“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


jueves, 12 de mayo de 2016

Cuentos perdidos por ahí

EL CONDE LUCANOR
EJEMPLO XII
De lo que acaeció a un zorro con un gallo




Don Juan Manuel



El conde Lucanor hablaba una vez con Patronio, su consejero, de esta manera:

-Patronio, vos sabéis que, loado sea Dios, mi tierra es muy grande y no está toda junta. Tengo muchos lugares que son muy fuertes, y algunos que no lo son tanto, además tengo lugares que están muy apartados de la tierra en que yo tengo mayor poder. Y cuando tengo contienda con los señores o con los vecinos más poderosos que yo, muchos que se me dan por amigos y otros que se me hacen consejeros, métenme grandes miedos y espantos y aconséjanme que de ningún modo me quede en aquellos lugares apartados, sino que me refugie y esté en los lugares muy fuertes y que están bien en mi poder. Y porque yo sé que vos sois muy leal y sabéis mucho de cosas como és­tas, os ruego que me aconsejéis lo que os parece que me conviene hacer en esto.

-Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, en los grandes hechos y muy temibles son muy peligro­sos los consejos; pues en los más de los consejos no puede el hombre hablar con certeza, pues na­die está seguro de a qué podrán llegar las cosas; que muchas veces vemos que el hombre piensa una cosa y después resulta otra, pues lo que el hombre piensa que es mal a las veces se vuelve bien; y lo que piensa que es bien a veces se trueca en mal. Y por tanto, el que ha de dar con­sejo, si es hombre leal y de buena intención, se ve en gran apuro cuando ha de aconsejar; que si el consejo que da lleva a bien, no recibe otras gracias sino que hizo su deber en dar buen conse­jo; y si el consejo no resulta bien, siempre queda el consejero avergonzado. Por lo tanto, este con­sejo en que hay muchos temores y muchos peli­gros, agradaríame en el alma si pudiese evitar de darlo. Mas pues queréis que os aconseje y no lo puedo evitar, os digo que mucho quisiera que su­pieseis lo que aconteció a un gallo con un zorro.
El conde le preguntó cómo había sido aquello.

-Señor conde -dijo Patronio-, un hombre te­nía una casa en la montaña, y entre las otras cosas que criaba en su casa, criaba muchas gallinas y muchos gallos. Sucedió que uno de aquellos ga­llos andaba un día alejado de su casa por un cam­po y andando muy descuidado, lo vio un zorro y vino muy escondidamente pensando tomarlo. Sin­tiólo el gallo y subióse a un árbol que estaba muy alejado de los demás. Cuando el zorro entendió que el gallo estaba a salvo, le pesó mucho porque no lo podía tomar y discurrió de qué manera po­dría arreglárselas para cogerlo. Entonces se fue al árbol, y empezó a rogarle y halagarle y asegurarle que bajase a andar por el campo como solía. El gallo no lo quiso hacer. Cuando el zorro se dio cuenta de que con ningún halago lo podría enga­ñar, comenzó a amenazarlo diciéndole que pues de él no se fiaba, él se las compondría de manera que le ocurriese algún daño. El gallo, entendiendo que estaba a salvo, no hacía caso de sus amena­zas ni de sus seguridades.

Cuando el zorro vio que por todos estos me­dios no lo podría engañar, se fue contra el árbol y empezó a roer con los dientes y a dar en él gran­des golpes con la cola. El gallo tomó miedo sin razón, no entendiendo que aquel miedo que el zorro le metía no le podía dañar. Se espantó en balde y quiso huir a los otros árboles en que creía estar más seguro. No pudo llegar al monte, mas llegó a otro árbol. Y cuando el zorro entendió que tomaba miedo sin razón, fue tras él, y así lo hizo volar de árbol en árbol hasta que lo sacó del monte, lo cogió y se lo comió.

Y vos, señor conde Lucanor, ya que tantas gran­des cosas habéis de pasar y para ello debéis estar preparado, es menester que nunca toméis miedo sin razón, ni os espantéis en balde por amenaza ni por dichos de nadie ni fiéis en algo de que os pueda sobrevenir gran daño ni gran peligro. Luchad siempre por defender los lugares más aleja­dos de vuestra tierra y no creáis que un hombre como vos, teniendo gente y víveres, por no hallar­se en lugar muy fortificado podría correr peligro alguno. Pues si con miedos y con recelos baldíos dejáis los lugares más apartados de vuestra tierra, tened por seguro que así os irán llevando de lugar en lugar, hasta que os hagan salir del todo; pues cuanto vos y los vuestros mayor miedo y mayor desmayo mostrareis dejando vuestros lugares, tan­to más se esforzarán vuestros contrarios por toma­ros lo vuestro. Y cuando vos y los vuestros veáis a vuestros contrarios más esforzados, tanto más desmayaréis; y así irá yendo el asunto hasta que no os quede nada en el mundo. Mas si bien porfiáis al principio, seguro estaréis, como estuvo el gallo si se hubiera quedado en el primer árbol. Y aun creo que convendría a todos los que tienen forta­lezas que supiesen este ejemplo, pues no se es­pantarían sin razón cuando les metiesen miedo con artificios, con cavas, con castillos de madera o con otras cosas semejantes pues nunca lo hacen sino por espantar a los sitiados. Y aun más os diré, para que veáis que os digo verdad: nunca se pudo ganar ningún lugar sino subiendo por el muro con escaleras o socavando el muro. Pero si el muro es alto no podrán llegar allá las escaleras; y para socavarlo, bien sabéis que necesitarán mucho tiem­po los que han de socavar. Así, todos los lugares que se toman es por alguna debilidad que tienen los sitiados o por miedo sin motivo. Y ciertamen­te, señor conde, los que son como vos, y aun los otros que no son de tan gran estado antes de empezar el asunto lo debéis pesar, e ir a él con mucho cuidado, sin poder ni deber evitarlo. Mas cuando en el pleito estuviereis, es menester que de nada cobréis espanto ni miedo sin razón, aun­que sólo debáis hacerlo porque es cierto que de los que se hallan en peligro, muchos más se sal­van defendiéndose que huyendo. Observad en que si un perrillo cualquiera, al que quiera matar un perro grande, se está quedo y regañando, muchas veces se salva; y por grande y fuerte que sea un perro, si huye, luego es cogido y muerto.

Al conde le agradó mucho todo esto que Patronio le dijo, hízolo así y se halló muy bien.

Y porque don Juan juzgó que era éste buen ejemplo, hízolo poner en este libro y compuso estos versos que dicen así:


No te espantes por algo sin razón;
mas defiéndete bien como varón.



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