“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


lunes, 31 de agosto de 2015

Cuentos perdidos por ahí


COLOCAR UN CUADRO ES MUY SENCILLO
Jerome Klapka Jerome





Cuando al señor Podger se le ocurre hacer algo, nadie se lo puede sacar de la cabeza y toda la casa se trastoca. Acaban de recibir un cuadro recién comprado. Dejaron el cuadro en el comedor. La señora Podger indica la pared en que a ella le gustaría que fuese colgado.

- ¡Ah! - dice el señor Podger-. Les ruego a todos que no se entrometan en este asunto. Yo me voy a encargar de colocarlo en la pared.

Y el buen hombre comienza por quitarse la chaqueta; después le pide a la mucama que vaya a comprar cincuenta céntimos de clavos; de inmediato apura a su hijo para que corra tras ella a fin de recordarle la medida de los clavos... Y entonces, comienza el verdadero trabajo.


- Willy, busca el martillo... Tom, alcánzame un metro... También me hace falta una escalera y un banco de cocina... Jim, tienes que correr hasta la casa del señor Goggles y decirle: "Papá le envía saludos y espera que su pierna esté mejor. Y ya que estoy aquí, ¿podría prestarle su nivel?". Mary, tú quédate aquí para sostener la lámpara. Y en cuanto la muchacha haya vuelto con los clavos, tendrá que volver a salir para comprar un poco de cuerda. ¡Tom! ¿Dónde estás, pequeño? Alcánzame el cuadro.

Al tomar el cuadro, el cuadro se cae. El grabado se desprende del marco. El señor Podger se hace un tajo con el vidrio. Corre por el comedor buscando su pañuelo. El pañuelo está en uno de los bolsillos de su chaqueta, pero no recuerda dónde la dejó. Toda la familia se dispone a buscar el saco. El señor Podger va y viene de un lado a otro. Choca con unos y se empuja con otros. Al fin se sienta, sin dejar de quejarse.

- A ver... ¿Nadie sabe dónde puse mi chaqueta? No he conocido gente tan inútil como ustedes. De los seis no sé cuál es el más incapaz. ¡Qué barbaridad!

Se levanta y descubre que estaba sentado sobre la chaqueta. Entonces exclama:

- Ya está. Ya la encontré. ¡Soy el único que encuentra las cosas en esta casa!

Media hora más tarde, cuando ya le vendaron el índice, y le trajeron el martillo, la escalera, la silla y la lámpara, toda la familia se para a su alrededor, incluso la mucama y la lavandera... Uno le sostiene la escalera, otro le tiende una mano para subir, aquél le alcanza los clavos y este otro le da el martillo. Los clavos se le caen y todos andan por el suelo para recogerlos con un imán.

- Ya los tenemos.

- ¿Y el martillo? ¿Dónde lo dejaron? ¡Es increíble! Los siete encima mío y nadie sabe dónde quedó el martillo.

Finalmente aparece el martillo. Pero ahora el señor Podger ha perdido la marca que había hecho con un lápiz en la pared para saber dónde poner el clavo. Lo ayudan a hacerla otra vez. Hay divergencia de opiniones. Entonces el señor Podger toma el metro y comienza nuevamente con sus complicados cálculos.

- Treinta y cuatro centímetros y medio del techo, y un metro diez de la pared aquélla... Dejando siete centímetros para la moldura...

Comete errores en las operaciones matemáticas. Intentan ayudarlo y lo hacen embarullarse con las sumas y las restas. El buen hombre toma entonces una gran decisión. Se inclina hacia la izquierda con el bramante, operación que simplificará las cosas. Con la inclinación de su cuerpo logra formar un ángulo de cuarenta y cinco grados con la escalera. Unos tres centímetros más y rozará el rincón con la punta de los dedos. Pero estos tres centímetros son suficientes para romper su equilibrio y el señor Podger se desbarranca y cae sobre el teclado del piano arrancándole un singular acorde.

- ¡..........!

La señora de la casa se queja. No puede permitir que los niños escuchen juramentos de ese calibre. La tía María aprovecha la ocasión para hacer algunos comentarios irónicos.

- La próxima vez que se les ocurra colgar un cuadro, les pido por favor que me avisen con tiempo. Así podré ir a visitar a mi madre en el campo y regresar cuando hayan terminado.

- ¡Ay, las mujeres! Arman un mundo con una insignificancia - replica el señor Podger con hosquedad.

Segundo martillazo. Ahora el clavo se mete en el yeso hasta la cabeza. Para sacarlo hay que hacer un boquete en la pared. Después, es necesario hacer nuevos cálculos para encontrar otro espacio, ahora más arriba y más a la izquierda. Con tal fin, los niños se lanzan a buscar el metro, el lápiz y el bramante.

Cerca de las once, el cuadro, por fin, está colocado en la pared. No se lo ve del todo derecho y su simetría con los objetos vecinos es algo lastimosa. Pero, ¡da igual!... En un radio de cincuenta centímetros alrededor de cierta zona, la pared parece picada de viruelas. Todos los miembros de la familia tienen un aspecto tedioso y agotado, salvo el señor Podger.

- ¡Listo! - exclama con manifiesta satisfacción, saltando de la escalera -. ¡Y pensar que hay quien hubiese acudido a un albañil para semejante pavada!




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