Julio Camba
“etc., etc.”,
Editorial Plus-Ultra, Madrid
Cuando
el moderno ratero internacional quiere trabajar en medio de una muchedumbre
cualquiera, lo primero que hace es colocar en sitio bien visible un letrero
que diga: «¡Cuidado con los rateros!». Instintivamente, todo el que lleve
consigo algo de valor—reloj, cartera, portamonedas o alfiler de corbata—se lo
palpa con mayor o menor disimulo al ver la advertencia, y el ratero, entonces,
ya sabe a qué atenerse respecto a sus posibles víctimas.
-Aquel
lechuguino que está en primer término —se dice el concienzudo profesional— tiene
muchas pretensiones, pero, seguramente, no lleva encima ni para tabaco. El
gordo de la derecha, en cambio, se muestra muy inquieto y no hace más que
acariciarse el bolsillo trasero del pantalón. No perdamos el tiempo y caigamos
sobre él...
Los
modernos rateros internacionales son unos grandes psicólogos. Quizá hayan
seguido algún curso de Psicología práctica en esas Universidades donde se
enseña de todo, o quizá un buen día, pillando desprevenido a algún ilustre
profesor, le hayan extraído la psicología del bolsillo, así como hubieran
podido extraerle la cartera; pero esto es lo de menos. Lo importante es que,
por esos mundos de Dios, los rateros trabajan siempre con arreglo a los últimos
adelantos de la psicología experimental, y que, cuando uno piensa en el
método, estrictamente científico, con que podría ser despojado en otros países
de su reloj o de su portamonedas, no le quedan ganas ningunas de dejarse
arrebatar estas prendas en el suyo por unos profesionales que, pese a toda su
habilidad manual, están todavía en la infancia del arte...
¡Cuidado
con los rateros!... La advertencia, como ve el lector, no suele ser tan
desinteresada ni tan generosa como parece a primera vista. Generalmente, claro
está, es la Policía quien la hace, pero algunas veces la hacen los propios
rateros, convencidos de que si el público ignora su presencia no tomará ninguna
medida para librarse de ellos, y de que si el público no toma ninguna medida para
librarse de ellos, tendrá muchísimas más probabilidades de librarse que si toma
alguna. A esta convicción, tan poco halagüeña para todos los que en unas
ocasiones o en otras formamos parte de ese monstruo social que se llama el
público, les llevó su profundo conocimiento del alma colectiva. Como digo, el
ratero moderno es un psicólogo, y, especializado en la psicología de las
muchedumbres, sabe que éstas hacen casi siempre, exactamente, lo contrario de
lo que deben hacer.
Rústica
y actual moraleja:
Hay
quien sale a gritar
“¡Cuidado
con el ratero!”,
vestido
de mosquetero,
o
de cura colosal.
Cuidado
con escuchar
agitadores
alpedo,
el
zorro acecha el gallinero
simulando
la piedad.
No
hay que dejarse embaucar
por spots de
macaneo
de
quien no es un hornero
sino
ave de rapiñar.
Haciendo mentira de la verdad
dan alarmas cual bomberos
con
farisaicos blogueros
mientras hurtan fe y paz.
Hay
mucho que rezar
permaneciendo
despiertos,
pues
serpea en todo huerto
quien
te acosa el calcañar.