“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


miércoles, 15 de octubre de 2014

Apostolado Radial



La mujerona sorbe un último trago del pico, trago largo de licor dulzón y amarillento que casi abandona por completo la manoseada botella. El último resto baja ensalivado y turbio, para esperar el regreso de la escena. Echa luego una mirada a la mesita donde entre chucherías ha colocado una parva de estampitas, a cual más devota y pía. Las mira ya justificada y en cuanto apaga la luz de su camarín, las olvida.
Al llegar a la escena atropella el micrófono entre ruidos y rugidos, mientras un sonidista acompaña con una música pomposa, excitante, como de película 3D. Y ya sin importarle nada, sintiéndose enteramente libre para desaguar sus jugos gástricos despotricando groseramente, la mujerona emprende de un tirón su número, con el habla segura e hiriente de la impudicia más conveniente. De su boca emerge un hedor rancio y avinagrado, mescolanza efervescente de los vapores fermentados del alcohol, la comida dos veces recalentada de la noche y una halitosis tercamente rebelde. Tiene en mente aquella figura obsesionante que nunca siquiera la miró, aquel embrujo obstinado que le carcome las entrañas, aquel hombre objeto de sus odios más agitantes. Algunas palabras salen apuradas y contrahechas (dice Auqnue en vez de Aunque, por ejemplo) y gasea la atmósfera con chistes que nadie festeja, tal vez porque el veneno que se percibe y que atraviesa el aire como el humo de un incendio no hace más que causar desagrado en quienes aún no han bebido suficiente. La despechada incluso hace chistes sobre los “Santos Inocentes” y después se corrige pero malamente, simulando una piedad que imita de una vieja estampa, para cambiar un poco el ritmo de su ya repetido monólogo.
Pero no parece fatigarse y en sus desvaríos es consecuente. Cuando lo crea conveniente la petaca auxiliadora le dará más cuerda a su show tronante e incendiario. Quién sabe si su tema constante no sea, como dijo un famoso escritor, “la discordia de lo real y de sus ilusiones románticas.”
Lo cierto es que su caso es visto por muchos con la curiosidad de quien se acerca a la feria ambulante a ver a la “mujer barbuda” u otro fenómeno por el estilo. Es todo un caso sin dudas. Pero ella sigue su número, a pesar de las miradas y los comentarios que reflejan su ridículo, a pesar de las risas que provoca cuando menos lo esperaba. Continúa, claro, sin hartarse nunca, exhibiendo su rutina, porque ella es la dueña de la fonda.  




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