De acá
Es
muy notable, casi increíble. ¿Cuándo, en las últimas décadas, el discurso de
fin de año de un Papa a la Curia Romana ha tenido tanta repercusión en los
medios del mundo? Ayer ocupó durante varias horas la primera plana de los
portales electrónicos de los principales diarios del planeta.
¿Cómo
se entiende? Yo veo solamente una respuesta: porque el papa Francisco le dijo a
la Curia lo que el mundo le viene diciendo desde hace años. Las palabras del
Pontífice tuvieron tal repercusión porque son las mismas palabras del mundo.
Viéndolo
desde otro costado: Bergoglio construye su poder basado en las fuerzas de este
mundo: sus medios de prensa, sus tejes y manejes políticos, sus slogans y sus
ideales y, para hacerlo, no tiene otra opción que canibalizar a
la propia Iglesia. Y no le importa. Y lo hace cotidianamente. Es
probable, por ejemplo, que festeje esta Nochebuena como lo hizo el año pasado:
comiendo con judíos sandwiches sin jamón en la sacristía de San Pedro.
El
Papa Francisco le habla al mundo y se debe al mundo. No le habla a los católicos
sino para criticarlos y despellejarlos. ¿Será que pretende ganar de ese modo al
mundo para Cristo? No lo creo capaz de tal ingenuidad.
Como decía ayer un
encumbrado miembro de la Curia, entusiasta de las reformas francisquistas: “¿Es
que este hombre dirá alguna vez algo positivo sobre nosotros?”.
El Papa Bergoglio tiene la infalible habilidad de
retratarse cuando hostiga, sólo habla de sí y consigo. Estamos ante un
autorretrato espiritual involuntario: “terrorismo de las habladurías”,
“murmuración asesina”, “esquizofrenia existencial”, “Alzheimer espiritual”,
“narcisismo”, son sus autodiagnósticos, en un juego de espejos que no puede
percibir, característica típica de personajes enfermos y peligrosos.
"Oí una gran voz en el cielo que decía:
Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de
su Cristo, porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusaba delante de nuestro Dios de día y de noche".
Apocalipsis 12, 10.