Bernie era un niñito suizo muy bonito. Como todos los
niños de Suiza.
Su madre, muy bondadosa ella, sin embargo a veces recurría
a métodos no muy limpios para conseguir que Bernie la obedeciera:
De allí en más, cuando Bernie va a viajar en avión
dice: “Voy a tomar la cuchara”.
Y así le fue ocurriendo con muchas otras palabras. Por
ejemplo, un día su madre le preparó spaguetti. Pero Bernie no sabía
pronunciarlo:
-Se
dice “Spaguetti” –le dijo su madre.
-Spaguitto
–repitió Bernie.
-¡Spaguetti!-inisitió
la pobre madre.
-Spaguitto.
-A
ver, vamos a practicar, Bernie. Decí: “Trabetti”.
-Trabetti
–respondió Bernie.
-Trebetti-trabetti-trabetti.
-Trabeti-trabetti-trabetti.
-Ahora:
¡Spaguetti!
-¡Spaguitto!
Estas cosas enfurecían a su madre:
Entonces, para superar este trauma infantil, sus
padres enviaron a Bernie a estudiar idiomas, muchos idiomas. Y Bernie estudió y
lo hizo bien, llegando a hablar fluidamente varias lenguas.
Pero ni esto pudo evitar que continuara confundiendo
las palabras y no pudiera pronunciar otras.
Así es como en su etapa adulta, cuando alguien le
decía, por ejemplo: “iglesia conciliar”, él decía: “Iglesia Católica”.
-Conciliar.
-Católica-respondía
él. Y no había caso, ahí se quedaba.
Lo peor de todo fue cuando tuvo que redactar, a pedido
de unos señores romanos, una Declaración doctrinal. Así como antes le habían
dicho “levantamiento de la excomunión” y él había dicho “retiro del decreto”,
ahora, cuando le decían “doctrinal” él decía “diplomática”, y cuando le decían “avión”
él decía “cuchara”, y así parece que aquel viejo trauma infantil renacía
poderosamente renovado y libre en su lenguaje, sin que hubiera una madre para regañarlo.
Y ya libre y desatado de toda inhibición, Bernie se
sumió en su confusión, a pesar de que mucha gente a su alrededor trató de
corregirlo, con tan mala suerte que Bernie para vengarse los echó de su lado,
creyendo con ello perjudicarlos sin saber que les hacía un favor.
Así fue como Bernie se fue quedando sin buenos amigos,
pues en su confusión donde él decía “amigo” había un “enemigo”, y viceversa.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado…es
decir, no.