“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


martes, 23 de junio de 2015

Los nuevos motivos del lobo




En las famosas Florecillas de San Francisco, el santo relata el caso del lobo de Gubbio; esto es de la ciudad italiana sita en la actual provincia de Perugia. Según el relato, el animal era un depredador al que sólo sosegó la intervención taumatúrgica del varón de Asís.

El tema fue abordado literariamente por diversos artistas, siendo una de las composiciones más famosas al respecto, el vigoroso poema “Los motivos del lobo”, escrito por Rubén Darío, y publicado en 1913. Hay un sinfín de ediciones gráficas y recitadas, y el interesado podrá consultar, por ejemplo, la siguiente versión digital:  http://www.poemas-del-alma.com/los-motivos-del-lobo.htm

En estos días de junio de 2015 pidieron mi cooperación para publicar una antología de textos críticos sobre el Pontificado de Francisco. Dicho texto saldrá, Dios mediante, en la tercera semana de julio, bajo el título: Francisco: la amenaza del sincretismo.

Tras terminar de ofrecer mi ayuda bibliográfica, me venía a la mente, una y repetidas veces, el notable poema de Rubén Darío. Y a la par, algunas aventuras satírico-trágicas del Padre Castellani cuando traducía o acomodaba a su gusto un poema. Y hasta memoré la Antología Apócrifa de Conrado Nalé Roxlo, llena de humor y de lirismo.

Animado por estos precedentes, y consciente de que es aconsejable imitar lo bueno, aunque con las inevitables e insalvables distancias que tal imitación suponen en mi caso, escribí la siguiente versión de Los motivos del lobo del precitado Darío. He hecho el intento de respetar la métrica, el ritmo, el lenguaje y el tono. Sólo reduje su extensión para no agobiar al lector.

Va con un par de salvedades, por las dudas. La primera, para los mojigatos: no está abolido y nos es lícito practicar el castigat ridendo mores. La segunda para los prosaicos de todas las internas eclesiales: no se puede leer un poema como quien lee la Summa. Por eso el Aquinate, además de su portentosa manualística racional nos regaló su poemario eucarístico.

                                      ANTONIO CAPONNETTO



LOS NUEVOS MOTIVOS DEL LOBO


El pastor que cuida de un inmenso aprisco,
pleno de ternura, de olor rebañal,
el humilde argento, el Papa Francisco
está con un fiero y extinto animal.

Peor que aquellos canes de la policía
que hincaban sus fauces en el criminal,
el lobo de Trento que al infiel rugía
celoso ha asolado las calles de Roma
reclamando el Credo, latines, sotana,
aullando a los gritos, que incluso una coma
pedía San Mateo que fuese cristiana.

Duros cancerberos de la Nostra Aetate
fueron engullidos. En crueles dentadas
tragábase frailes, nuncios y un abate
que diera herejías por normas sentadas.

Francisco salió,
al lobo buscó
en las catacumbas.
Lo halló de rodillas al pie de las tumbas
de mártires, santos, insignes caídos.
Viendo la amenaza le habló a los oídos,
sandwich en la mano
al salvaje ofrece: una silla, hermano
lobo. El preconciliar
oyó un verbo nuevo: misericordiar;
 ya no levantisco
cesó el agresivo rezo del rosario
y dijo: está bien, fratello Francisco.

¡¿Cómo?!, dijo el Papa, ¿eres reaccionario,
restauracionista,
cara-vinagrista,
un príncipe acaso de la Iglesia regia
que se cree egregia.
De las periferias temor y temblor,
del maestro Kasper eres desertor,
sigues empeñado con el Vetus Ordo,
vienes de Nicea,
quién te ha convencido que hay que dar pelea
al hereje a bordo?

Algún tiempo el lobo dejó sus desdoros
sin juzgar manfloros.
Amaba a gurúes, imanes, deicidas
y al besar a todos dando bienvenidas
aprendió a hacer lío, a ahorrar combustible,
supo que ni Cristo fue tan infalible,
puesto que aquel cuento de peces y panes,
no lo creen Tucho Fernández ni Manes.


Un día Francisco fue a la sinagoga,
y el lobo sin riñas, sin cepos ni soga
se encolerizó, llegó a Santa Marta
y en feraz embiste a todos aparta.
Corrió a los masones, los pentecostales,
los mil fariseos infestos de males,
los ecumenistas de saber hediondo
y mordió las tabas de Sanchez Sorondo.
De nada servían los buenos modales
pues el cavernario
no retrocedía de furia jamás,
era un emisario:
la espada de Pablo, la luz de Tomás.


Jorge Mario entonces se puso severo.
Volvió a Santa Marta
a retar al lobo por camandulero.
Lo halló y de ternezas por poco lo ensarta.
¡En nombre de Gea, la tierra divina
conmínote, digo, a no usar naftalina.
No sabes acaso que el hermano piojo,
la hermana polilla…!
Lo interrumpe brusco el lobo y un ojo
le clava en la cara cual punzante abrojo:

¡Ay Papa Francisco!, cuida tu mejilla,
no me llamo Kiko ni Skorka o Cristina
no me doy la paz,
heredé del Tata esta carabina
y soy montaráz.
Me eduqué en la escuela de fiel obediencia
y si te hice caso por no ser audaz,
hoy el Catecismo y la Sacra Ciencia
me indican el riesgo de ser tu secuaz.

¡Ay Papa Francisco! Te apartaste mucho
de las tradiciones y la Ceremonia
central de la Fe,
del misterio expuesto allá en Calcedonia
piensas que ya fue.
No nos canonices a felones rojos,
nunca de insensatos tengas el tupé
que no te bendigan herejes, de hinojos.


Palos me da el mundo si amo a Cristo Rey,
ese mundo que unges con sus embelecos,
el de tus obispos, más necios que un buey
casi tan hebreos que kipá con flecos.
No soporto el vicio de estos recovecos
vaticanos. Ni soporto aquí
la guaranguería junto al plebeyismo,
la Evangelii gaudium, la Laudato si.

Déjame en el templo, el caliz y el solio,
déjame el breviario, el coro, el altar
vuelto hacia el Oriente, hermano Bergoglio
déjanos del monje saber contemplar.


El lobo de Trento no dijo más nada.
Como un hesicasta bajó su celada
de paz silenciosa, de cielo y de luz.
Rezó cual si fuera la última odisea
Rezó con los fieles de Laodicea:
No tardes, Dios mío. ¡Ven Señor Jesús!


Antonio Caponnetto


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