorden religioso lleva necesariamente a todas las
formas del desorden, como todas las formas del orden llevan necesariamente al
orden romano. El hombre moderno es el enemigo del orden porque es el esclavo de
su rebeldía; es el animal que persigue la instalación de un orden inventado por
él, porque él es impotente para vivir en el orden. Es el enemigo de la Iglesia
porque la Iglesia pone orden en las almas y es el enemigo del Reino porque el
Reino asegura el orden de los hombres. Es el animal que, por el camino de la
higiene, quiere convertir al hombre en un animal de apetito carnívoro y de
digestión vegetariana y es el animal que, por el camino de la fraternidad,
quiere convertir a la sociedad de los hombres en una sociedad de moluscos
anémicos. Porque el hombre moderno quiere, a todo trance, suprimir el
heroísmo.”
Ignacio B. Anzoátegui
De acá.