Todos tenemos muchísima paciencia para
soportar las penas ajenas.
(La Rochefoucauld.)
Existen muchísimas razones de por qué los otros
tienen que tener paciencia.
(L. C.)
El
mayor ridículo de una persona vieja que ha sido atrayente es
olvidar que ya no lo es.
(La
Rochefoucauld.)
No es
lo mismo saber que uno es viejo que saber que uno ya
no es joven.
(L. C.)
Si la nariz de Cleopatra hubiese sido
más corta, la faz del mundo hubiera cambiado.
(Pascal.)
Esas
grandes y ruidosas acciones que deslumbran los ojos
son presentadas por los políticos como efectos de sus grandes designios,
siendo empero, de ordinario, efectos del humor o de las pasiones. Así la guerra
entre Antonio y Augusto, que se atribuye a la ambición de ser dueños del
mundo, fue un efecto de los celos. (La Rochefoucauld.) (No es incompatible uno
con otro.)
No hay cosa más extrema que la audacia de un
tímido.
La filosofía triunfa fácilmente de
los males pasados y los males por venir: los
presentes triunfan de ella.
(La
Rochefoucauld)
Ni el sol ni la muerte se pueden mirar
fijo.
Todos se quejan de su falta de
memoria; ninguno de su falta de talento.
Los celos son una envidia justa; la
envidia son celos inicuos.
(L. C.)
Nos quejamos de que una persona nos
odia cuando no nos quiere tanto como necesitamos. (L. C.)
Es gran bien tener la felicidad barata.
Hablas son hembras, hechos son
varones.
La voz de la conciencia es una voz
poco clara. (P. Roberto.)
No hay ningún majadero que sea bueno.
Sólo
se perdona mientras se ama.
La
segunda cosa valiosa que hay en el mundo es hacerse querer; la primera es
querer.
Yo
no quiero que me alaben sino que me comprendan; no me interesa lo que fulano
dice de mí, sino lo que piensa de mí.
Para
perder el tiempo hay tres cosas: arar un río, dar consejos a la tormenta y
discutir con el que sólo escucha a sí mismo.
Emborracharse
de cualquier cosa más de siete días seguidos es peligroso.
El
único amigo que nunca me traicionó fue el enemigo de mi enemigo.
En este mundo enemigo
De nadie hemos de
fiar,
Cada cual mire por
sigo,
Yo por migo y tú por
tigo,
Y procurarse salvar.
No
basta tener talento; hay que tener permiso de tener talento.
El
dinero no es la felicidad; pero es lo que más se le parece.
Las
cosas mejor repartidas del mundo son el talento y los impuestos: nadie se queja
de falta de ellos.
Los
gobiernos nos hacen demasiado bien cuando no nos hacen ningún daño.
Cuando
uno rechaza una alabanza, es que quiere que lo alaben dos veces.
Hay
matrimonios buenos y matrimonios malos; pero no hay matrimonios deliciosos.
No
hay que tratar de aplacar a los envidiosos: la envidia es más irreconciliable
que el odio.
(L.
C.)
El
mal que hacemos nos atrae menos persecución que nuestras buenas cualidades.
El
que tiene sentido común sabe mucho.
Hay
tontos que tienen ingenio, pero no hay tontos con juicio.
Un
hombre que está siempre enfermo y se encuentra resfriado después de haber
comido un durazno, no faltarán sus amigos de decirle que él tiene la culpa.
En
la adversidad de nuestros mejores amigos siempre hay algo que no nos desagrada
del todo. (La Rochefoucauld.)
Verdadero
amor hay poco; pero verdadera amistad hay menos.
Las
mujeres vencen más fácilmente la pasión que la coquetería.
La
pasión vuelve loco al hombre más hábil y vuelve hábiles a muchos tontos.
El
mundo recompensa casi siempre las apariencias del mérito más que el mérito
mismo.
No
hay gente más amiga de apresurar a los demás que los perezosos.
Cuando nos faltan todas las razones de vivir,
queda siempre una razón de vivir: embromar al prójimo.
Leonardo Castellani, en “Elementos de Metafísica”,
Ediciones Penca, Bs. As., 1977.