Dos
patriotas borrados de la historia oficial argentina
POR SEBASTIAN SANCHEZ
"Yo no creo en encantadores pues por gracia de Dios soy cristiano a puño cerrado".
Francisco Castañeda
Diré lo que Dios me sopla
Y corríjame si miento;
El defender la Verdad
Es el primer Sacramento
Leonardo Castellani
Afortunadamente la
historia de la cultura argentina es pródiga en pensadores lúcidos y buenos
literatos aunque también es una crónica en exceso selectiva, de frágil y
antojadiza memoria que eleva a pedestales y altares laicos a algunos y destierra
al olvido a muchos otros. Sin duda entre estos últimos soslayados destaca el
Padre Leonardo Castellani y también un frate suyo, figura insoslayable de la
escena nacional del primer cuarto del siglo XIX.
Fray Francisco de
Paula Castañeda, puesto que de él se trata, nació en Buenos Aires en 1776, el
año de la creación del efímero Virreinato del Río de la Plata. Fue el
primogénito de una familia acomodada y profundamente piadosa, por lo que no fue
extraño que siendo un jovencito entrara a la Orden Seráfica, la de San
Francisco, para iniciar la formación sacerdotal. A pesar de su natural bonhomía
y su aguda inteligencia, el joven novicio tuvo algunos inconvenientes en sus
primeros tiempos de seminario. Tal como él mismo narra en su periódico más
conocido, Doña María Retazos, no podía combatir el sueño y éste le
atrapaba en las horas y lugares más inconvenientes. A punto estuvo de ser
declarado "inútil para la vida monástica" pero el maestro de
novicios, veterano auscultador de almas, evitó su expulsión intuyendo que
Francisco sería importante para la Orden. El año 1797 le encontró vistiendo el
hábito de San Francisco como sacerdote.
Sabido es que el P.
Castellani -que nació cuando moría el siglo XIX (1899) en Reconquista, Santa
Fe- vistió también la sotana de una orden regular, la Compañía de Jesús, a la
que ingresó en 1918. Si no tuvo problemas de sueño como Castañeda, sí se
caracterizó desde novicio por una inteligencia vivaz y original. Mientras de
día estudiaba a Francisco Suárez, el teólogo "oficial" de los
jesuitas, de noche leía para su mayor provecho la Suma de Santo Tomás. Su
singularidad e independencia de criterio, aunque sujetas por su proverbial
docilidad a la Verdad, le ocasionaría al buen Leonardo no pocos problemas en la
Compañía, que se agravarían con el correr de los años.
HOMBRES SABIOS
Más allá de las
distancias obvias, no son pocos los paralelos vitales a trazar entre Castañeda
y Castellani. Ambos se dedicaron con provecho a la literatura. Es cierto que
Castellani -"género único" se ha dicho de su talento- incursionó con
hondura en muchos ámbitos de la vida intelectual: a través de cuentos, fábulas,
poesías y ensayos abundó sobre psicología, historia y política, homilética,
filosofía y teología; pero también es verdad que Castañeda dejó una enorme obra
periodística que no sólo describía "lo que pasa" sino también y
fundamentalmente "lo que es".
Castellani pensó y
amó a la Argentina con una profundidad inédita en esta tierra, pero Castañeda
-tan amante de la Patria como el jesuita- dedicó afanosamente sus días a la
vida pública o, para mejor decirlo, a testimoniar a Cristo en la vida política.
Fueron hombres
sabios, de gran formación y no pocos honores académicos, y también desdeñosos
de la falsa erudición, de la pomposidad estulta de los doctores, de la fatuidad
del académico sonso. Por eso escribieron "en criollo", reconociéndose
hijos de la tierra sin desestimar la verdad universalmente enseñada. Dominaron
la ironía y la mordacidad, no con el desparpajo del comediante sino con el buen
humor del sabio, y combatieron el error (cuidando siempre del que yerra) a
través de la maestría en el verso, en la cuarteta audaz, la fábula sarcástica o
el epigrama genial.
Castañeda fue un gran
orador sagrado que pronunció bellísimos sermones patrios pero sobre todo
cultivó el periodismo, al punto de corresponderle la paternidad fundacional de
la prensa argentina luego de 1810. Ese honor, que le fue escamoteado para serle
dado a los ilustrados iniciadores de la Gazeta, es sólo un ejemplo de las
injusticias que su figura ha sufrido. Baste mencionar que fundó veinticuatro
periódicos que lo tuvieron por editor y único redactor, de los cuales editó
siete al unísono mientras sus ejemplares se vendían como pan caliente entre los
sencillos de la ciudad. Los títulos de sus diarios fueron desopilantes y
geniales: El Despertador Teofilantrópico Místico y Político; La
verdad desnuda; La guardia rendida por el Centinela y la traición
descubierta por el oficial de día. Y un par más, de colección: Vete
portugués que aquí no es y Ven portugués que aquí es.
Por su parte
Castellani escribió en docenas de periódicos y revistas, católicas y
nacionalistas, laicas y republicanas, aunque no liberales. Fundó incluso una
revista que hizo historia: Jauja, y se jubiló como periodista y no
como sacerdote. No obstante, lo suyo fueron los libros pues, como Chesterton,
escribía uno a la menor provocación. Es tarea difícil elegir unos pocos títulos
de su vasta producción pero baste con señalar Cristo, ¿vuelve o no
vuelve?, Cristo y los fariseos, Psicología humana, San
Agustín y nosotros, Crítica literaria, Su Majestad
Dulcinea, El libro de las oraciones y Martita
Ofelia y otros cuentos de fantasmas.
DOS REACCIONARIOS
Puede decirse que
ambos fueron reaccionarios. Castañeda ejerció su "santa ira", como
dijo de él Capdevila, contra el liberalismo que -encarnado en Rivadavia y su
Reforma- amenazaba a la joven Argentina. Por su parte Castellani reaccionó a la
continuación de esa "tradición" liberal que, consolidada y ampliada con
el socialismo, irrumpía en todos los ámbitos: la política, la familia, la
educación e incluso la Iglesia. Y a los dos la "reacción" les costó
persecución, destierros, odios y penurias, no pocas veces ejercidas por sus
superiores.
Y por eso hay un
elemento más que aúna a nuestros curas: el sistemático y malintencionado olvido
al que han sido condenados. Es cierto que Castañeda tuvo unos pocos buenos
biógrafos (Capdevila, Furlong, Scenna) y que Castellani también los tiene
(Randle, por ejemplo o Juan Manuel de Prada, que lo editó e hizo conocer en
España y - ¡ay!- también a muchos argentinos) [de Prada no es biógrafo ni mucho menos gran conocedor de Castellani;
hizo unas buenas ediciones, mas hoy en día se ha convertido en vergonzante
defensor de la apostasía desde su afición al cine. Ver ]. Todo eso es
verdad pero no lo es menos que ambos han sido negados, vilipendiados, borrados
de la historia de la cultura argentina. Ellos, que tanto hicieron por
columbrarla. Uno y otro, valientes y brillantes, mordaces y caritativos, originales
y desenfadados, irreverentes con el error y plenamente ortodoxos, fueron ambos
patriotas de una Argentina tantas veces ingrata con sus mejores hombres.
Castañeda murió en
Paraná en 1832, mientras terminaba de construir su enésima escuela. Castellani
partió en 1981, en su viejo departamento de Buenos Aires, en el que se había
convertido en Ermitaño Urbano. Quizás, sólo Dios lo sabe, andarán hoy
compartiendo morada, discutiendo risueños y recitando aquellos versos
diamantinos del Cura Loco: