El vikingo Hrabina, todo un Rústico.
Sabemos
perfectamente que el fútbol profesional llegó en nuestros días a convertirse en
un verdadero “opio de los pueblos”, droga que los mercaderes y politiqueros que
han ensuciado el simple deporte le imponen noche y día a las masas que
reemplazan con ello su afán de una vida de lucha, épica y coraje. La absoluta
falta de compromiso con la farsa de la política partidocrática, amén de la
ausencia de religión, termina acorralando a muchas personas que podrían haber
sido “buenos vasallos si tuvieren buen Señor”, como afirma el Cid, quedándose
en simples espectadores de un espectáculo cada día más corrompido y vergonzante.
No
obstante esto, y aunque de forma aún degradada, es interesante observar que
también en el fútbol se pueden aprender ciertas cosas, pensando por analogía, respecto
de la identificación que tiene el hombre de hoy, y en qué forma ello trae
consigo una actitud ante la vida. Hoy que el sentimentalismo parece haberlo
invadido todo, es importante entender que alejando el fanatismo idolátrico que
congrega a los imbéciles, el sentimiento de pertenencia que arraiga a
determinados colores, a una camiseta, a una bandera, a un estilo, afirman
bastante de aquel que se deja llevar por una pasión, pasión que muchas veces obra en detrimento de la
razón. Pero en el fútbol, como en la vida, la pasión es necesaria, y es tan
malo que ella sea quien tiranice a la razón, como que la pasión no dé de sí lo
que debe dar para que la voluntad de servir a una causa no se desmorone cuando
ésta parece perdida. En otras palabras: con la sola razón y sin el coraje y la
entrega no hacemos nada. ¿Hace falta hablar de los ejemplos de tibieza que
encontramos en la Tradición católica, que ven el mal pero no actúan para
combatirlo? ¿De los que tienen “buenas intenciones” que nunca llevan a la
práctica?
Para
ir a ejemplos concretos del mundo futbolero, que nos permitan luego hacer la
analogía, quizás el arraigo que ha cosechado Boca Juniors desde sus inicios, se
deba en gran parte al sentimiento transmitido y compartido por jugadores e
hinchas de que esta vida es un combate, y no una conversación, como diría
Chesterton. Hasta el mismo himno de Boca habla de lucha incansable y campos de
combate. Y una letra de hace por lo menos 60 años dice: Boca, dale Boca/con tu coraje indomable/vos serás inolvidable/por tu
garra y tu valor./En el mundo te conocen/porque sos tan aguerrido/y en el
fútbol argentino/sos tan indiscutido/pues te sobra corazón. El barrio donde
surgió cobijó a esforzados inmigrantes que debían realizar sacrificios para
ganar el pan y sobrevivir y para ello nada mejor que la colaboración entre
hermanos que se identificaron a partir de una identidad barrial. Como dijo no
recordamos quién, “ese rasgo de sacrificio y lucha en nuestros jugadores es lo
que ha caracterizado a Boca siempre desde su fundación. Y estamos muy
orgullosos de que así sea y de que jamás deje de serlo”. Un técnico de Boca
decía que lo más importante era “meter aunque la cosa venga mal”. Y una figura
destacadísima de River Plate, Amadeo Carrizo, distinguía que a River lo seguían
mucho las mujeres, a diferencia de a Boca, pero porque esas mujeres que iban a
verlos iban detrás de los “pintones” y “carilindos”, en cambio, decía, “Boca se
caracterizó siempre por la garra, el sacrificio y la lucha, lo que se emparenta
mucho más con la hombría”. Hombría que al católico se le pide tanto a hombres
como mujeres que sepan entregarse enteramente a la causa de Dios. En
definitiva, si algo caracteriza e identifica a Boca –mientras no sea traicionado
por los Macris de turno- es la lucha, la entrega total, la fidelidad, la
resistencia, la valentía, el no pactar con el enemigo, el no bajar nunca los
brazos, el apoyar y alentar siempre, aunque la cosa venga mal, el “dejar la vida”
en la cancha (es decir, el campo de combate) poniendo el cuerpo y arriesgándolo
todo, saliendo si es preciso barroso y ensangrentado por no haberse apichonado.
Por eso los talentosos, los exquisitos, los pensantes, deben apoyarse antes que
nada en una actitud combativa, pues para poder ganar lo primero es no dejarse
vencer. Esta es la actitud que se debe encontrar en todo buen resistente: Una entrega
absoluta a la Iglesia católica. En cambio no podemos dejar de notar que la
actitud opuesta, la que se sintetiza en la palabra “gallina” y se corresponde
con el rendirse, el abandonar la lucha, el negociar con el enemigo, el buscar
agradar al palco, el pensar en el propio beneficio, el acomodo con los jefes,
la falta de entusiasmo, el acobardarse, la traición, lo podemos ver en la
Neo-FSSPX. Incluso allí, salvando dignas excepciones, podemos encontrar muchos
simpatizantes de River Plate, especialmente sacerdotes, que han adoptado esa
conducta entreguista, derrotista, cómoda, burguesa, que varía según la cosa
venga bien o mal. En definitiva: claudicante. Hoy los clubes encargan a sus
departamentos de publicidad y prensa que realicen “videos motivacionales” para
animar y despertar el coraje (cosa que no logran, por supuesto) de sus neo-jugadores
antes de partidos importantes, cosa que para alguien que sabe el valor de la
camiseta es absolutamente prescindible. De igual modo en la Neo-FSSPX se
contratan empresas de “branding” y se recurre a la publicidad constante para estimular
y motivar a sus fieles. Pero así no se forjan personalidades, sino simplemente
aportantes de cuotas y adherentes que no saben darse entero a una causa
sagrada. A la manera del Quijote que le dijo a un quejoso y acobardado Sancho Panza:
“Las feridas que se reciben en las
batallas antes dan honra que la quitan; así que, Panza amigo, no me repliques
más…” (Cap. XV), así buscamos alimentarnos de ejemplos, de palabras de
verdad, de grandes arquetipos o de pequeños ejemplos de la vida cotidiana.
Inclusive del malhadado ambiente del fútbol. Porque un tipo que ama y defiende tanto
su camiseta hasta el punto de llegar a trabar con su cabeza, vale más que uno
que pregona en la mesa de un café restauraciones y cruzadas imaginarias, pero a
la hora de los bifes aparece callado, timorato, tibio, obediente aún cuando se
ensucie la fe y se traicionen las ideas que siempre se han defendido y se
arríen las banderas que siempre se han agitado. Esos últimos, en nuestro equipo, no los
queremos.
En el campo de batalla
Hay que
meter, a veces sacudir, y si hace falta, hasta trabar con la cabeza.