El vencido inspira siempre simpatía,
porque al fin y al cabo normalmente sólo pierde el que se niega a cometer tal o
cual bellaquería.
Sólo podemos edificar instalándonos
en la derrota. El suelo de la victoria es deleznable y precario.
Sólo debemos consagrarnos a causas
que la derrota dejaría intactas.
No todos los vencidos son decentes,
pero todos los decentes resultan vencidos.
Los reformadores de la sociedad actual se empeñan en decorar los camarotes
de un barco que naufraga.
El mundo moderno no es una calamidad definitiva. Existen depósitos clandestinos
de armas.
La civilización se derrumba cuando su éxito insinúa que sobran las virtudes
que la afianzan.
Lo amenazante del aparato técnico es que pueda utilizarlo el que no tiene
la capacidad intelectual del que lo inventa.
Dos seres inspiran hoy particular conmiseración: el político burgués que
la historia pacientemente acorrala y el filósofo marxista que la historia
pacientemente refuta.
EL diablo elige, en cada
siglo, un demonio distinto para tentar la Iglesia. El actual es
singularmente sutil.
La angustia de la Iglesia
ante la miseria de las muchedumbres oscurece su conciencia de Dios.
La Iglesia cae en la más
astuciosa de las tentaciones: la tentación de la caridad.
SER joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.
LA opinión del joven no revela lo que piensa, sino a quién ha leído.
EL mal, como los ojos, no se ve a sí mismo. Que tiemble el que se vea inocente.
Nicolás Gómez Dávila