Los Siete Asaltantes
Apenas hubo el rubicundo Apolo mandado decir por señas
y ventolina a través de un unido velo blanquecino de nebulosidad invernal que
podía inaugurarse un nuevo día sin su augusta presencia, cuando levantándose el
nuevo Gobernador después de diez horas de sueño decidió no ir a misa por
hallarse algo resfriado ni tampoco comulgar por ser Viernes Santo, y se
trasladó con tristeza a la Sala de las Dogmáticas Definiciones para resolver
los asuntos del día. No bien húbose sentado en el trono, cuando entró el
Verdugo del Reino trayendo a la rastra a un horrendo asesino de hirsuta
pelambre y fulgurantes ojos, vestido de vigilante y un sambenito encima, con
los cuales el Gobernador entabló en seguida el siguiente diálogo, quiero decir
con el Verdugo primero y después con Ladrón de Guevara:
GOBERNADOR.-
¿Qué pasa?
VERDUGO.- Es el
parricida que mató a su padre, a su madre, a su mujer y a seis hijos que tenía,
que si llega a tener siete no se salva ni uno.
GOBERNADOR.- ¿Y
qué hacen que no lo han fusilado?
VERDUGO.-
Señor, dice que es una injusticia.
GOBERNADOR.-
¿Quién dice?
VERDUGO.- Él...
A grito pelado. Y lo peor es que todo el pueblo que está delante el cadalso,
una gran parte les dio por hacerse los hinchas y gritan: «Tiene razón, tiene
razón».
GOBERNADOR.- ¿Y
usté les hace caso?
VERDUGO.- Yo,
señor, la gente anda brava y tengo miedo se suleve la gente, porque en esta
Ínsula la gente es muy sulevosa.
GOBERNADOR.- Yo
tenía justamente gana de ver a este tigre hircano y esta gran bestia de las
Américas por puro gusto de ver cosas raras que le da a uno. Pásemelo adelante y
yo les voy a decir si es justicia o no es justicia.
Pasó al frente el criminal, que vestía un gran tabardo
rojo sangre con caperuza de loco, con cadenas colgadas al cuello y la figura
del diablo en el pecho, y Sancho lo consideró con horror y espanto, después de
lo cual le preguntó diciendo:
-¿Por qué has matado a tu padre?
-Porque yo tenía derecho a la felicidad.
-¿Qué felicidad?
-Felicidad quiere decir que uno en esta vida tiene que
aprovecharla.
-¿Y dónde aprendiste eso?
-En el cine, señor, y en la radio, y en los tangos y
en todas las revistas ilustradas de la Ínsula, sin contar la Doctrina
Cristiana.
-¿También en la Doctrina?
-Sí, señor, donde manda no robar.
-El séptimo no hurtar.
-En eso no estoy muy fijo, señor, pero yo tenía que
perseguir a los ladrones, porque era representante de la autoridad.
-¿Y no podías ser feliz sin matar a tu familia?
-No, señor, en forma alguna, porque no había comida
para tantos.
-¿Y tu sueldo?
-Cientoveinticinco mangos, señor.
-¿Y no podías pedir limosna?
-No, señor, siendo agente policía, debo perseguir la
mendicidad.
-¿Y no podías robar, ninquesea, al parigual que matar
tanta gente?
-No me da por robar a mí, señor. Yo no soy desos de la
uña. Otros yo sé que hasta son jefes políticos a pura coima. A mí no me da por
eso. No sirvo, vamos al decir.
-¿Y te dio por matar a medio mundo, que ni los
animales lo hacen, sacando el chancho, el tigre y el conejo?
-No fui yo solo, señor; y si me fusilan a mí por eso,
deben fusilar a los otros.
-¿Qué otros?
-Los otros siete cómplices de Guevara.
-Dejalos no más que cuantito yo los agarre van a ver
todos los asesinos.
-No, señor, no van a ver nada.
-Porque yo los voy a matar.
-No, señor, no los va a matar.
-¿Y por qué no?
-Porque no puede, señor. Y por eso es injusto que me
mate a mí.
-¿Y por qué no puedo?
-Porque no.
-Salió cierto entonces -dijo Sancho mirándolo un rato
fijo- lo que dijeron los médicos de guardia.
-¿Qué cosa?
-Que usté es loco.
-No, señor, ni por sueño. Criminal seré pero loco
nunca.
-¿Y quiénes son los Siete Asaltantes que yo no puedo
matar? ¿Se han ido al Uruguay, por si acaso?
-No, señor, viven aquí y aquí está la fotografía.
Somos una banda de siete, señor, y yo conozco la dirección y la filiación de
todos. Somos la Gran Banda de los Asaltantes de la Ínsula, y no vaya a pensar
que yo soy el jefe. El jefe anda muy seguro, al jefe no lo agarran nunca.
Demudose Sancho al oír tan sorprendente denuncia y
alborozose al pensar que podría hacer la redada grande y acabar de una vez con
todos los horrendos crímenes de su Ínsula; por lo cual todos los Cortesanos al
verlo se demudaron y se alborozaron, en tanto que el asesino sacaba del tabardo
rojo un gran mazo de pringosos papeles que se demostraron al ser extendidos
seis grandes bustos de cuerpo entero de seis grandes figurones. Extendiolos el
Mastresala en sendas perchas y aparecieron a la vista de los circunstantes la
figura de un Diarero, un Actor, un Maestro, un Diputado, una Gran Dama, y un
Ministro de Hacienda, todos con caretas, al mismo tiempo que dos pregoneros de
resonante voz se ponían al lado de los carteles -250-
y empezaban a proclamar la filiación de los seis extraños Asaltantes,
que estaba escrita abajo con tinta china, y creo que en idioma también chino.
ASALTANTE 1, DIARERO.-
Este hombre es el dueño de todos los pasquines de la Ínsula. Sabiéndose
que la gente no puede vivir sin diarios, les pudre el alma, les cuenta
mentiras, los nutre con calumnias, les ayuda a pensar al revés, les hace ver
fantasmas, los vuelve chiquilines y botarates y nadie le puede hacer nada
porque tiene mucha plata y puede más que el Gobernador. Se llama Libertad de Prensa.
¡Oído al otro que viene el otro! ¡Pase!
ASALTANTE 2, ACTOR.-
Éste es el que fabrica todas las películas, las comedias y las novelas
por Radio. Con tal de ganar plata el tipo divierte a la gente por la línea del
menor esfuerzo. Él es el que dio la ley que no haya comedia sin tres chistes
verdes o desvergüenzas cuanto más mejor y la longitud e intensidad del besuqueo
en los idilios del cine. Es un tipo graciosísimo y la gente -¿qué no perdonarán
a un gracioso?- anda loca por él y por consiguiente nadie puede hacerle nada,
porque al fin no somos frailes ni monjas y hay que divertirse. Su nombre es el
Arte por el Arte. ¡Oído al otro que viene el otro! ¡Pase!
ASALTANTE 3, MAESTRO.-
Éste es el que regula la enseñanza gratuita y obligatoria de la Ínsula,
haciendo que ella sea necesariamente la peor, más estúpida y anquilosada del
mundo; y que nadie pueda mejorarla, porque eso se opondría a la tradición
liberal del país y daría mucho poder a los curas que estudian -si es que hay
alguno-, desplazando de las cátedras a los laicos que no estudian, o que son
idiotas, engrupidos o judíos, destruyendo así el laicismo escolar, que es la
más grande conquista de la civilización moderna, y dando libertad a los padres
para elegir maestro para sus hijos, lo cual es contra la naturaleza de las
cosas. Este fino asaltante de nariz ganchuda se llama el Cuento del Estado
Enseñante. ¡Oído al otro que viene el otro! ¡Pase!
ASALTANTE 4, DIPUTADO.- Éste es el maestro del arte de ganar
elecciones sin fraude o con el democráticamente; o sea el gran camandulero de
la voluntad popular y la opinión
-251- pública, cacique de la
gran tribu de los politiqueros, que son los hombres que se dedican a apoderarse
del poder para desde allí acomodar a la familia y dar puestos a los amigos porque
para eso Dios los hizo vivos y estudiaron el bachillerato de la Ínsula hasta
tercer año. Su nombre es Voluntad Popular, Normalidad, Democracia Moderna y
Defensa de las Instituciones. ¡Oído al otro que viene el otro! ¡Pase!
ASALTANTE 5, GRAN DAMA.- Ésta es la Presidenta del Sindicato
Trustificado de Bailes Para Recoger Plata Para los Leprosos. Ésta es la maestra
y patrona de las señoras que saben tirar la plata porque para eso es suya, y
cuando se acabe ya se encargará el administrador judío de los latifundios de
exprimir otra para dar al país desde Montevideo, Llao Llao, París o cualquier
parte menos donde se debe, el espectáculo radioso de su hechicera madurez en
malla. Su nombre es Aristocracia. ¡Oído al otro que viene el otro! ¡Pase!
ASALTANTE 6, MINISTRO.- Éste es el socio matrimonial aunque
divorciado del anterior Asaltante, especialista en tratados de comercio con
naciones extranjeras y en resolver los grandes problemas de Estado en forma que
la riqueza insuleña no vaya toda al exterior sino que una parte considerable
tome el camino de su bolsillo y por tanto quede en la Ínsula, y contribuya a
perpetuar en el gobierno a la camarilla de entregadores de la nación a otras
naciones más civilizadas y cultas, que se encarguen paternalmente de su civilización
y cultura. El nombre de éste es Pluto Demoliberalismo Financiero... ¡Oído! ¡No
pase!
-¡Qué nombres! -dijo Sancho, al finiquitar el último
pregón y acabar él de anotar en su libreta el del último Asaltante, tarea en
que había estado todo el tiempo muy intento. Después de lo cual, paseó su vista
con arrogancia por su corte y la clavó en Ladrón de Guevara, diciendo:
-¿Y quién dijo aquí que yo no puedo fusilar a todos
estos Asaltantes?
-¡Usted no puede, señor! -dijeron todos coreando a
Ladrón de Guevara.
-¿Y por qué no puedo?
-Espere que yo le diga los verdaderos nombres -dijo
Pedro Recio aproximándose con grandes muestras de alarma e impaciencia- porque
ésos son seudonímicos.
Y llegándose al Gobernador, le empezó a decir al oído
todos los nombres verdaderos.
Apenas le hubo musitado Recio todos los nombres
verdaderos cuando viose al rubicundo Gobernador ponerse color tierra, agarrar
convulsivo las peras de la silla, dar dos o tres hipidos, como bagre fuera
l'agua, y caer presa de mortal desmayo. Acudieron todos los Cortesanos con
inhalaciones de azufre y amoníaco, haciendo gran lamentación y condolencia
-porque parecía realmente que Sancho había acabado su mortal carrera- y estorbando
a los médicos de guardia, que estaban probando una sangría apoplética, hasta
que tan súbito como se fuera volvió Sancho a sus sentidos y dando una patada a
un enfermero gallego que le estaba poniendo en las narices trapos quemados y
sulfuro de carbono, se llevó las dos manos a la cabeza y gritó horrorizado:
-¡Qué espanto! ¡Los Siete Peores Asaltantes de la
Ínsula son funcionarios públicos, son los pilares de la sociedad, son la crema
de la vida social, son los tipos más populares, son las personas de mayor
influencia y son amigos íntimos míos! ¿Cómo puedo yo fusilar a esta gente? ¿Y
qué sería de mi Ínsula si estos Siete desaparecen? ¿Y cómo se puede hacerlos
desaparecer sin derrumbarlo todo? ¡Santo Cristo de Limpias, Santo Íñigo de
Azpeitia, que fuiste siempre mi amparo, ayúdame en este trance!
Quedose un momento Sancho suspenso, como oyendo una
voz del cielo, que creyeron todos se desmayaba bis; y levantándose luego, se
hizo traer un gran cuchillo de cocina muy filoso, que entregó al Asesino Loco
número 7, al mismo tiempo que dictaba al Escribano el siguiente
Decreto
1. Se desafecta el gran palacio llamado Parlamento, y
se adjudica como vivienda obligatoria y gratuita a los Seis Grandes Asaltantes
y Columnas de esta Ínsula por espacio de un año.
2. Se intima a las dichas Columnas que no podrán
dormir afuera, ni con la puerta cerrada ni con armas, ni con luz encendida
aunque sea una mísera mariposa; sino todo abierto día y noche.
3. Se conmuta la pena de muerte al Asesino Loco por
pena de reclusión libre en el dicho Parlamento, por el cual podrá vagar día y
noche, pero no salir de él en el término de un año.
4. Al fin del año, se verá lo que ha pasado y se
proveerá en consecuencia.
Cúmplase, publíquese y archívese.
Sancho I, Gobernador
Hecho lo cual sacudiose el Gobernador con satisfacción
ambas manos, y dando por terminado el fatigoso juicio, dio inmediatamente la
señal de los festejos, los cuales consistieron ese día principalmente en un
cuadro vivo de la felicidad terrena, en un terreno baldío, y en un decreto o
proclamación de los derechos del hombre que, habiéndose salvado por suerte de
la gran quemazón de papeles que hicieron los vencedores de Sancho después de
destronarlo, cosa que narraremos adelante, está en el legajo de documentos que
me confió Cide Hamete (h.), y es mi deber de traductor insertar en este lugar y
no en otro.
Dice así:
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ínsulo
Considerando:
1. Que el hombre no nace porque quiere sino porque le
dan vida entre varios, de los cuales la madre Natura y Dios Nuestro Señor Su
Santísimo Hacedor y Padre no hay que olvidarlos; y no muere cuando quiere sino
cuando lo matan...
2. Que el hombre nacido si sus padres no lo crían es
menos que nada.
3. Que todo hombre nacido necesita para ser hombre la
ayuda de muchos otros, y para decir la verdad, necesita de todos.
4. Que el mundo no necesita de ningún hombre
imprescindible, puesto caso que si lo aplasta un colectivo o lo parte un rayo
la gente dice: «Tuvo la culpa por imprudente» y lo entierran y el muerto al
hoyo y el vivo al bollo...
Declaramos solemnemente reformada la Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ínsulo, que según parece hicieron en siglos
posteriores algunos asesinos lunáticos llamados Ronseao, Vueltaire y Don Alambre,
y la sustituimos por la declaración siguiente, que tendrá valor y vigencia por
el término de 99 años a partir de la fecha, en todos los términos de nuestra
Ínsula:
1. El hombre no tiene absolutamente derecho a nada.
2. El hombre tiene derecho solamente a la felicidad
eterna y gracias.
3. El hombre tiene derecho a cumplir con su deber, con
el fin arriba dicho.
4. El hombre tiene derecho a todas las cosas
necesarias y convenientes para cumplir su deber y alcanzar la felicidad eterna.
5. El hombre tiene derecho a que lo castiguen si no
cumple con su deber y pone en peligro lo otro.
6. El hombre tiene derecho a que si se pone por
ventura a estorbar al prójimo que cumpla con su deber y alcance la felicidad
eterna, le den un garrotazo que lo balden.
7. Para todos casos litigiosos que atañan a la esfera
de su deber y felicidad eterna, el hombre tiene derecho a entenderse con Dios
directamente o por medio de sus ministros y sus buenos gobernadores, que lo
atenderán en todo momento.
Cúmplase, publíquese y archívese.
Sancho, Gobernador