De
acá
Carta
de 1965 de Giovannino Guareschi a don Camilo a quién le cuesta adaptarse a las
novedades introducidas por el Concilio Vaticano II.
Reverendo:
Espero que
esta carta llegue al remoto exilio al cual le ha llevado su agresividad que, de
veras, no disminuye, sino que crece, con el paso de los años.
Conozco la
historia que comenzó cuando el compañero sindicalista Peppone, le dijo para
saludarlo en público: “¡Buenos días, compañero presidente!”. Después vino a
hacerle una visita a la casa parroquial junto a Smilzo, Bigio y Brusco para
decirle que, como pretendía embellecer la Casa del pueblo con un bello balcón
para los discursos, tendría que comprar columnas de mármol de la balaustrada
del altar mayor, y también los dos ángeles que había a los lados del tabernáculo.
Estos, le dijo (si mi informador es veraz), los quería para ponerlos sobre el
arco del portón de entrada, para adornar la placa con el emblema del PCI. Don
Camilo: usted quitó del muro el par de ángeles y los puso delante de Peppone y
compañía haciéndolos encontrar rápidamente la vía de la salida. Pero, créame,
no fue una respuesta graciosa, de buen jugador.
Cuando
estalló la bomba de la desestabilización, no nos olvidemos, ¿no fue usted a
encontrarse con Peppone en su oficina para comunicarle que habría comprado con
mucho gusto los retratos y el busto de bronce de Stalin existentes en la Casa
del Pueblo, y también la placa de mármol de la “Plaza Stalin”, porqué pretendía
usarlos para adornar convenientemente su baño personal?
Reverendo,
ahora que ya estalló la bomba de la desestabilización y usted debe adecuar la
iglesia a las exigencias precisas del nuevo rito boloñés, Peppone tenía el
derecho de ofrecerle pan por focaccia.
Usted está
de problemas hasta los ojos
Usted está
de problemas hasta los ojos, reverendo, pero esta vez la culpa es toda suya. El
joven cura, que sus superiores le han enviado para instituirle en el rito
boloñés y para ayudarle a actualizar la iglesia, no es un Peppone cualquiera y
no podía tratarlo rudamente como le ha tratado. Él venía a usted con un mandato
preciso y, como su iglesia no tiene ningún valor artístico y turístico
particular, el digno joven sacerdote tenía el pleno derecho de pretender el
cambio de la balaustrada y el altar, la eliminación de las capillas laterales y
los nichos con sus ridículos santos de yeso y madera, así como los cuadros
exvotos, los candelabros y, en fin, de toda la chatarra de lata, de madera y de
yeso dorado que, hasta la reforma, transformaban las iglesias en bodegas de
cosas viejas.
Usted, Don
Camilo, había incluso visto en la TV el “Lercaro Show” y la concelebración de
la Misa por el Rito Boloñés. Bien había visto la sugestiva pobreza del ambiente
y la conmovedora simplicidad del altar reducido a una proletaria mesa. ¿Cómo
podía pretender emplazar en medio de aquel humilde Sagrado Desco, un objeto de
tres metros de alto, como su tristemente famoso Cristo crucificado, al cual
está tan aferrado?
Aunque
había visto en la TV, algunos días después, como era preparada la Santa Misa
entorno a la que el papa y los nuevos cardenales habían celebrado el banquete
eucarístico. ¿No se había dado cuenta de que el crucifijo situado al centro de
la mesa era tan pequeño y discreto que se confundía con los dos micrófonos? ¿No
había visto, en fin, como todo en la Casa de Dios, debe ser humilde y pobre de
manera que resalte al máximo el carácter comunitario de la asamblea litúrgica
de la que el sacerdote es sólo un con-celebrante con función de presidente? Y
¿no había oído, en el segundo “Lercaro show” televisivo (“la partida cordial”)
cuán satisfechos están, incluso entusiasmados, los fieles petristas, de la
nueva misa según el rito boloñés? ¿No vio como estaban todos emocionados,
especialmente los jóvenes y las mujeres, del placer de concelebrar la Misa en
vez de de asistir pasivamente, sometiéndose al misterioso latín del celebrante,
y de la legitima satisfacción de no tener que humillarse más hincándose de
rodillas para recibir la hostia y de poderla recibir de pie, tratando a Dios de
tú a tú como había siempre hecho el honorable Fanfani?
Retrocediendo
algunos siglos
Don Camilo,
aquel joven sacerdote tenía razón y se turbaba por una santa causa porque la
actualización ha sido querida por el gran Papa Juan a fin de que la Iglesia:
“Esposa de Cristo, pueda mostrar su rostro sin mancha ni arruga”. Es la iglesia
que, hasta ayer simplemente católica y apostólica, se convierta (recuerde
siempre a Lercaro) en Iglesia de Dios. Y usted, Don Camilo, se quedó atrás unos
cuantos siglos; usted está aún parado en el último papa medieval, en aquel Pío
XII que hoy es vilipendiado públicamente desde el escenario con la aprobación,
– vea la representación del “vicario” en Florencia-, de los estudiantes
universitarios católicos, y que, cuando el productor obtenga la concesión estatal,
verá vilipendiado también en las pantallas.
Don Camilo:
¿no se ha dado cuenta, ni siquiera asistiendo a través de la TV a la
consagración de los nuevos cardenales? ¿No ha oído los aplausos calurosos dados
abiertamente al neo-cardenal Operaio Cardin? ¿No ha escuchado al Reverendo
Presentador televisivo precisar que el neo-cardenal checoslovaco Beran,
simplemente, ha salido de su “estado de aislamiento”? ¿No ha notado la calmada
indignación que vibraba en su voz, cuando el reverendo presentador de TV, ha
denunciado el abuso cometido del dictador Franco pretendiendo ejercer el
medieval, fascista privilegio que tienen los jefes de los estados católicos de
imponer personalmente el birrete a los neo-cardenales pertenecientes a sus
países? ¿Ni siquiera ha notado la diligencia loable con la cual el reverendo
presentador de TV –que, como, el resto, ha hecho lo mismo que el Santo Padre- y
ha ignorado la existencia de la llamada “iglesia del silencio” o “iglesia
mártir” detrás del Telón de Acero?
Don Camilo,
¿no se ha dado cuenta como las altas jerarquías de la iglesia evitan hablar de
aquel cardenal Mindszenty de Hungría que, con reprobable indisciplina, persiste
en ignorar la conciliación entre la Iglesia católica y el régimen soviético, y
que rehúsa ofrecer el debido tributo al llamado “comunismo ateo”, sosteniendo
incluso como creencia aún válida la excomunión papal que es hoy objeto de risas
en todos los oratorios parroquiales?
Don Camilo,
¿por qué rehúsa a entender? ¿Por qué, cuando el joven sacerdote que le ha sido
enviado por la autoridad superior le ha explicado que necesitaba limpiar la
iglesia y vender los ángeles, candelabros, santos, Cristos, vírgenes y toda la
otra chatarra, entre la cual también estaba su famoso crucifijo; porqué, digo,
lo cogió por las solapas y lo tiró contra la pared? ¿No ha entendido que están
en juego los más sagrados principios de la economía? ¿Qué están en juego miles
de millones y la misma sagrada integridad de la moneda? ¿Qué familia “bien” de
hoy, querría privarse del placer de adornar la propia casa con algún objeto
sagrado? ¿Quién renunciaría a tener en la antesala un San Miguel como adorno, o
en el dormitorio un par de ángeles dorados como lámpara, o en la sala de estar
un tabernáculo como un pequeño bar?
Seguir la
moda
Don Camilo,
la moda es una potencia que mueve millones de fábricas y millones de millones;
la moda exige que cada casa respetable posea algún objeto sacro. La búsqueda es
árida tanto que, si no pusiéramos en el mercado de arrendamiento, santos,
ángeles, patas del altar, candelabros, crucifijos, tabernáculos, Cristos,
vírgenes, etc., los precios alcanzarán cifras hiperbólicas. Y eso perjudicara
la sagrada integridad de la lira, honorada por los extranjeros con el “Oscar”
de las monedas. La Iglesia no puede separarse más de la vida de los laicos e
ignorar sus problemas. Don Camilo, no me haga perder el tiempo. Usted tiene
problemas. Y no es mía la culpa, la culpa es toda suya.
Sabemos
cada cosa: el curita que le fue enviado por los superiores le ha propuesto
–demolido el altar viejo- sustituirlo no con una mesa común como aquella del
“Lercaro Show”, sino con el banco del leñador que el compañero Peppone le había
vilmente ofrecido como donación sugiriéndole la utilización, recordando que el
padre putativo de Cristo era carpintero y que el pequeño Jesús, de niño, muchas
veces le ayudo a lijar y armar mesas. Don Camilo se trata de un sacerdote
joven, ingenuo, lleno de conmovedor entusiasmo. ¿Por qué no le tomó en cuenta
en vez de mandar a la calle al curita?
Buen
resultado, Don Camilo. Ahora, en su iglesia, hay un curita que hace lo que le
da la gana mientras usted se encuentra aquí arriba, en S., última y miserable
parroquia de la montaña. Un pueblo sin vida porque hombres, mujeres y jóvenes
están trabajando fuera, mientras allí sólo están los ancianos con los niños más
pequeños.
Y usted,
reverendo, ha tenido que ordenar la iglesia según las nuevas directivas; así,
después de haber concelebrado la primera misa por el rito boloñés, ha oído de
los viejos que, en todo el tiempo que permanezca en el pueblo, ellos no vendrán
más a misa.
Vox populi,
vox Dei
Don Camilo,
las cosas al final se saben. Usted –recordando las palabras del curita- ha
explicado que, ahora, la misa debe ser celebrada así y el viejo Antonio le ha
respondido: “Tengo noventa y cinco años y para lo poco o mucho que me queda por
vivir, me basta la misa que he oído en latín en estos noventa años”.
“Cosas de
locos, agregó la vieja Romilda, estos ciudadanos quieren hacernos creer que
Dios no entiende más que el latín”. “Dios entiende todos los idiomas, respondió
usted, la misa será celebrada en italiano porque ustedes tienen que entenderla.
Y, en vez de asistir pasivamente, ustedes participan del sagrado rito junto al
sacerdote”. “¡Qué mundo!,” dijo Antonio, “¡los sacerdotes no quieren decir la
misa solos y quieren que nosotros los ayudemos! ¡Pero nosotros debemos rezar
durante la misa!”
“Justamente,
así rezaremos todos juntos, con el sacerdote”, ha querido de explicar usted.
Pero el viejo Antonio tomó la palabra: “Reverendo, cada uno reza por su cuenta.
No se puede rezar en comuniorum. Cada uno tiene sus dificultades
personales que confiar a Dios. Y se viene a la iglesia a propósito, porque
Cristo está presente en la hostia consagrada y así nos sentimos más cercanos.
Usted haga sus cosas, reverendo, y nosotros las nuestras. En todo caso, si
usted es igual a nosotros, entonces, ¿de que más sirve el sacerdote? Para
presidir una asamblea son capaces todos. ¿Acaso yo no soy jefe de la
cooperativa de leñadores? Y después, ¿por qué ha quitado de la iglesia todas
las cosas que nosotros habíamos ofrecido a Dios, con el dinero que habíamos
sudado? Para esculpir ese San Antonio de castaño que se llevó al ático, mi
padre tardó ocho años. Se entiende que no era un artista, pero puso toda su
pasión y toda su fe. Si usted quiere hacer la revolución, vaya a hacerla a su
casa, reverendo”.
Don Camilo,
yo entiendo lo que usted tenía que probar. Pero la culpa es suya de haberse
enredado en estos problemas.
De todos
modos, yo no le escribo sólo para decirle cosas malas, sino para confortarlo un
poco. El curita que hoy está en su puesto ya ha desmantelado la iglesia. En
lugar del altar no instaló el banco del leñador, sino una mesa normal porque,
con mucha cortesía, las autoridades superiores le hicieron entender, a pesar de
ser esta idea bellísima y noble, esta preferencia dada al leñador podría haber
ofendido a los fabricantes y los otros artesanos. Balaustrada, ángeles,
candelabros, exvotos, estatuas de santos, vírgenes, cuadros e imágenes,
tabernáculo y todos los otros muebles sacros fueron vendidos y lo recolectado
sirvió para arreglar la iglesia, para los utensilios estereofónicos,
micrófonos, altavoces, calefacción, etc.
También el
famoso Cristo fue vendido porque era muy incómodo, llamativo, espectacular y
profano. Sin embargo, esté su corazón en paz: todas las cosas no se fueron
lejos. Las ha comprado el viejo notario Piletti que las llevó y ordenó en la
capilla privada de su villa del Brusadone. Falta solo la balaustrada del altar
mayor: la compró Peppone y dice que nos hará el balcón de la casa del pueblo.
Sin embargo
me consta que, columnas y otros pedazos de la balaustrada, fueron embalados y
llevados uno por uno con gran cuidado y puestos en un lugar seguro.
Usted sabe
que, por cuanto me conoce como un maldito reaccionario enemigo del pueblo,
Peppone se deja llevar por mí y me ha dado a entender que estaría dispuesto
negociar. Quisiera, a cambio de la balaustrada, la mitra que le quitó en 1947.
Dice que no tiene la mínima intención de usarla porque ahora ya está convencido
que los clérigos lograrán derrotar a los comunistas mandándoles al poder sin
darles la satisfacción de hacer la revolución. La quiere porque es un recuerdo.
La misa
clandestina
Don Camilo,
yo estoy seguro de que, cuando usted regrese dentro de poco (y lo harán
regresar pronto porque, ahora, a la iglesia van, para hacer despecho por usted,
sólo Peppone, Smilzo, Brusco y Bigio), usted encontrará todos sus queridos
adornos perfectamente adornados en la capillita del notario.
Y podrá
celebrar la misa clandestina para sus pocos amigos de confianza. Misa en latín,
se entiende, y con todos oremus y kirieleisón. Una
misa a la antigua, para consolar a todos nuestros muertos que, aunque no
conocían el latín, se sentían, durante la misa, cercanos a Dios; y no se
avergonzaban si, escuchando como se elevaban los antiguos cantos, sus ojos se
llenaban de lágrimas. Quizá porque, entonces, el sentimiento y la poesía no
eran pecado y ninguno pensaba que la dulce, eternamente joven “cara de la
esposa de Cristo” pudiese mostrar manchas o arrugas. Mientras que hoy se nos
presenta el vídeo profano con la cara desagradable y antipática del cardenal
Rosso de Bolonia y de sus fieles activistas, gentilmente concedido a la curia
por la federación comunista local.
Don Camilo,
téngalo presente: cuando los generales traicionan, tenemos más que nunca
necesidad de la fidelidad de los soldados…
Le saludo
afectuosamente y le mando, para su consolación, una imagen del muy reverendo
Pietro Nenni, experto en encíclicas papales, y llamado de los amigos “Peter pan
y salam”.
Su
parroquiano Guareschi