Del blog ens
Aníbal Domingo D'Angelo
Rodríguez
15 de junio, 1927
21 de febrero, 2015
En este mundo, hay
dos clases de personas.
Por un lado, están
los que no lo conocieron.
Por otro, los que
tuvimos -Dios sabrá por qué- el raro privilegio de saber que vivió entre
nosotros uno de los últimos afables caballeros de lucidez y coraje que parió la
Argentina, si acaso no fue el último.
Nuestro recuerdo desde el
humor.
Carta de un Lector
Borges no existe
Señor
Director de "Cabildo"
D.
Ricardo Curutchet S/D
Muy
estimado señor:
He dudado mucho antes de escribir esta carta. Pues lo que voy a informarle
en ella es algo capaz de desestabilizar la cultura argentina, de provocar
pánicos en masa,
motines callejeros, quiebras de medios de difusión, infartos múltiples,
suicidios colectivos y otros males que me reservo.
Comprenderá usted, pues, mis dudas y hesitaciones. Pero por fin
pudo más mi amor a la verdad y me decidí a dar a conocer el resultado de
ciertas pacientes investigaciones que realizo desde hace años.
He recorrido bibliotecas, interrogado centenares de personas,
indagado documentos, fatigado archivos — ¡caramba, ya se me contagió el verbo fatigar!— y compulsado decenas de publicaciones. Todo comenzó por una
vaga sospecha o, más que eso, por un interrogante que se instaló en mi cerebro
cierto día que Jorge Luis Borges declaró, a la salida de un ágape no recuerdo
si con Mirtha Legrand u otro personaje desaparecido de las pantallas de televisión, que Castellani era "un
escritor de novelas policiales".
Cómo puede ser, me dije, que un hombre que escribe bien y del que
puede, en consecuencia, presumirse (bien que "juris tantum") que
tiene buen gusto, diga semejante sandez que prueba una pequeñez de alma
incompatible con la buena literatura.
Ese fue el punto de partida, la semilla de la que todo germinó,
el cuerpo extraño que introducido en las valvas de mi sesera produjo la perla
de mi descubrimiento.
Pues se lo diré todo de un solo golpe. Señor Director del alma mía (y agárrese fuerte):
Borges no existe.
¿Se da cuenta de lo que le estoy diciendo? ¿Asume usted el hecho de que si mi hipótesis es cierta, la
mitad de la cultura argentina actual se derrumba? Qué digo la mitad: tres
cuartas partes. Y si me apuran... pero mejor será que no me apuren.
Pero es así nomás, querido amigo, desdichado compatriota: Borges
no existe. Y paso a explicar las conclusiones de mi arriesgado, arriscado y
arrinconado estudio.
A mediados de la década del 20—los “roaring twenties” que le
dicen—
Leopoldo Marechal escribió un articulito en "Martín
Fierro" que no quiso (por razones que no he podido
descubrir) firmar con su nombre. Se inventó entonces un seudónimo con la
resonancia y audacia de los nombres marechalescos: puso Jorge Luis Borges como
años más tarde pondría a su novela cumbre Adán Buenosayres.
El artículo
gustó. La gente preguntó por el autor y Marechal le inventó un pasado y una
personalidad sumarios.
Meses más tarde, ya por divertirse, firmó otras líneas —esta vez un cuento— con el mismo seudónimo. Y así cuatro o cinco veces a lo largo de unos tres años. Al
final, Marechal se cansó y quiso hacer correr la voz de una muerte prematura y
trivial. Pero algunos amigos no lo dejaron y en una reunión en la cervecería
"Keller" de Belgrano, decidieron formar una especie de
"pool" literario que continuaría la vida falaz (aunque aún no
descreída) del engendro marechaliano.
Pasó
—ay—
lo mismo que con Frankenstein. El monstruo tomó vida propia y
sobrepasó a sus creadores. Porque, por esos azares de la creación, salieron dos
o tres poesías muy lograditas y un par de cuentos con gracia. El
"pool"
—formado entonces por Estrella Gutiérrez, Ernesto Palacio y García Sanchíz (que colaboraba
desde España)— se vio obligado a mantener la ficción. Si se observa la supuesta
obra borgiana, se notará que es muy poca y dispersa, lo que se explica por las
dificultades de la creación colectiva, que tan bien conocieron los hermanos
Quinteros, IIf y Petrov, Ortega y Gasset y
otros dúos famosos.
Pasó el tiempo. De vez en cuando, el "pool", club o
consorcio publicaba alguna cosita. Una y otra vez, también, cambiaba algún componente del
"pool", club o consorcio. Pero es en este rubro en el que mi
ignorancia es mayor, ya que el secreto de su composición es guardado hasta la
fecha, por el "pool", con sigilo masónico. Lo más que he podido
averiguar es que en uno u otro momento pasaron por sus filas —a veces
hinchadas hasta los doce miembros, a veces adelgazadas hasta los dos— Adolfo
Bioy Casares, el popular “Wimpi”, Manucho Mujica Láinez y últimamente el humorista Juan Carlos Mesa. De todo, como en botica, pero menos aséptico.
La cuestión dio un vuelco grave en 1955, más precisamente en
noviembre de ese año. Los sesudos liberales que asaltaron tan pacíficamente el
poder necesitaban con urgencia mártires, víctimas y humillados y ofendidos por
el peronismo. Revisaron las páginas de "Sur" buscando
candidatos, pero la cosecha era magra. Una que otra hora en la comisaria, uno que otro rechazo de originales en medios de difusión
estatales... nada. Pero claro está que eso no iba a arredrarlos. Ya estaba el
ilustre precedente de Mármol, que perdonó a Rosas una cárcel y unas cadenas
casi totalmente metafóricas. Así fue como se
produjo el segundo nacimiento de esa entelequia llamada "Borges".
Había que presentar un gran literato arrinconado por el peronismo y ponerlo en
un sitio de mucha cultura, muchos libros y buen sueldo oficial (pues ya se sabe
qué debilidad por los emolumentos estatales tienen estos privatistas). Se
decidió llamar a ese "Borges" que de vez en cuando publicaba obritas,
aunque por entonces jamás lo había visto nadie ni pontificaba todavía en
agotadores reportajes sobre todo lo divino y lo humano.
Allí fue el apuro del "pool". Se pensó primero en una rápida
y oficiosa enfermedad que se llevara en pocos días a la tumba al engendro.
Después de larga discusión, se optó por lo contrario:
darle algo más de vida real contratando a alguien que lo personificara. Pero la
lista de candidatos era decepcionante: el uno era muy joven, el otro muy
carilindo, el de más allá tenía facha de hortera. Por fin se encontró el
candidato ideal. Se trataba de un actor de cuarta categoría, de nacionalidad
dudosa —entre uruguayo e italiano— pero con una cara gargolesca que el tiempo
acentuaría hasta la caricatura y que respondía a la imagen que los
intelectuales tenían por entonces de un intelectual: feo, con un aire distante
y como abstraído, al estilo Malraux. Se llamaba —se llama— Aquiles R.
Scatamacchia. Se lo vistió adecuadamente, se le dieron dos o tres lecciones sobre
urbanismo elemental (el Scatamacchia pre-borgiano mondaba con techito) y se lo
lanzó a la vida pública. Me consta inclusive que el "pool" se
felicitó de los vagos precedentes de nacionalidad oriental del monstruo, pues
ello venía a cumplir un codicilo secreto del Tratado de Montevideo por el cual
un diez por ciento de nuestros prohombres tienen que ser uruguayos.
Por
otra parte, las características físicas de Scatamacchia eran las ideales para
el personaje a crear. Su semiceguera permitía explicar la falta de
reconocimiento de ciertas personas que "Borges" tendría que haber
conocido —me refiero, por ejemplo, a Victoria Ocampo, que no estaba en el
secreto. Su balbuceo le permitiría tomarse un tiempo precioso para pensar lo
que tenía que contestar ante preguntas comprometedoras. En fin: un verdadero
regalo de la naturaleza.
Y
así empezó todo, Señor Director. Si los libros tienen su hado ¿cómo no habrían
de tenerlo quienes los escriben? Porque en realidad "Borges" vino a
responder a una necesidad de nuestra cultura liberal. Era un escándalo inadmisible
que todos los grandes nombres de nuestra literatura fueran marginales o
directamente enemigos de tal cultura: de José Hernández a Gálvez, pasando por Lugones
y Marechal. Se podía poner el candil bajo el celemín —caso Castellani— pero
tarde o temprano había que oponerle un gran escritor de signo netamente
liberal. Así fue como "Borges" se convirtió en el "lugar
común" (en el sentido matemático) de todas las aspiraciones del
liberalismo argentino. "Borges" nació y creció porque su perfil
estaba como dibujado en el vacío por la rabieta de los liberales, que podían
exhibir algunos buenos escritores pero ninguno grande.
Y
así la bola de nieve creció y creció. Scatamacchia-Borges subió de un salto a
los medios masivos de difusión y pronunciaron con respeto su nombre millones de
personas que jamás lo leyeron ni lo leerán. De manera natural, como si hubiera
un mecanismo aceitado para esas cosas — ¿lo habrá?— los corresponsales
extranjeros se sumaron al coro. Y las cadenas de televisión. Y las revistas de
gran circulación. Y los ensayos en los que las estudiantes de letras volcaban
sus secretos anhelos de participar de la divina sustancia borgiana.
¿Entiende usted ahora
muchas cosas Señor Director? ¿Comprende por qué a "Borges " no le
dieron ni le darán jamás el Premio Nobel? ¿Acaso porque su obra no lo merezca?
Es todo una cuestión de proporción. Si lo recibió Echegaray ¿por qué no “Borges”?
Lo que pasa es que los porteños sobrepasamos la pifia y el cachondeo heredado
de nuestros antepasados hispánicos y llegamos a las cumbres del chichoneo
criollo. Pero ¿un sueco? ¡Jamás! Y no digamos una Asamblea de suecos. Que está
en el secreto y no se prestará jamás a ser cómplice de semejante broma. Pues ya
se sabe que estos módicos descendientes de los vikingos a lo más que llegan es
al humor negro de considerar pobres víctimas de no sé qué desapariciones a los
subversivos.
Pero
falta el "finale maestoso" de esta verídica historia. Con el tiempo,
Scatamacchia empezó a inflarse. Asumió su Borges, como diría un periodista literario.
Y comenzó a escaparse de las manos de sus creadores, en fiel continuidad de la
tradición frankensteniana. ¡Y allí fueron los apuros, el llanto y el crujir de
dientes! Porque Scatamacchia se largó a hacer declaraciones por su cuenta, en
las que mezclaba la pedantería del personaje que representaba con principios y
retóricas procedentes de vagas lecturas ácratas de su juventud.
El
"pool" se agitó, se preocupó, se desesperó, se descompensó. Algunas
veces lograban parar la publicación de las palabras del engendro y las
reemplazaban por otras de su cosecha. Son las raras ocasiones en que
"Borges" dice cosas más o menos sensatas. Scatamacchia contraatacó.
Comenzó enjuiciando la obra de su máscara con unos términos tan duros (y
verídicos) que produjeron un primer movimiento de estupor. Casi rotas las
relaciones con sus mentores, la producción borgiana se hace exigua hasta la
virtual desaparición, pero Scatamacchia sigue hablando "urbi et
orbi". Tratan de frenarlo y él se irrita más y más. Un buen día se harta y
con palabras públicas envía un mensaje secreto al "pool": "Yo
hago de Borges, me he acostumbrado a él, ahora que tengo 81 años. Mejor sería decir que me he resignado
a Borges" (Conferencia de Prensa en
Italia, publicada en La Prensa del
5.3.81).
¿Quiere
usted una confirmación más cumplida de la veracidad de todo lo aquí expresado y
del actual estado de guerra fría entre el personaje y sus creadores, como quién
dice entre los instintos y la inteligencia del irreal "Borges"?
Y
llegamos así a las últimas declaraciones, que tanta roncha levantaron en esa
ínfima parte de la humanidad formada por los que todavía practicamos el trivial
vicio del nacionalismo ("Borges" dixit). Tomadas en serio y/o dichas
por un argentino, constituirían una lisa y llana traición a la Patria. No sé si
jurídicamente, pero desde luego sí moralmente. Pero, claro está, quienes
conocemos el secreto no nos dejamos engañar. Se trata simplemente de un último
desafío de Scatamacchia a la Junta que lo gobierna o debiera gobernarlo.
(Parece ser un vicio argentino este de formar Juntas que pretenden gobernar y
no saben cómo hacerlo). Como si hubiera querido decirle: "A ver cómo se
escapan ahora de ésta". Porque claro, fácil era matar a Borges cuando era
una entelequia literaria, pero difícil ahora que está, como quien dice,
"encarnado".
Sin
embargo, si yo fuera Scatamacchia me cuidaría. No estoy muy seguro de que el
sigilo masónico de que hablo más arriba no obedezca precisamente a un
predominio de los hijos de la viuda en la actual composición del
"pool" y ya se sabe que estos huerfanitos no se andan con chicas
cuando les buscan las cosquillas.
Mucho
me temo —pero esto ya deja las tranquilas aguas de la investigación y se
interna en el proceloso mar de la profecía— que un día de estos
Borges-Scatamacchia resulte muerto de un paro cardíaco o hasta que haya un
atentado en el que un ignoto terrorista búlgaro o catamarqueño (preferentemente
con antecedentes fascistas) dispare catorce balazos contra el autor de "El
Aleph".
Veremos
entonces honras fúnebres sin parangón y una pléyade de nuestros más insignes
escritores —es decir Gudiño Kieffer, Asís, Medina, etc. — llevar un ataúd en el
que bajo el nombre de Borges reposarán los ingrávidos restos de Aquiles R.
Scatamacchia. Un gran equívoco cerrará así este equívoco período de la historia
literaria argentina. Y el nombre de Jorge Luis Borges pasará a integrarse en el
rico ciclo de los grandes mitos de nuestro liberalismo vernáculo, hecho —como
él— de humo, de engaño, de nada.
Dan
Yellow
Revista “Cabildo”, Julio 1981.
Repercusiones
de una carta
Hacia una Nueva
Definición de lo Sagrado
En
nuestro número anterior publicamos la carta de un lector —que firmaba “Dan
Yellow”— en la que se sostenía la inexistencia de Borges. Un canal de
televisión, una revista paraguaya y hasta el semanario francés L’Express,
recogieron y comentaron con diversos grados de sentido del humor lo que era
obviamente una suposición irónica. (Sin perjuicio de lo cual nos sentimos
obligados a reproducir las dos cartas que figuran a continuación).
Lo
importante no es el episodio en sí, sino las reflexiones que suscitan los
comentarios publicados en la prensa, los que —a no dudarlo— irán ampliándose en
forma concéntrica hasta terminar por generar dos escuelas exegéticas; los
borgianos puros y los borgi-scatamáquicos.
Mientras
en nuestro país y en el mundo pasan cosas trascendentales de las que se informa
pero que apenas si merecen comentario, esta broma periodística origina una
minúscula tormenta. El caso más fragante es el de L’Express. que en muchos años
apenas si se ocupó de la Argentina y ahora gasta más de media página para decir
que Cabildo es de un nacionalismo “puro y duro” y atribuirle, rozando la
calumnia, “publicar deliberadamente una mentira”, como si en la Francia de
Mitterrand se hubiera perdido la capacidad de identificar una ironía.
Pero
es que en el fondo hay algo mucho más grave. Porque una sociedad se define en
primer término por lo sagrado, es decir por lo que considera intangible. La
aceptación de la broma marca con gran precisión el límite de la doxa y la gnosis,
entre la opinión y la creencia.
El
episodio se inscribe en la misma línea que la ley por la que la liberal
Alemania occidental prohíbe que se niegue la existencia de las cámaras de gases
en los campos de concentración. De todo lo cual se deduce que se puede
escarnecer a la Patria, injuriar a Cristo o negar a Dios, pero no se puede
tomar en solfa a Borges o dudar del martirologio judío.
Buenas
y suficientes muestras de que en la era tecnotrónica lo sagrado no desaparece
sino que simplemente se transforma. Y que la calidad de lo sacro sirve muy bien
para identificar una época.
Buenos
Aires. 28 de Agosto de 1981
Señor
Director
de “Cabildo "
D.
Ricardo Curutchet
Estimado
amigo:
En su edición de la fecha la revista
francesa L’Express publica una larga nota
en la que comenta mi carta aparecida en Cabildo
y firmada con el transparente seudónimo de "Dan Yellow".
Como el episodio amenaza levantar una
polvareda mayor que la que jamás imaginé, deseo en primer término aventar toda
posibilidad de que se piense que soy un “yellou” (en el sentido norteamericano)
además de firmar como tal. Por ello me siento obligado a revelar mi identidad.
Además, quisiera expresar mi asombro
por el tono del comentario de L'Express,
del que pareciera surgir que su autor confunde mentira e ironía.
Como, por lo visto, en París se lee
muy atentamente la revista que Ud. dignamente dirige, me gustaría aclarar con
un ejemplo cuál es el alcance preciso de una ironía.
Si yo afirmara, verbigracia, que
Francia no existe y alguien se tomara tan en serio esta afirmación mía como la
anterior, podrían provocarse pánicos en masa. Afortunadamente, no hay por qué.
Todo lo que querría decir es que la Francia que conocí y amé, la Francia cuyo
idioma aprendí y cuya literatura frecuenté, esa Francia parece haber sido
suplantada por una mala comedia representada por actores de segunda, por malos
aficionados como Aquiles Scatamacchia.
Lo saluda cordialmente
Aníbal D’Angelo Rodríguez
Buenos Aires, 29 de Agosto de 1981
Señor Director:
Estoy furioso con su revistita que se
atreve a publicar una carta en la que se me califica de “actor de origen italiano
y de segunda fila”.
Sepa que en 1936 hice de segunda
figura en “La virgencita de madera" con el difunto Pepe Ratti y que en
1938 la revista “Caras y Caretas” publicó una foto mía y un reportaje en el que
decía que yo era “un valor que surge”.
Además, minqa de "vagos
antecedentes orientales”. Soy nacido en Canelones, un 25 de enero. El año no le
importa.
Si no publica esta carta se lo voy a
decir a ellos. Un chiste es un chiste pero no hay por qué despreciar
Aquiles Rosendo
Scatamacchia
Revista “Cabildo”,
Agosto de 1981.