“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


sábado, 22 de noviembre de 2014

Silencio



Pero, qué lástima, ya no podremos escuchar los insultos ceriánicos en nuestra radio…

Qué tristeza embargará las almas…



Para combatirla tendremos que poner la victrola y 
escuchar un poco de alegre música…




Mientras al cerebro maléfico se le va la chinche…



Pues seguro que con su banda seguirá tramando algo…




Y a propósito de tempestades.

Un anónimo ha enviado dentro de un artículo más morigerado (¿a causa de la tormenta?), que parece ahora duda (seguramente gracias al Padre Castellani citado por los blogs “fláccidos e impotentes”) del “dogma salettiano” sobre el que el P. Méramo ha fundado su sedentarismo estilita, estas palabras, acaso aleccionado por la tormenta justiciera:

Y las lluvias de bendiciones caen como un manantial de Gracias para vivir en paz la tierra.

También le dio el poder de desatar… tempestades… si quería.

Hágase la analogía, y verán las lluvias de maldiciones. Y si no…, abran los sellos…

(…)

Si este hombre es un apóstata, pero es verdadero Papa y tiene el poder de desatar, y está desatando tempestades, como están haciendo desde Vaticano II…, y en la lista de colaboradores de esas tempestades estoy yo…, como “fiel” (entiéndase “Fidelidad” entera)… ¡Mejor no sigamos…!


¿La culpa del rayo la tendrá también Francisco? Caramba…

Mejor pensemos y recordemos que “Quien esté de pie, mire de no caer” y “si no hacéis penitencia, todos pereceréis”.

No sabemos si escarmentarán los super-tradis, al fin y al cabo el desvariado rabí continúa su “batalla” personal contra Mons. Williamson,  pero, mejor escarmentar en cabeza ajena. Y dar gracias pues esa impuesta sugerencia de “¿por qué no te callas?” que a la fuerza se le ha propinado a las malas lenguas de la farisaica radio, debe aleccionarnos a no asomarnos nunca a esos caminos pantanosos del celo amargo, la soberbia petulante de los  “sabios” y el orgullo que inficiona las palabras y las hace por eso merecedoras del mayor de los castigos: convertirlas en nada.


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