“Pero cuando el
enemigo urde ocultamente sus tramas, entonces esparce luces en nuestro
entendimiento, mas luces falsas; porque su luz no es otra cosa que cierta luz
natural que despierta en la imaginativa, por la cual representa con alguna
claridad los objetos y excita alguna delectación en el apetito sensitivo. Pero no
pasa aquella luz al entendimiento, ni puede hacerle apto para penetrar las
verdades divinas, y mucho menos engendrar en lo íntimo del espíritu afectos de
sincera devoción. Así que todo el efecto de esa luz falaz se reduce a cierto
deleite en los sentidos internos, todo corporal, del todo superficial, y sin
carácter de verdadera espiritualidad. Y después esta misma delectación corpórea
va a parar en inquietud y perturbación, no siendo posible que el engañador, a
pesar de tanta disimulación y fingimiento, no se descubra finalmente por sí
mismo. Por lo que podemos decir, con San Cipriano, que el demonio se porta
siempre con los siervos de Dios, o como adversario fraudulento que engaña, o
como enemigo violento que combate con sus negras y turbulentas persuasiones”.
P.
Juan Bautista Scaramelli. Discernimiento de los espíritus, cap. III.