Contrariamente a lo que algunos puedan creer, el
famoso argumentum ad metum o apelación al miedo es tan viejo
como el arte de la retórica. Parece que se lo aplicaron a Macri –tensando tanto
la cuerda que causó hilaridad– y al final el candidato amarillo se impuso al
naranja. Que es la mayor diferencia que se puede señalar entre el uno y el otro
maleante.
Manifestado en centenares de ocasiones nuestro
repudio al sistema, en general, y a los dos fulleros que competían en el último
tramo de la farsa, en particular, digamos que motivos para estar aterrorizados
no faltan. Señalaremos tres que, comprensiblemente, no suelen ser los que el
mundo percibe. Incluyendo en ese mundo a muchos que suponíamos que lo tenían
por enemigo.
Para Macri la política se ha reducido a un genérico
“resolver los problemas de la gente”; muletilla tanto más repetida cuanto más
se la halló seductora. Sin embargo, esos problemas a los que se alude guardan
todos vinculación directa con el estar, nunca con el ser. El angostamiento del
bien común al logro del bienestar y del confort es evidente. La ninguna
preocupación por el ordenamiento de ese bien útil al honesto subyace en todo el
planteo. El resultado es una forma sutil de materialismo, que en nada repugna a
las entrañas de la filosofía marxista. Todo lo contrario: congenian.
El segundo de los temores nunca percibidos ni
enrostrados, es el liberalismo en su versión más tilinga, y por eso mismo tanto
más peligrosa. No sólo del liberalismo económico, con sus sempiternas
resonancias de endeudamiento, ajuste o dependencia foránea, sino de un
asfixiante liberalismo intelectual y moral, que mancha cuanto toca, pero
simulando pulcritud. Esfinge de tamaño espanto es la Vidal, capaz de imponer un
programa universal de pornografía conservando su aspecto de nereida u ondina.
La Michetti, protagonizando y secundando tropelías morales, cual si su silla
ortopédica fuese el carro de Elías. O el mismísimo Mauricio, instaurando el
manflorato más degenerado, mientras simula ser un hombre de familia.
Llamaremos tercer miedo al que nos causan los nuevos
devotos del ganador. Según ellos, ahora podremos respirar un poco, siquiera
temporariamente, tras el paso devastador de esa nueva y pavorosa metástasis del
peronismo que dio en llamarse kirchnerismo. Quienes así razonan olvidan al
menos dos cosas. Que la dignidad de un ciudadano, en una patria soberana, no
puede reducirse a la de un torturado que agradece al verdugo el segundo
“indoloro” que le concede entre que lo saca del potro para ponerlo bajo la
picana. Y olvidan asimismo que la naturaleza del mal al que estamos sometidos
sigue siendo la misma.
Los K fueron el delito, la cloaca, el sacrilegio, la
subversión y el manicomio. Los Pro dan análoga talla. Unos se comerán las eses
por brutos, otros las sacarán a destiempo por dicción de snobistas. Unos
inauguraron la militancia rentada, disfrazada de mística revolucionaria. Los
otros pusieron de moda la militancia del carnaval carioca o del viaje de
egresados. Pimpinela o Freddie Mercury. De allí no pasan los grandes
contrastes.
Parece ser que la famosa sigla N.N. no
es otra cosa que la abreviatura de nomen nescio, nombre
desconocido en latín, o del no name
britano, esto es, sin nombre. Nosotros acabamos de reparar en una nueva
sigla: M.M. Mauricio Macri, Más de lo Mismo. Por eso, desde el
instante previo e inicial de esta nueva ruina política, nos declaramos
beligerantes. Sí; nuestro sitio está afuera, al aire libre…
Antonio Caponnetto, Editorial
del número 115 Revista Cabildo.