“Hacía unos cuarenta años subieron a
Laputa para resolver negocios, o simplemente por diversión, ciertas personas
que, después de cinco meses de permanencia, volvieron con un conocimiento muy
superficial de matemáticas, pero con la cabeza llena de volátiles visiones
adquiridas en aquella aérea región. Estas personas, a su regreso empezaron a
mirar con disgusto el gobierno de todas las cosas de abajo y dieron en la
ocurrencia de transformarlo todo: artes, ciencias, idiomas y oficios. A este
fin se procuraron una patente real para erigir una Academia de proyectistas en
Lagado; y de tal modo se extendió la fantasía entre el pueblo, que no hay en el
reino ciudad alguna de importancia que no cuente con una de esas academias. En
estos colegios los profesores discurren nuevos métodos y reglas… con ellos
responden de que un hombre podrá hacer la tarea de diez, un palacio ser
construido en una semana… y todo fruto de la tierra llegar a madurez en la
estación que nos interese elegir y producir cien veces más que en el presente…
El único inconveniente consiste en que todavía no se ha llevado ninguno de
estos proyectos a la perfección; y, mientras tanto, los campos están asolados,
las casas en ruinas y la gente sin alimentos y sin vestido. Todo esto, en lugar
de desalentarlos, los lleva con cincuenta veces más violencia a persistir en
sus proyectos… (En cambio mi guía) se había dado por contento con seguir los
antiguos usos, vivir en las casas que sus antecesores habían edificado y
proceder como siempre se procedió… sin innovación alguna. Algunas otras
personas de calidad y principales habían hecho lo mismo; pero se las miraba con
ojos de desprecio y malevolencia, como enemigos del arte, ignorantes y
perjudiciales a la república, que ponen su comodidad y pereza por encima del
progreso general de su país…”.
Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver