"No participamos de la opinión de los que pretenden
bastardear el Nacionalismo poniéndolo en el plano de un simple partido político
para entrar en la puja de menudos intereses electoralistas. No creemos que
sean las de hoy las condiciones propicias para la resolución de los grandes
problemas que afectan al país, por la vía electoral y menos pretender que esa
sea hoy una salida honrosa para el ideal que sustentamos. Mediatizar lo
que es de Dios y de la Patria al juego a la baja de unas elecciones,
a la decisión de una mayoría circunstancial que se deja arrastrar por el
canto de sirena de quien demagógicamente más le promete, nos parece una
verdadera aberración. Nos parece una aberración a la que siempre rechazó de
plano el Nacionalismo [...].Sólo hay una cosa que hay que levantar
fundamentalmente en Occidente como verdadera tabla de salvación: la Cruz. A ella
nos aferramos"
Jordán Bruno Genta, Hay un solo Nacionalismo, en Combate,
Buenos Aires, Año II, 1957.
Un doliente
hartazgo
Algunos pocos y benévolos amigos me han pedido cierta
orientación u opinión ante los próximos comicios.
Explico primero el porqué del doloroso hartazgo frente al tema,
y luego intentaré expedirme para que no se me acuse de evasivo.
Nadie está obligado a leerme, ni he perdido el juicio como para
tenerme por consultor obligado. Pero si no se me lee, nadie tiene tampoco
derecho alguno a criticar lo que pienso. Sencillamente porque no
conocen lo que pienso. O lo conocen del peor modo: fragmentariamente, y de
mentas; cuando no cargados de elementales apriorismos. Hasta ahora, parecía ser
ésta la funesta especialidad de las izquierdas. Pero resulta que el
contagio ha llegado a la propia tropa. A la muy cercana.
Nadie está obligado a leerme, reitero. Pero tampoco pesa sobre
mí el deber de volver a escribir los mismos libros cada vez que una
circunstancia determinada pone sobre el tapete el tema central de esos libros
ya escritos. Un traumatólogo no escribe sobre los riesgos de las fracturas
expuestas cada vez que alguien se rompe un codo.
Llevo publicados dos volúmenes densos y pormenorizantes sobre la
perversión democrática, y está en curso un tercero, del mismo tenor. El número
de escritos referidos al punto –aunque en rigor, a cuestiones colaterales y
anejas al mismo- podría casi multiplicarse, si contara, no sin razones, dos
tomos previos, aparecidos en el año 2000, antologizando textos que publicara en Cabildo durante
veinte años.
Por más modesto que quiera ser al respecto, no encuentro el modo
de omitir que he procurado ser detallista, exhaustivo y meticuloso en mis
argumentaciones contra el horribilísimo e insalvable sistema político que nos
domina, así como sobre la nocividad moral en que incurre quien lo
convalida o avala en vez de procurar su destrucción. Ergo, dable sería
esperar la misma actitud analítica en quienes no comparten mi postura.
Lamentablemente no suele suceder así. Y cualquier opinante
anónimo de un blog, verbigracia, se cree facultado para descalificar mi
tesitura. O peor dicho: lo que suponen, sin leerme de modo íntegro, que es
mi tesitura. Las presiones para que me rinda y siente cabeza de católico
que “no dogmatiza lo prudencial”, ni tiene “conciencia escrupulosa”, ni “vea
pecado donde no lo hay”, se multiplican en vísperas de cada elección, con
argumentos cada vez más insólitos. Últimamente, el de acusarme de donatista,
platónico, kantiano, rigorista, fariseo, provocador o desafectado de los
hipotéticos beneficios que les traería a los militares presos el triunfo de esa
porciúncula más del estiércol que responde a la sigla PRO.
Ninguno quiere dejar en paz a quien, simplemente, -¡vaya
pretensión!- procura dar testimonio de coherencia en soledad. A quien no quiere
ser útil al sistema, ni incurrir en el activismo partidocrático, ni vivir
pendiente de los requerimientos de un modelo corrupto, ni pagar tributo a la
corrección política, ni estar desatento al regreso de Jesucristo antes que
atento a la huida de los kirchner, minusculando a sabiendas el
nauseabundo gentilicio.
Una voluntad tácita de castigarlo y doblegarlo se pone en marcha
ante el disidente. El rigorismo de los demócratas es cada vez más circundante y
opresivo. No quemar incienso al sufragio universal está penado por la ley y
queda el réprobo sometido a figurar en la lista estatal de infractores, oblando
su multa. Sin embargo, no es éste el maldito rigorismo que dispara siquiera una
línea de condena, sino el nuestro, por no querer sumarnos a la inmoralidad
cuantofrénica.
Los ciudadanos de la democracia están divididos entre los
integrados mansamente al llamamiento electoral, que deben tenerse por puros y
limpios; y los impuros y sucios que, contrario sensu, desacatan el
imperativo de hacer una genuflexión doble ante cada urna. Sin embargo,
insistimos, no es a esta demasía a la que se la compara con la casuística de
purezas e impurezas del judaísmo, sino a nuestra actitud de no querer
contaminarnos éticamente haciendo la fila para rifar a la patria con cada
boleta asquerosa.
En esa ofensiva contra el disidente, lo subrayamos, cualquier
argumento es válido. Hasta el de compararnos con los circunceliones del
siglo IV. Bandidos desaforados y heréticos, claro; éso seríamos. Como los
brigantes franceses, los bandoleros de la Cristiada, los forajidos
resistentes al castrismo, o más criolla la cosa: como el Chacho Peñaloza,
conductor de los últimos “bárbaros”, al que con el mencionado mote de bandido
insultó su verdugo antes de matarlo.
Imposible no recordar en dos trazos lo que me sucediera en una
de las primeras defensas catedralicias, en Buenos Aires. Tras soportar en
desigualdad de condiciones largas horas de blasfemias, sacrilegios y
obscenidades, aproveché un segundo de silenciamiento de las hordas para vivar a
Cristo Rey. Sólo ese grito, lo juro. Sucedió entonces que un señor de civil,
muy atildado y correcto, a quien hasta entonces no había visto, se me acercó e
-identificándose como comisario en operaciones en el susodicho vejamen- me dijo
textualmente: “si usted vuelve a provocarlos, no me deja otra
alternativa más que detenerlo”. El infeliz no había leído a San Agustín ni a
Baronio. Nada sabía de Makide o Faser, los renombrados caudillejos de los
circunceliones. Pero algo había aprendido del mundo y para el mundo: el
provocador era yo.Tristísima cosa que así piense, no ya un ignoto y
exculpable esbirro del Estado, sino un haz de católicos a quienes tengo por
buenos[1].
Desahogo formulado, enunciemos lo esencial.
Brevísimas consignas
I.-Independientemente de la inacabable disputatio sobre
el mal menor, el domingo 22 de noviembre no hay ningún mal menor que
elegir. Es uno solo, enorme, abisal e inmenso el mal; y le
daré los nombres que tiene a riesgo de seguir siendo incomprendido. Ese mal se
llama Democracia, Revolución, Modernidad, Inmanentismo. Con cualquiera de estos
apelativos, y mucho más con todos ellos juntos, puede sentirse denominado el
Anticristo.
Macri, Scioli, Zannini o Michetti no son los nombres del
mal. Apenas si apodos circunstanciales, efímeros, intercambiables y con
caducidad a mediano plazo. Si no se entiende la naturaleza y la hondura del mal
que enfrentamos, nos tranquilizaremos creyendo que ejercemos la vindicta sobre
los marxistas porque votamos a los liberales. Para entenderlo, no lean Cabildo,
que es nazi. Pero Los endemoniados de Dostoievsky no puede
dejar de leerse. Y allí, no sólo está retratado el carácter preternatural del
mal que tenemos delante, sino el error que cometemos al desconocer la circularidad
viciosa de sus progenitores y de su prole.
Mientras redactamos estas líneas, Macri ha dado a conocer la
nómina de los centenares de “artistas, científicos e intelectuales” que le
darán su voto. Ante la vista del horrísono listado es imposible mantener en pie
la idea de que “aquí y ahora [Macri] es lo menos pésimo, porque nos libera
aunque sea temporalmente del totalitarismo culturalmente marxista que
soportamos”[2]. La contracultura
marxista salta de contento con estos personajes, que conciben la política como
un “resolver los problemas de la gente”; esto es, con ofrecerles bienestar y
paraisos terrenales. ¿Hay algo más sutilmente próximo al materialismo
marxista?
Asimismo, y ante la vista de los antecedentes pasados y de las
conductas presentes de quienes integran la coyunda CAMBIEMOS, es inviable
alimentar cualquier optimismo respecto de una reparación histórica sobre la
situación de los soldados en cautiverio. Esto supuesto que el fin justificara
los medios y que el bien privado esté por encima del bien común. Y que, entonces,
para conseguirle a un amigo militar la prisión domiciliaria habría que darle
nuestro voto a un hideputa anaranjado o amarillo.
II.-Votar tiene varias acepciones en el lenguaje político, aún
en el clásico. Y hay votaciones que poseen su licitud y hasta su conveniencia.
Pero votar bajo las especies del sufragio universal, la soberanía del pueblo, el
monopolio de la representatividad partidocrática y la tutela del
constitucionalismo moderno, es “la mentira universal”. Sumarse a esa
mentira es conculcar el Octavo Mandamiento.
Como en el caso de la unión co-generadora entre liberales y
marxistas o del mal menor, lo que acabamos de decir sobre la calificación moral
del sufragio universal, no es una ocurrencia solitaria nuestra (suponiendo que
de serlo deberíamos estar forzosamente equivocados). Hemos documentado con
minucia la existencia de una sólida y larguísima docencia cristiana y aún no
cristiana condenatoria de la inmoralidad numerolátrica. En mis escritos sobre
el tema, no he apelado a mi autoridad para sostener esta premisa, que
tanto parece molestar, sino a la de una frondosísima catalogación de
autores, católicos o no, pontífices o súbditos, contestes en el álgido punto.
Se me objeta llamar pecado al sufragio universal porque “la
Iglesia no enseña tal cosa desde el siglo XIX hasta el presente”[3]. Además de no ser correcta esta
aseveración, la perspectiva democrática, como se ve, la forma mentis
cuantitativista, ha invadido aún las propias filas de bautizados fieles y
lúcidos. Y hasta los buenos católicos, para saber qué es pecado y qué no, deberán
acudir ahora al siglómetro. Como ese traje de baño que
pasados dos veranos sin que nos quepa en el cuerpo, nos resignamos a considerar
impropio para nuestras carnes, así también serían ahora los pecados para la
vestimenta del espíritu. Tienen fecha de vencimiento. Pasada una determinada
cantidad de años, si ya no se habla de ellos en la Iglesia, pues
sencillamente no existen.
III.-Conocer y admitir estos principios rectos y procurar darles
una aplicabilidad en cada aquí y ahora, no es un error filosófico (platonismo)
ni una herejía religiosa (donatismo). Es la olvidada y simplísima
virtud de la coherencia. Lo que Jordán Bruno Genta llamaba teresianamente
“preferir la verdad en soledad al error en compañía”. Que pueda caerse en
excesos o en defectos en su práctica, es riesgo propio de toda virtud. Va de
suyo que cada quién hará lo posible por conservar el justo medio moral.
Nadie dice que “el orden moral y político, si no es cristiano,
está irremediablemente corrompido”. Gobiernos hubo en tiempos paganos que
pueden merecer nuestro encomio. Y hasta lo mismo podría decirse de ciertos
gobiernos paganos en tiempos cristianos. Pero el ordenamiento moral y
político que tenemos por delante y bajo el cual se nos propone vivir, es
explícitamente anti-cristiano, y aún anti-natural y anti-humano. De allí
que esté irremediable e inherentemente corrompido. Y de allí que propongamos
enfáticamente la niguna cooperación con el mismo y hasta nuestro módico intento
de combatirlo.
Lo que la política tiene de arte prudencial, y lo que la
prudencia tiene de principios e instancias aplicados a casos y circunstancias
concretos, no es algo desvinculado de la “batalla de ideas”. Sencillamente
porque la operación sigue al ser. La teoría no se confunde con la
praxis. Pero ninguna praxis deja de presuponer una teoría, y hasta el
praxeólogo puro –precisamente por eso- es deudor de una concepción previa que
luego ejecuta.
Las fuentes de la moral con las que medimos la pecaminosidad o
culpabilidad del régimen al que nos quieren obligar a acatar, siguen siendo las
mismas que enseña el Catecismo: objeto, fin y circunstancias. Y no
hay principio del doble efecto o de voluntario indirecto que pueda servir para
mitigar el desbarajuste ético de los colaboracionistas del sistema. No
es que tengamos por malo aquello que nos repugna. Nos repugna lo que está
objetivamente mal. Es un error el mero circunstancialismo vitalista de
Ortega, pero error es también negarle valor moral a las circunstancias en las
que elegimos libremente actuar; o desconocer que existe una virtud que rige el
obrar en cada circunstancia, que se llama circunspección y que
es parte de la prudencia. Es un error y un calvario la conciencia escrupulosa.
Pero también lo es el laxismo moral y la pérdida de la conciencia del pecado.
IV-No somos el partido de los votos anulados, ausentes o en
blanco. Nos tiene sin cuidado ser partícipes de un cambio en los cómputos
finales del escrutinio. Ni siquiera somos el partido de los abstencionistas.
Porque creemos que hay un quehacer político del católico, sobre
el cual ya nos hemos expedido en muchas ocasiones, durante largos años. Un
quehacer posible, perentorio y necesario, que nos convierte en presentistas no
en ausentistas de la vida política.
La deslegitimación del sistema no depende del número de
electores que acudan a los comicios. Es más del mismo criterio cuántico. El
sistema es intrínsecamente perverso y por lo tanto incurablemente ilegítimo.
Las mentiras de la voluntad popular y de la soberanía del pueblo, no se
contrarrestan con el abstencionismo, sino con una prédica infatigable de los
sofismas en que se sustentan y con la demostración de que una alternativa
práctica nos resulta y nos resultaría posible, si fuéramos capaces de desentendernos
de las categorías y de los criterios con que la Modernidad concibe a
la acción política.
Un amigo carlista y reaccionario y empecinadamente
ultramontano, nos regaló esta cita de Dominique Paladilhe, contenida en su
libro: La grande aventure des Croisés. Se trata de una declaración
de Saladino -nada menos- que dice lo siguiente: “¡Ved a los cristianos, ved
cómo vienen en multitud, como se apresuran por el deseo, cómo se sostienen
mutuamente, cómo se cotizan juntos, cómo se resignan a grandes privaciones”! Lo
hacen con la idea de que por ello sirven a su religión; he aquí porqué
consagran a esta guerra su vida y su riqueza. En todo esto no tienen más causa
que la de Aquél que adoran, la gloria de Aquél en el que tienen fe”.
Buena reflexión para tiempos electorales que coinciden,además, con
una nueva embestida del Islam, en la que ya no hay Saladinos ni mucho menos un
Cid ni un Juan de Austria. Buena reflexión ante esta nueva y trágica
encrucijada de la Iglesia y de la Patria. Quede dicho: no
quisimos ni queremos tener otra causa que la gloria y la adoración de Aquél. Y
en esta causa, se nos van los años, las privaciones, la vida y la guerra.
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Pta: Por si alguien
dispusiera de tiempo y ganas sugiero la lectura del Epílogo de
mi libro La perversión democrática, donde me demoro en el quehacer
político del católico, tomando distancias de posturas abstencionistas y
colaboracionistas. Sólo aclaro que el escrito es del año 2010.
[1] Para quienes
no estén en el tema –ni tengan porqué estarlo- aclaro que estoy aludiendo a una
seguidilla de interesantes notas del blog Info Caótica (“El mal
menor no es un pecado menor”, “El donatismo político”, “Balotaje”, “Algo sobre
el platonismo político”). Aclaro igualmente que, al margen de esta dolorosa
disidencia, en no pocos y sustanciales planteos me siento afín al pensamiento
expresado desde este valioso sitio digital. Y que fue desde el mismo, entre
otros, que se dio a conocer la solidaridad de un puñado de amigos hacia mi
persona, ante el ridículo y canallesco entredicho planteado por Monseñor Taussig.Por
lo que guardo un agradecimiento particular.
[2] Declaración del Instituto de
Filosofía Práctica, La vindicta como parte potencial de la justicia y
las elecciones presidenciales, Buenos Aires,4-11-2015.
[3] Primer
comentario de la Redacción del blog Infocaótica al
artículo “Algo sobre el platonismo político”, 29-9-2015