“En “Lujo y necesidad” puse
una cita de Chesterton donde
decía que la literatura es un lujo y la ficción una necesidad, y que una obra
de arte nunca es demasiado corta y una historia nunca es demasiado larga. Años
más tarde le pidieron que desarrollara esas dos ideas y dedicó un artículo a
esa cuestión.
En él decía que la literatura es un lujo porque forma parte de lo que popularmente se ha dado en llamar «tener lo mejor de cada cosa», o de la cultura entendida como «conocer lo mejor que ha sido dicho y pensado», según una clásica definición de Matthew Arnold. Sin duda, seguía, la literatura es verdaderamente uno de esos lujos nobles que un estado bien gobernado procuraría extender a todos los ciudadanos e incluso lo vería como una necesidad en ese sentido más noble. Pero, en cualquier caso, es un lujo en el sencillo sentido de que los seres humanos pueden pasar sin él y ser tolerablemente humanos e incluso tolerablemente felices.
Sin embargo, los seres humanos no pueden ser humanos sin desarrollar su imaginación, sin algunas ideas acerca del sentido de aventura de la vida, e incluso sin tomarse algunas vacaciones mentales y refugiarse un poco de la vida en las ficciones. Esto no tiene que ver con que un hombre sea o no capaz de escribir, o incluso con que sea capaz de leer, como queda de manifiesto en ese periodo de la infancia en el que se suele «jugar a fingir algo», y también cuando el niño empieza a leer o, a veces (que el cielo le ayude), a escribir. Quien recuerde un cuento de hadas favorito de su niñez conservará un fuerte sentido de su solidez y de su riqueza, e incluso detalles bien definidos; y al releerlo años más tarde se sorprenderá, o si lo ha hecho se habrá sorprendido ya, cuando encuentre qué pocas y escasas eran las palabras que su propia imaginación convirtió en algo no sólo muy vívido sino tan variado. Se puede decir, también a partir de otros ejemplos, que todos vivimos una vida imaginativa que no viene completamente de fuera.
Pero de aquí no se concluye que todas esas cosas que alimentan las hambres de ficción desarrollan el paladar necesario para la literatura, «esa especie rara de ficción que alcanza un cierto estándar de belleza objetiva y de verdad». El amor por la ficción «no es algo semejante a tener aprecio por un buen vino; es algo más parecido a tener apetito por una comida decente». La necesidad de ficciones o de relatos es una necesidad de carácter general que está conectada con lo más profundo de un hombre, y con la cosa más extraña acerca del hombre que es, precisamente, ser un hombre. Esa característica extraña del hombre, que nos diferencia de cualquier otro animal, es que, al igual que un gran espejo hace que una habitación parezca dos habitaciones, así nuestra mente es, desde el principio, una doble mente que nos proporciona una capacidad de reflexión que nos hace vivir en dos mundos a la vez. («Fiction as Food», The Spice of Life)