Lo
mismo de alguna forma que se dice ocurre en Roma (en el artículo que reproducimos).
Se presiona a los sacerdotes sospechados de oposición o disentimiento al
acuerdo con la iglesia conciliar; se los quita de en medio; se traslada a
veteranos con brío a sitios pequeños y remotos; se coloca en puestos clave (superiores
de distrito, directores y subdirectores de seminarios, priores) a jovencitos dóciles e
inexpertos, débiles o acuosos de carácter y sumisos a todo capricho de los superiores; se
ha juzgado inicuamente a algunos y se ha censurado y perseguido y expulsado a
otros. Etcétera. Y todo esto en medio de una estrategia de branding
publicitario y sonrisas, muchas sonrisas…igual que en Roma.
Colas en Fiumicino
De acá
Hace
algunos días se publicó en una página americana un interesante artículo acerca
de otro de los devastadores efectos que está produciendo el pontificado de
Francisco, esta vez, en la Curia Romana. Traduzco el párrafo inicial:
“Solía conocer a muchos sacerdotes que
trabajaban en los dicasterios romanos pero ahora están haciendo cola en los
aeropuertos de Roma y regresando a sus diócesis de origen con la intención de
no volver. El problema es que el Papa matonea a sus jefes y, entonces,
sus jefes los matonean a ellos, y por eso se van. Por más curtido que se
tenga el cuero, hay límites para soportar insultos y desprecios. Esto, sumando
a un creciente grado de sudamericanización, hacen que el
ambiente de trabajo de la Santa Sede sea cada vez más difícil. A los que tienen el cuero más delicado y son más sensibles, debido a que el mundo del Papa
inevitablemente se estrecha, todas las mañanas desde Santa Marta les caen más
insultos. El éxodo de Roma se basa en una simple pregunta: “¿Debo
quedarme o debo irme?”. E irse es más fácil que quedarse”.
Me
interesa hacer un par de observaciones.
No me parece extraño, ni malo de por sí, que se esté dando
una sudamericanización de la Curia Romana. En la larga época de Juan Pablo II se
produjo una polonización así como históricamente, siempre hubo
una italianización. El problema es que los sudamericanos que están
llegando a Roma presentan las mismas características de quien los lleva: cortos
de entendederas, incultos, vulgares e ignorantes. Y este tipo de personajes
pueden encontrarse en todos los países y continentes. Pero ocurre que, en este
caso, Dios los cría y el Papa los amontona, y así van a terminar
llevándose puesta a la Curia, si los dejan.
En
segundo lugar, me parece muy grave y alarmante que los buenos sacerdotes que
trabajan en la Curiaestén dejando sus puestos los que son rápidamente
ocupados por estas nuevas huestes francisquistas. Este método de recambio
de personal no es nuevo: lo aplicó Perón y desde hace algunos años lo están
aplicando los Kirchner en Argentina. Veamos, si no, el caso de la Cancillería,
donde los empleados de carrera y con antecedentes y capacidad para desempeñar
sus delicadas tareas son hostigados continuamente por sus jefes hasta que,
cansados de soportar la situación de acoso, renuncian a sus puesto, o sos
echados, y su lugar es ocupado por algún jovencito incompetente de La Cámpora. Lo
que el periodista que escribe la nota no sabe es que Bergoglio está “camporizando”
la Curia, es decir, llenándola de gente que le responda automáticamente y
lo consienta en cualquier disparate que se le ocurra.
En
general, quienes trabajan en la Curia Romana, gozan de mala fama. Se los
percibe como frívolos, trepadores y cómodos que escapan al duro trabajo
pastoral del cura de a pié. Y la imagen es falsa. Conozco personalmente y muy
de cerca a cuatro sacerdotes de la Curia. Dos ellos volvieron ya a sus diócesis
y los otros dos hacen más de veinte años que están allí. Tres de ellos son
argentinos y uno es alemán. Doy testimonio de la ejemplaridad de los
cuatro. Ninguno de ellos está o estuvo en Roma con ánimos de trepar o de
integrar alguna cordata de poder. Es más, uno de ellos se
fastidió sinceramente cuando lo ascendieron y ubicaron en un vistoso puesto del
séquito papal. En todos los casos, los movió siempre el ánimo de servir
a Cristo y a la Iglesia del mejor que podían hacerlo y en obediencia a lo
que les pedían. Ese servicio, en algunas ocasiones, implicó
sacrificios: en uno de los casos significó entregar a sabiendas su propia
carrera y futuro en la Urbe a fin de cumplir con el deber que su conciencia y
amor a Cristo y a su Esposa le imponían.
Como
en todo grupo humano, no todos son así. Tenemos en la Curia Romana a Mons.
Karcher, que han demostrado ser especialista en la frivolidad de las selfies y
del Facebook, y al arzobispo Sánchez Sorondo, un verdadero maestro en el arte
del panqueque o la crêperie y de la navegación según los
vientos que corren. Pero me animo a decir que no son ellos la mayoría.
La mayoría son los otros. Y es a ellos a quienes está espantando Francisco.
Como los Kirchner, dejará tierra arrasada.