Pero
que el hacer chistes contra los frailes que no cumplen sea cosa lícita y aun
loable es asunto confirmado por el mismo Papa, si es auténtico el Breve del papa Clemente VI, acerca del
poeta Chaucer. Habrían denunciado a este poeta que se burlaba desaforadamente
de los frailes malos, no menos que de los malos poetas, y el Papa respondió
que si se burlaba de los religiosos que eran de veras homines religiosi, era reo de cuasi sacrilegio y debería ser amonestado;
pero si reía de los clérigos que no cumplen sus votos, y eso en versos
inteligentes y muy melodiosos, casi merecía una condecoración. “Quodsi de aliis clericis et monachis
ioculatur qui spretis regulationibus profane ambulant, de iis etiam NOS
joculamur”. Clemente VI era un noble francés, y se dice que el Breve lo escribió el Petrarca; aunque
ciertamente éste no nos parece el estilo latino del Petrarca.
Pero
¿para qué ejemplos lejanos? ¿Creen ustedes que era católica España en tiempo de
Alfonso X? En el Libro de los Gatos, que
es una colección de enxiemplos del
mismo tiempo de Chaucer, se narra en el enxiemplo
XLVI que Satanás envió una carta al arzobispo de Toledo, diciéndole: “Satanás, Príncipe de los Infiernos, a
Dalmacio, Príncipe de la Iglesia de Toledo, salud. Todos cuantos clérigos
idiotas y sin letras vos tenéis, tantos yo vos di”. Añade devotamente el enxiemplo que el diablo entregó esta
carta a un caballero de su devoción, dándole un bofetón a manera de firma, que
le dejó grabados en el rostro los cinco dedos con sus uñas en trazos de carbón
indeleble, los cuales se borraron cuando el hidalgo entregó la carta.
Fuera bromas, nuestro
país sufre una crisis que hace obligatorio al patriota el hablar a calzón
quitado, si su ministerio es hablar. (Nietzsche dijo: “Golpear una puerta con una piedra no es pecado cuando está rota la
campanilla’’. Y el mismo Cristo mandó: “Si
no te escuchan en privado, dilo a toda la Iglesia”). Nuestro país sufre una
crisis que no es económica solamente, sino prevalentemente espiritual. Esa
crisis no ha perdonado, ni es posible perdone, a la Iglesia. En un país
católico, la Iglesia es como el sistema nervioso; y debemos seguir manteniendo
que éste es un país católico, cosa que se puede probar hasta un cierto punto.
El sistema nervioso basta que ande un poco flojo en un organismo, y es cosa de
maravillar los trastornos terribles y las enfermedades sutiles y atroces que
ocasiona. No es necesario que esté podrido —en cuyo caso el tipo suena—; basta
que esté un poquito flojo. La Iglesia se afloja cuando falla en ella la
contemplación. La Iglesia ha sido hecha para enseñar, para lo cual primero hay
que saber. Cuando fallan el vidente, el definidor, el contemplativo, el
profeta, la Iglesia se convierte en una especie de sociedad anónima frigorífica
para la conservación del cristianismo en latas.
La
beneficencia no es el fin principal, es un subproducto del apostolado
católico; ni siquiera la misma administración de los sacramentos es el fin
principal, a no ser que sea al mismo tiempo una enseñanza; y no una mera venta
de ceremonias mágicas.
San
Pedro en persona instituyó el orden del diaconado, para que, repartiendo ellos
las limosnas y administrando el bautismo, dejasen al sacerdote libre el
cultivo de la doctrina: “Non misit nos Dominus
baptizare sed evangelizare”, dijo audazmente el Príncipe de los Apóstoles,
aunque parece que lo dijo en griego, a juzgar como no lo entienden algunos
apóstoles de hoy.
Escribimos
como para una nación adulta. El Sumo Pontífice reinante ha honrado a la
República Argentina instituyendo una Facultad de Teología en su Arquidiócesis.
Es menester responder a esta confianza instituyendo una verdadera Facultad,
con estudios realmente universitarios, y no un Colegio Secundario de Catecismo.
Lo contrario sería una indignidad, aprovecharse de la lejanía y la generosidad
del Papa para simplemente meterle la mula; lo cual podrá ser lícito en los comicios,
pero no es lícito en la Iglesia, porque la Iglesia tiene un juez que no es la
Suprema Corte. Y ya se ha dado mal el primer paso, ¡y qué paso!
Al
construir dos seminarios chatos y juntos en el estrecho solar de Villa Devoto
se ha arruinado definitivamente la posibilidad de hacer un buen seminario a la
europea, porque se ha ahogado el espacio vital necesario para centenares de
jóvenes que estudien. Ahora, si no estudian, sobra lugar, por supuesto. Dos
seminarios mal hechos son más que uno bien hecho: son menos; y pueden ser hasta
una calamidad, una hipoteca para la salud y el éxito vocacional de miles de
candidatos al sacerdocio.
Una
buena Facultad de Teología, con estudios realmente universitarios, no la
pueden hacer aquí ni los jesuitas solos, ni los salesianos solos, ni los
dominicos solos, ni los presbíteros solos, ni nadie solo. Es una cosa eximia y
difícil, que requeriría una conjunción de fuerzas y no la extrema dispersión
actual.
El
cardenal Wiseman, para levantar los estudios de su seminario de Scott, no
vaciló en nombrar profesor de teología a un laico casado, William War. Se
levantó una tormenta entre los católicos vigilianos y oyuelescos, que se lo
querían comer vivo al santo prelado, llamándolo Unwiseman; la cual aplacó Pío IX con una sonrisa: “No creo —dijo— que el haber recibido un sacramento sea impedimento insoluble para
enseñar acerca de los otros sacramentos”. Y nombró doctor en teología a
War, que era un verdadero sabio.
Convénzanse
que una facultad se hace con sabios, no con ladrillos, ni con decretos, ni
siquiera con encíclicas, cuando éstas quedan tranquilamente incumplidas; y convénzanse
que los sabios son raros, en todos los sentidos de esta palabra. En la
Argentina, para contarlos sobran dedos de la mano. Uno de nuestros males
sociales, como se sabe, es la multiplicación de los profesionales en serie
—maestros incluso— por nuestras Universidades en serie.
En
vez de multiplicar los sabios, como aconsejaba Bernardo Houssay en La Nación,
en el año 1934, aquí se han multiplicado las Facultades, lo mismo de estudios
civiles que de los otros. No hay orden religiosa que no quiera tener su colegio
máximo aparte, lo cual será muy cómodo —sobre todo para rebajar y adulterar las
altísimas disciplinas que son la filosofía y la teología—, pero es nefasto.
Colegio Máximo de ésos hemos conocido que tenía ocho o nueve alumnos, con UN
PROFESOR que enseñaba TODO, desde Escritura Sacra hasta Cánones, y desde latín
hasta gimnasia; o mejor dicho, enseñaba principalmente su falta de conciencia.
Por
supuesto que con este sistema pulularán los doctores Pistolari.
Sobre
esto escribió Jaime Balmes, justo hace hoy un siglo, un artículo más seriote,
pero no más serio.