Hay
que desconfiar, por encima de todo, de esa categoría de “fariseos”, jóvenes o
viejos, que no saben más que perorar. Campeones puramente verbales de la
ortodoxia. Pero que, por poco que se les observe, tienen los mismos gustos,
obedecen a las mismas modas, son sensibles a los mismos slogans, están devorados
por las mismas ambiciones, están penetrados del mismo espíritu materialista o
hedonista, que el del mundo que pretenden reformar. Su ortodoxia no es más que
un simple juego de ingenio, cuando no una simple ideología de clase o de
ambiente.
Lejos
de ser apóstoles, estas gentes no son más que “ahuyentadores”. Jamás se dirá
bastante el daño que hacen. En muchos lugares, su suficiencia, su facundia, su
incapacidad en presentar la verdad si no es de forma desagradable, han
arruinado por largo tiempo todo espíritu de conquista.
Nuestra
labor ya no es tan fácil y tan agradable. Interesa tanto más realizarla con esa
“alegría de la verdad” de que habla San Agustín. Si es cierto que los santos
tristes son tristes santos, se puede decir que los animadores dolientes y
ceñudos no merecen ni siquiera el nombre de animadores. San Francisco de Sales
deseaba que su “Philothea” fuera la más alegre, y hasta... la mejor vestida
del grupo. Pensamos que un deseo análogo, debe manifestarse en lo que respecta
a nuestra lucha.
Es
ciertamente muy legítimo regocijarse mucho sabiendo reír de la absurdidad y de
la estupidez. Única ventaja que se puede sacar de ello.
Jean Ousset, “La
acción”, Ediciones del Cruzamante, Buenos Aires, 1979.