Indefendibles
son los sacerdotes que cual sembradores profesionales de cizaña, dedican su
tiempo a dirimir personales revanchismos contra quienes juzgan no los han “honrado”
y “reconocido” como ellos se “merecen”, usando blogs o radios de internet para
lanzar su dinamita verbal fruto del chismorreo, que viene a ser su “pan nuestro
de cada día”.
Indefendibles
son los curas irrespetuosos con sus superiores (no hablamos de probados traidores
liberales), que enardecen y confunden a su grey a través de la ignorancia, la
presunción, la exageración, las tomas de posición extremas o el juicio
precipitado.
Indefendibles
son los sacerdotes autosuficientes que rechazan someterse a alguna autoridad,
pues un sacerdote sin sentido de la obediencia es, en el fondo, un liberal y un
revolucionario.
Indefendibles
son los curas que emergen pisoteando a los demás para intentar convertirse en
referentes de la única, auténtica, dura, pura e incorruptible Iglesia. El
espíritu farisaico domina sus acciones.
Indefendibles
son los sacerdotes con ambiciones de cargos honoríficos, sedientos de mando y ostentación,
y de gozar de reconocimiento y popularidad. Estos no trepidan en ensuciar a
quien sea para obtener lo que persiguen.
Indefendibles
son los sacerdotes que enancados sobre sí mismos peroran e insultan desde el
púlpito sin sentido de la caridad, la oportunidad y el bien de sus oyentes,
queriendo corregir a latigazos sin primero corregirse ellos mismos de sus
defectos.
Indefendibles
son los curas que con celo amargo y espíritu de discordia piensan siempre mal
del prójimo, haciendo de la detracción y la sospecha sus armas de combate principales.
“Los
malos sacerdotes son la causa de la perdición de los pueblos” (San Jerónimo)