EL CONDE LUCANOR
EJEMPLO XXVI
De lo que aconteció al árbol de la Mentira
Don
Juan Manuel
Un
día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:
-Patronio,
sabed que estoy muy disgustado y dolido con unos hombres que me malquieren y
son tan revoltosos y embusteros, que nunca hacen otra cosa sino mentir a mí y a
todos los demás con quienes han de hacer o decidir algo; y las mentiras que
dicen las saben tan bien adornar y aprovecharse de ellas que me causan gran
daño. Ellos aumentan su poderío y enfurecen a la gente contra mí. Bien podéis
creer que si yo quisiera obrar de la misma manera, lo sabría hacer tan bien
como ellos; mas porque yo sé que la mentira es de mala condición nunca me pagué
de ella; y ahora, por el buen entendimiento que tenéis os ruego que me aconsejéis
qué actitud he de tomar con estos hombres.
-Señor
conde -dijo Patronio-, la Mentira y la Verdad se unieron en compañía y después
que estuvieron así un tiempo, la Mentira, que es más acuciosa, dijo a la Verdad
que sería bueno que plantasen un árbol del que tuviesen frutos y pudiesen estar
a su sombra cuando hiciese calor. Y la Verdad, como es cosa sencilla y de buena
voluntad, dijo que le agradaba.
Cuando
el árbol estuvo plantado y empezó a crecer, dijo la Mentira a la Verdad que
cada una de ellas tomase su parte de aquel árbol. La Mentira, dándole a
entender con vivas y compuestas razones que la raíz es lo que da la vida y
sostén al árbol y que es mejor cosa y de mayor provecho, aconsejó a la Verdad
que tomase las raíces del árbol que están bajo tierra. Que ella se aventuraría
a tomar aquellas ramillas que iban a salir y están sobre tierra, aunque era muy
peligroso, porque estaban expuestas a ser cortadas u holladas por los hombres,
roídas por las bestias o destrozadas por las aves con sus picos, con sus garras
o con sus patas. Podía secarlas el gran calor o quemarlas la helada; y que de
todos estos peligros no tenía que sufrir ninguno la raíz. Cuando la Verdad oyó
todas estas razones, como en ella no hay mucha astucia y confía y cree mucho,
se fió en la Mentira, su compañera, y tuvo por verdad lo que le decía, creyendo
que la Mentira la aconsejaba bien y que recibía muy buena parte. Tomó la raíz
del árbol y quedó muy contenta con aquella parte. Después que la Mentira hubo
llevado esto a cabo, quedó muy alegre por el engaño que había hecho a su
compañera, diciéndole mentiras hermosas y compuestas.
La
Verdad se metió bajo tierra para vivir donde estaban las raíces, que era su
parte, y la Mentira quedó encima donde viven los hombres y andan las gentes y
todo lo demás. Y como es muy lisonjera, al poco tiempo estaban contentos con
ella. Su árbol comenzó a crecer y a echar muy grandes ramas y hojas, daba muy
hermosa sombra y aparecieron muy bonitas flores de muy hermosos colores y muy
agradables a la vista. Cuando las gentes vieron aquel árbol tan hermoso
reuníanse de muy buena gana para estar a su lado y contentábanse mucho de su
sombra. Las más de las gentes estaban siempre allí y aun los que se hallaban en
otros lugares decían los unos a los otros que si querían estar regalados y
alegres que fuesen a estar a la sombra del árbol de la Mentira.
Cuando
las gentes se hallaban reunidas bajo aquel árbol, como la Mentira es muy
halagadora y de mucha sabiduría, les causaba muchos placeres y les enseñaba
su sabiduría y ellos se alegraban mucho de aprender aquel arte. De esta manera
atrajo a sí a todas las gentes del mundo, a los unos les enseñaba mentiras
sencillas y a los más sabios mentiras dobles. Debéis saber que la mentira
sencilla es cuando el hombre dice a otro: “Don Fulano, yo haré tal cosa por
vos”, y miente en lo que dice; y la mentira doble es cuando le hace juramento
o le rinde homenaje o le da rehenes, o pone a otros por sí para que hagan
todos aquellos pactos, y al dar estas seguridades ya ha pensado él y sabe de
qué manera todo esto quedará en mentira y en engaño. Mas la mentira triple,
que es mortalmente engañosa, es la que miente y engaña diciendo la verdad.
De
esta sabiduría había tanta en la Mentira y la sabía enseñar tan bien a los que
se pagaban de estar a la sombra de su árbol, que con aquella sabiduría les
hacía llevar a cabo las más de las cosas que ellos querían, y nadie que no
supiese aquel arte podría evitar que lo llevasen a hacer su voluntad, ya fuese
por la hermosura del árbol o por el gran arte que de la Mentira aprendían. La
gente deseaba estar bajo aquella sombra y aprender lo que aquella Mentira les
enseñaba.
La
Mentira era muy honrada y muy apreciada, la acompañaba mucha gente. El que
menos se acercaba a ella y menos sabía de su arte, era menos preciado por
todos, y aun él mismo se preciaba en menos. Hallándose la Mentira tan bien, la
despreciada y desdichada Verdad estaba escondida bajo tierra y nadie sabía nada
de ella ni la quería buscar. Ella, viendo que no le había quedado otra cosa con
que mantenerse sino aquellas raíces del árbol, que era la parte que la Mentira
le aconsejara tomar, a falta de otra comida tuvo que ponerse a roer, a cortar
y a sustentarse con las raíces del árbol de la Mentira. Y aunque el árbol tenía
muy buenas ramas y muy anchas hojas, daba gran sombra y muchas flores de muy
vistosos colores, antes que pudiesen dar fruto, fueron cortadas todas las
raíces, pues debió comerlas la Verdad, que no tenía otra cosa con qué
alimentarse.
Cuando
las raíces del árbol de la Mentira estuvieron todas cortadas, hallándose la
Mentira a la sombra de su árbol con toda la gente que aprendía aquel arte
suyo, vino un viento y dio en el árbol; y como todas sus raíces estaban
cortadas, fácilmente se derribó y cayó sobre la Mentira y la quebrantó de muy
mala manera. Todos los que estaban aprendiendo de su arte quedaron muertos o
muy mal heridos.
Y
del lugar donde estaba el tronco del árbol salió la Verdad, que estaba
escondida. Al estar sobre la tierra encontró que la Mentira y todos los que a
ella se habían acercado eran muy desafortunados y se encontraban muy mal por
haber usado el arte que habían aprendido de la Mentira.
Y
vos, señor conde Lucanor, ved que la Mentira tiene muy grandes ramas y sus
flores -que son sus dichos, sus pensamientos y sus halagos- son muy
placenteras. A ello se aficiona mucha gente, empero todo es sombra y nunca
llegan a buen fruto. Por tanto, si aquellos contrarios vuestros usan las
sabidurías y los engaños de la Mentira, guardaos de ellos cuanto pudiereis y no
queráis ser su compañero en aquel arte, ni tengáis envidia de la felicidad que
tienen por usarlo, pues estad seguro que les durará poco y no pueden tener buen
fin. Cuando creyeren ser más dichosos, entonces les fallará, así como falló el
árbol de la Mentira a los que creían ser tan afortunados a su sombra. Mas
aunque la Verdad sea menospreciada, abrazaos bien a ella y apreciadla mucho,
pues estad seguro que por ella seréis feliz, llegaréis a buen fin y ganaréis la
gracia de Dios, para que os dé en este mundo mucho bien y mucha honra para el
cuerpo, y para el alma salvamiento en el otro.
Al
conde agradó mucho este consejo que Patronio le dio, lo hizo así, y se halló
muy bien.
Y
entendiendo don Juan que este ejemplo era bueno, lo hizo escribir en este libro
e hizo los versos que dicen así:
Seguid la Verdad y de
la Mentira huid
pues su mal
acrecienta quien usa el mentir.